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¿Ya viste tu carta astral?

Inquietos por los acontecimientos que sucederán en el año que comienza, millones de personas en todo el mundo están preguntando a los astros si la fortuna se les mostrará benévola, si sus relaciones sentimentales se verán coronadas por el desenlace que ansían ardientemente, si la prosperidad hinchará sus graneros, sus arcas y sus cuentas bancarias, si la corona del poder público acariciará sus sienes, si encontrarán el remedio para la salud quebrantada y así, sucesivamente, según los sueños, las fantasías, las metas y las ambiciones de cada persona que se empeña en asomarse al arcano en espera de una respuesta que mitigue su ansiedad.

La astrología —algunos la califican como pseudo ciencia y otros como proto ciencia— pretende dar contestación a tales inquietudes mediante la observación del movimiento y la posición de los astros, los cuales, según afirman los astrólogos, determinan los rasgos de la personalidad, los sucesos importantes en la vida de las personas, sus características físicas y su compatibilidad para relacionarse con los demás, de donde se podría derivar, por ejemplo, la posibilidad de anticipar si un matrimonio podrá ser, según la carta astral de cada uno de los participantes, desventurado o feliz de acuerdo con la afinidad de los signos del zodiaco que marcaron el nacimiento de los contrayentes.

La astrología y la alquimia, fuertemente ligadas en sus orígenes, fueron el principio de la astronomía y de la química pero, obviamente, los avances del conocimiento ya no pueden validar las bases de esas disciplinas, por llamarlas de alguna manera, que increíblemente siguen teniendo millones de seguidores. La alquimia, por ejemplo, pretendía encontrar la piedra filosofal, es decir, una sustancia que podía transmutar los metales viles en oro, el elíxir de la juventud y el secreto de la creación artificial de la vida. Lo extraordinario es que todavía hay quienes creen en la alquimia.

Por su parte, la astrología postula una acción determinante de los astros en la vida de los seres humanos desde el momento de su nacimiento y en los actos que ejecutan día con día, de ahí la popularidad de los horóscopos que muchas personas consultan diariamente antes de tomar decisiones.

Al respecto, Carl Sagan decía: «Cómo puede la ascendencia de Marte en el momento de mi nacimiento influir sobre mí, ni entonces ni ahora. Yo nací en una habitación cerrada, la luz de Marte no podía entrar. La única influencia de Marte que podía afectarme era su gravitación. Sin embargo, la influencia gravitatoria del tocólogo era mucho mayor que la influencia gravitatoria de Marte. Marte tiene mayor masa, pero el tocólogo estaba mucho más cerca».

Si la influencia gravitatoria de los cuerpos fuera decisiva en la vida de las personas, podríamos afirmar, por ejemplo, que la Torre Mayor, el más alto de los edificios de la Ciudad de México, tiene, en razón de su masa y su distancia, mucha más influencia en el destino personal de un capitalino, que la constelación de Acuario o la posición del planeta Neptuno.

Sobre el mismo tema, Gilbert K. Chesterton escribió: «La gente no vacila en tragarse cualquier opinión no comprobada sobre cualquier cosa... Y esto lleva el nombre de superstición... Es el primer paso con que se tropieza cuando no se cree en Dios: se pierde el sentido común y se dejan de ver las cosas como son en realidad. Cualquier cosa que opine el menos autorizado afirmando que se trata de algo profundo, basta para que se propague indefinidamente como una pesadilla. Un perro resulta entonces una predicción, un gato negro un misterio, un cerdo una cábala, un insecto una insignia, resucitando con ello el politeísmo del viejo Egipto y de la antigua India... y todo ello por temor a tres palabras: se hizo hombre».

No podemos ni debemos, desde luego, hacer chacota de las personas que en su ingenuidad estén dispuestos a tragarse, como decía Chesterton, cualquier opinión no comprobada. Lo que sí debemos, por espíritu de solidaridad, es ayudarlos a discernir, a pensar con claridad, y a exigir pruebas acerca de lo que les quiere hacer creer. Ya son demasiados los mexicanos que aceptan con toda facilidad las patrañas que les venden los charlatanes, y lo mismo dan por buenos los productos supuestamente mágicos que les ofrecen los merolicos que los infundios de los que propagan la teoría del «compló», o el cuento del fraude del 2006 que no han podido probar ni les interesa hacerlo porque lo único que buscan es seguir reclutando crédulos que les sirvan de material acarreable, masa de maniobra y carne de plantón.

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