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¿Duramos o vivimos?

Cuando un año finaliza es obligado hacer balance de nuestra vida y determinar el signo de la cuenta de resultados, no se trata de recontar las cosas que nos pertenecen, para ver si han aumentado o disminuido, sino de enfrentarnos a nosotros mismos y, con honestidad, ver si hemos llegado a crecer a ser «más persona». Ser es mucho más importante que tener. Las cosas que se tienen pueden perderse, pero lo que cada uno vayamos llegando a ser, nos va a configurar para siempre. Al correr de los años, cada día, vamos labrando o arruinando nuestro propio ser.

El tiempo, aprovechado o dilapidado ya es pasado. Solo tenemos el efímero presente para vivirlo con sentido. Podemos crecer desde dentro, desarrollando todas nuestras posibilidades, o seguir siendo pequeños y tratar de disimularlo subidos a los inestables zancos de las cosas.

En el año que ha pasado ¿hemos tratado de ser o de tener? Puede que tengamos más cosas pero no hayamos crecido como personas. Si nuestra vida está llena del deseo de cosas, y cuando las conseguimos ya estamos deseando otras nuevas en una carrera sin fin, es que no hemos comprendido que vivir es desarrollarse desde dentro y no pretender aumentar de tamaño con prótesis artificiales. Ser dueños del mejor coche o del mejor yate, o ser un modesto empleado, no nos hace ser más o menos persona de lo que en realidad seamos.

Pienso que hay mucha gente que se empeña en permanecer pequeño, egoísta, las cosas que posee son sus juguetes y quiere manejar a las personas que le rodean y tenerlas a su servicio. El que crece, el que llega a ser cada vez más adulto, siente el gozo de ser libre, autónomo y capaz de dar, de devolver a los demás los cuidados que el recibió en su etapa infantil. El que crece y se desarrolla, encuentra su plena realización en amar a los demás, en buscar activamente el bien de los que ama. Como ha descubierto la alegría de su propio desarrollo, querrá que los demás también crezcan y lo experimenten.

Este sería el balance que tendríamos que hacer de nuestra vida: si seguimos aferrados a nuestra etapa infantil o si hemos llegado a la etapa adulta. Nuestras vidas están formadas por los lazos que trenzamos con los demás. Depende de nosotros que sean lazos de amor y de amistad o que sean las duras cadenas de la servidumbre. La amistad y el amor nos hacen libres, pero el egoísmo nos hace esclavos de las cosas, del placer, del ansia de poder, del odio y de la violencia.

El que crece como persona se da cuenta de que tiene conciencia, razón y voluntad. Tiende hacia lo bueno, lo bello y lo verdadero, aunque no dejará de sentir un impulso contrario hacia el mal que tendrá que dominar, aunque necesitará la ayuda de Dios y de los demás. Se sentirá solidario de todos los que luchan por extender el bien y rechazar el mal, pues no es posible vivir aislado. Los otros no son el infierno, como dijo Sartre, sino los que me constituyen como persona. Mi vida es relación con los otros, pero tengo que preguntarme seriamente por la clase de relación que mantengo con los demás. Si quiero hacer balance de mi vida tengo que revisar también mis relaciones personales.

Un detallado examen del año que ha pasado me dará mi situación personal en este momento y lo que tendré que corregir para el siguiente ejercicio, del cual no sabemos el momento en que habrá de cerrarse.

El paso de un año a otro no es solamente para celebrarlo en el aturdimiento de una fiesta ruidosa, sino para meditar si realmente hemos crecido y vivido de verdad un año más o simplemente hemos durado.

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