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El camino hacia la libertad

Sólo Jesucristo vino a conferirle a la humanidad la libertad de los hijos de Dios, en la plenitud de la verdad y el bien. Dijo: «La verdad os hará libres». Podemos hablar mucho de la libertad y no tenerla. Podemos querer la justicia vindicativa, quebrando simplemente la justicia. Podemos buscar la concordia y perder la paz.

Solo dentro de la esfera de lo verdadero y de lo bueno, el hombre participa de la libertad de Dios. Para el error y para el mal no somos libres, porque ellos esencialmente esclavizan.

No debemos quedar indiferentes ante el error y el mal; tenemos obligación de combatirlos, por honradez, por caridad y por justicia. Por honradez con nosotros mismos, cuya inteligencia y voluntad no aguantan la deformación de la verdad y del bien. Por caridad con el prójimo, cuyas desviaciones debemos fraternalmente corregir, por justicia con el orden objetivamente violado.

La libertad se puede quebrar de dos modos, por coacción exterior o por debilitamiento interno. Lo primero es una dictadura amordazante. Lo segundo es privación de vida, de riqueza interior.

Toda libertad mal entendida prepara una nueva dictadura, porque debilita, disgrega, atomiza y hace fácil la usurpación del poder por un hombre fuerte. La primera condición para la libertad es la verdad. Cuando la verdad es callada, disminuida o deformada, se cierran los caminos hacia la libertad. Cuando se trata de imponer a la opinión pública la mentira, la acusación, se prohíbe a la inteligencia conocer la verdad, se esclaviza en nombre de la libertad.

La justicia supone un orden completo; primero en Dios, después con la sociedad y entre los individuos. No puede ser plenamente justo quien no está regulado con Dios. Se repetiría aquello del Evangelio: «El que de vosotros tenga las manos libres, que tire la primera piedra». La justicia ordena, o mejor, quita los impedimentos para el orden, y por eso trae la paz, que es tranquilidad en el orden. Pero la paz es sólo fruto indirecto de la justicia, porque procede directamente de la caridad, que es esencialmente unitiva.

Paz no es lo mismo que concordia: la concordia unifica los apetitos de uno mismo. La concordia es exterior, la paz es interna y personal; por eso es ponerse de acuerdo es fácil, vivir en paz es lo difícil.

Por eso, para que haya libertad, justicia y paz, hay que volver a Jesucristo. No se comprende como los hombres pueden seguir hablando de libertad, justicia y paz fuera de Cristo. Con prescindencia de El o aún contra él. Así la libertad se convierte en disparate, la justicia en revancha y la paz en coexistencia. Así se prepara una próxima esclavitud donde se multiplicarán las injusticias.

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