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La libertad

Hoy, todo el mundo habla de libertad (libertad de los pueblos, jóvenes que piden más libertad a sus padres, libertad de conciencia, etc.); sin embargo, muchas veces se usa mal esta palabra confundiéndola con la capacidad de hacer lo que me apetece. No es lo mismo libertad que libertinaje. No es lo mismo libertad que arbitrariedad. Libertinaje es una libertad trucha. Arbitrariedad es una libertad caprichosa y sin principios, y por lo tanto no se sostiene en sí misma, se cae.

La libertad tampoco se puede negar, como piensan algunos filósofos modernos que conciben al hombre como un animal que se deja llevar por sus instintos (Freud, etc). En este caso, los comportamientos humanos serían simples formas de reacción automática ante ciertos impulsos (el hombre no tendría capacidad de dirección sobre sí mismo). No, el hombre es libre. Se nace con esta facultad.

Pero aun así, nos preguntamos: ¿El hombre es libre? ¿Qué se entiende por libertad? Si soy libre, ¿por qué no puedo escoger mi propia mamá y papá, mi propia patria, mi propio sol? Si soy libre, ¿por qué no puedo hacer lo que me da la gana? Si soy libre, ¿por qué me meten a la cárcel cuando he hecho algún mal contra la sociedad o contra las personas?

El hombre tiene dos facultades nobles que le diferencian del animal: la inteligencia y la voluntad. Con la inteligencia se abre a la verdad y puede conocerla, analizarla y dar juicios de verdad; puede también equivocarse y errar cuando no tiene en cuenta todos los elementos de las cosas y se precipita en sus juicios. Con la voluntad, el hombre decide, opta por el bien particular, finito, limitado que ha captado con su inteligencia. No siempre ese bien elegido es el bien que realiza al hombre y está conforme a su dignidad. ¿Por qué lo elige?

Dime cuántos amos tienes y te diré si eres libre.

¿Quién es, pues, libre? El sabio, que se gobierna a sí mismo (Horacio, Sátiras 2, 7, 83).

Ser esclavo de sí mismo es la más pesada de las esclavitudes (Séneca, Quaestiones naturales 3, 17).

La libertad no es deshacerme y rechazar todo tipo de traba, cauce y obligación, pues la libertad se coordina con el ajuste a ciertas realidades que, por una parte, suponen una resistencia, una imposición incluso, y, por otra, constituyen una fuente de energía y posibilidades. Como nos recordó Enmanuel Kant, el aire ofrece resistencia a la paloma, pero le permite volar. Es suicida rechazar cuanto supone algún tipo de traba, cauce y obligación.

P.e. Me encantan las ventanas...porque me hacen mirar a través de ellas. Me gustaría que mi casa fuera sólo ventana. Pero la ventana tiene marcos. La libertad es como una ventana. A través de ella se puede aspirar el aire fresco de la vida. Pero así como los marcos son esenciales para que haya ventanas, así también para que haya libertad, se necesitan marcos, si no, esa ventana se cae. ¡Cuántos han caído víctimas del vértigo de la droga, del alcohol, de la violencia, de la velocidad!

«La libertad corre el peligro de degenerar en arbitrariedad a no ser que se viva con responsabilidad. Por eso, «yo recomiendo -dice Viktor Frankl, psiquiatra judío que estuvo internado en un campo de exterminio nazi- que la estatua de la libertad en la costa este de EEUU se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste» (El hombre en busca de sentido, Herder, 17ª de., Barcelona, 1995).

1. Noción y tipos de libertad

Gracias a la libertad inteligente, el hombre posee la admirable posibilidad de autodeterminarse y elegir su propio papel, destino, camino. Ese papel lo escribe a su medida con los matices más propios y personales, y lo lleva a cabo con la misma libertad con que lo concibió y pensó. Por eso progresa y tiene historia. Visto un león, decía Baltasar Gracián, están vistos todos los leones, pero visto un hombre, sólo está visto uno, pues cada uno es irrepetible y obra de distinta manera.

Lo que define la libertad es el poder de dirigir y dominar los propios actos, la capacidad de proponerse una meta y dirigirse hacia ella; el autodominio con el que los hombres gobernamos nuestras acciones.

En el acto libre entran en juego las dos facultades superiores del alma: la inteligencia y la voluntad. La voluntad elige lo que previamente ha sido conocido por la inteligencia. Para ello, antes de elegir, el hombre delibera: hace circular por la mente las diversas posibilidades, con sus diferentes ventajas e inconvenientes. La decisión es el corte de esa rotación mental de posibilidades. Me decido cuando elijo una de las posibilidades debatidas; pero no es ella misma la que me obliga a tomarla: soy yo quien la hago salir del campo de lo posible.

a) Hay una libertad física que equivale a la libertad de movimiento: poder ir y venir, entrar y salir, subir o bajar, hacer esto o aquello. Pero la raíz de la libertad está en la voluntad, y la acción voluntaria es, ante todo, una decisión interior. Esto es sumamente importante pues significa que el hombre privado de libertad física sigue siendo libre: conserva lalibertad psicológica. Lo expresa muy bien Viktor Frankl en su libro «El hombre en busca de sentido» donde afirma que al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última libertad: la elección de su propio camino. Luego se pregunta qué es, en realidad, el hombre, y añade estas palabras: «Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración».

b) Libertad limitada: La libertad no es absoluta, porque el hombre tampoco lo es. Su limitación es triple: física, psicológica y moral. Está físicamente limitado porque, entre otras cosas, necesita nutrirse y respirar para conservar la vida; su limitación psicológica es múltiple y evidente: no puede conocer todo, no puede quererlo todo, los sentimientos le zarandean y condicionan constantemente; la limitación moral aparece desde el momento en que descubre que hay acciones que puede, pero no debe, realizar: puedes insultar porque tienes voz, pero no debes hacer tal cosa.

Esta triple limitación no debe considerarse como algo negativo. Parece lógico que a un ser limitado le corresponda una libertad limitada: que el límite de su querer sea el límite de su ser. Si la libertad humana fuera absoluta, habría que comenzar a temerla como prerrogativa de los demás.

La libertad tampoco es un valor absoluto, porque tiene un carácter instrumental: está al servicio del perfeccionamiento humano. Los colores y el pincel están en función del cuadro; la libertad está en función del proyecto vital que cada hombre desea, es el medio para alcanzarlo. Por eso la libertad no es el valor supremo: de hecho, nos interesa en la medida en que apunta a algo más allá de la libertad, algo que la supera y marca su sentido: el bien.

Ser libre no es, por tanto, ser independiente. Al menos, si por independencia entendemos no respetar los límites señalados anteriormente. Cortar esos vínculos sería cortar las raíces y lanzarse a navegar sin rumbo, y por eso, la Providencia no ha creado al género humano ni enteramente independiente ni completamente esclavo. Ha trazado, es cierto, un círculo mortal a su alrededor, del que no puede salir; pero dentro de sus amplios límites el hombre es poderoso y libre, lo mismo que los pueblos.

La limitación humana supone que cada elección lleva consigo una renuncia: estar leyendo este tema significa no poder, al mismo tiempo, jugar al tenis o nadar. A su vez, nadar supone no poder, a la vez, andar en bici o pasear. El problema que se plantea debe resolverlo la inteligencia sopesando el valor de lo que escoge y de lo que rechaza. Puestos a renunciar, sólo vale la pena preferir lo superior a lo inferior.

A simple vista podría pensarse que las leyes humanas y divinas son el principal enemigo de la libertad. Sin embargo, tal oposición sólo es aparente, porque la alternativa a la ley humana es la ley de la selva. Tampoco es correcto identificar lo libre con lo espontáneo. La libertad, desde cierto ángulo, es justamente la negación de la espontaneidad: es el dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio, pero sólo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia.

c) Libertad condicionada: Vivimos en un mundo que impone condiciones. Nacemos entre leyes, cosas, personas: «yo y mi circunstancia», diría Ortega. Por eso, nuestra libertad no es absoluta, está siempre condicionada, por lo que existe en torno a ella. Ya hemos señalado que nuestra naturaleza humana nos impone vivir como lo que somos: no podemos volar como los pájaros, necesitamos comer y descansar, no podemos esquivar la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. Este último hecho -la muerte- no es un pequeño detalle, es un dato esencial a la hora de plantearnos cómo hemos de vivir, qué sentido tiene nuestra vida.

Estamos condicionados por las circunstancias de nuestro nacimiento: no es lo mismo nacer en un continente que en otro, en una familia pobre o acomodada, culta o inculta; no es lo mismo que la lengua materna sea el inglés o el tagalo, estudiar en la universidad o trabajar en la mina. Especialmente estamos condicionados por las personas que nos rodean. Quien tiene un padre gravemente enfermo no puede diseñar su vida al margen de ese condicionamiento tan claro. Quien debe sostener a su familia no puede tomar ninguna decisión importante sin tener en cuenta esa obligación.

No hay que mirar con malos ojos estos condicionamientos evidentes e inevitables. A todo el mundo le afectan. Son parte de la condición humana, y definen nuestra personalidad. Sin ellos, seríamos personas amorfas, sin contornos ni contrastes. Y no compensa gastar energías imaginando lo que haríamos si las cosas fueran de otro modo. Sirve de poco, y se corre el riesgo de soltar la fantasía y acostumbrarse a vivir de quimeras, fuera de la realidad. No es real una libertad sin condiciones: nadie la posee. Los condicionamientos son, en cierto modo, como las reglas de juego, lo que hace que la vida humana sea tal: es una gran suerte, a pesar de los deberes que originan, tener patria y ciudad, padres y hermanos, amigos, compañeros y vecinos.

2. La elección del mal

Pertenece a la perfección de la libertad el poder elegir caminos diversos para llegar a un buen fin. Pero inclinarse por algo que aparte del fin bueno es una imperfección de la libertad. Y en esto consiste el mal: apartarse el fin bueno que me perfecciona.

La libertad es una espada de doble filo, que puede volverse contra uno mismo o contra los demás: esclavitud, asesinato, alcoholismo, drogadicción, pereza, irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad...

¿Por qué elegimos mal?

¿Por qué a veces el hombre elige un bien aparente, que después resulta que es un mal?

El hombre es libre, pero esta libertad tampoco es el último valor, pues va ligada a otros valores (deber, responsabilidad, ley moral, fe, amor...) que integran un todo único y unido: el hombre.

El hombre es dueño de sus comportamientos. Por eso se le pueden pedir responsabilidades de lo que hace. El hombre es capaz de elegir, actúa movido por deliberaciones, sopesa las diversas opciones, escoge esta carrera o aquélla, se compromete a asistir a las actividades de este club o aquél; juzga, valora dando razones y se decide a actuar. Esto explica la íntima relación que hay entre la libertad (decisión de actuar) y la inteligencia (juicio).

Por tanto la libertad es la capacidad que tiene el hombre para decidir sobre su comportamiento y actuarlo, es la capacidad de autodirigirse según que le dicte su razón. En esta libertad radica el mérito o la maldad de nuestros actos. Si no tuviésemos libertad, nuestras acciones no tendrían mérito, serían siempre indiferentes.

3. Resumiendo

Es libre lo que no está sometido a necesidad.

Se distinguen dos tipos de libertad.

La necesidad moral: es la obligación de observar la ley ética que salvaguarda nuestra dignidad de hombres. Es la Ley del ser. En este sentido, el hombre no es libre. No goza de libertad para hacer cuanto le plazca, por más que tenga capacidad física para ello. Puede hacerlo, pero no debe hacerlo.

La libertad física: se entiende tanto la libertad de espontaneidad como la libertad de indiferencia. La libertad de espontaneidad consiste en la exención de necesidad extrínseca, o sea, de violencia y coacción. En este sentido se habla de la libertad de que disfruta el pajarito en el aire, el pez en el agua, el viento en el mar y en el desierto, pues su movimiento no está impedido ni coartado por fuerzas exteriores. Así, se habla de libertad civil, política, electoral, etc., cuando se permite que los ciudadanos obtengan sus derechos y busquen sus intereses, sin limitaciones injustas ni obstáculos perjudiciales. La libertad de indiferencia es la exención de toda necesidad física interna, lo que equivale a decir que la voluntad no está constreñida por la acción de causas intrínsecas a resolverse de una manera más bien que de otra, sino que se resuelve de por sí. Mi voluntad se decide por una cosa o por otra, según unos motivos. Estos motivos no son determinantes, pues entonces ya no sería libre, sino determinado.

Libre albedrío: el poder que sólo el hombre tiene entre los seres sensibles para determinarse por sí mismo a querer o a no querer, a querer una cosas más bien que otra, entre los varios objetos que le propone la inteligencia. Es un don divino, porque por él el hombre se eleva incomparablemente por encima de cualquier otro ser animado; pero es a la vez terrible, porque, al abusar de ese don, se puede descender hasta los abismos del mal.

La flor que extiende sus pétalos a la caricia del viento, el insecto que construye con amor su nido, la yema que abre suavemente sus tiernas hojas al primer tibio rayo de sol, la golondrina que abandona su tierra por playas lejanas y más hospitalarias, no disponen del don divino del libre albedrío.

Los animales siguen necesariamente el impulso que les mueve. No gozan de libre albedrío. Siempre querrán así, como se lo dice su instinto. No está en poder de la flor el abrir o no abrir sus pétalos cuando se presentan las causas que determinan que se abran; como no está en poder de la golondrina seguir o no el impulso interno que la impele a emigrar al África o a lugares más calientes. Su libertad es solamente extrínseca y no intrínseca. Los animales, y menos aún las plantas, no pueden obrar como les plazca, contrariando sus tendencias. Pero el hombre sí; el hombre y tan sólo el hombre, además de actividades sujetas a necesidad como la de los animales y plantas, dispone de acciones libres. Y a pesar de su fuerte inclinación a obrar, puede no obrar; así como, no obstante su fuerte resistencia a la acción, puede resolverse a actuar.

Límites:

Pero no hay que pensar que esta libre facultad se extiende a todos los objetos, a todas las clases de actos del hombre y en todas las circunstancias. En realidad, el ejercicio del libre albedrío está sometido a más de una restricción.

a) Ante todo, no existe libertad para con el mal que se muestre sólo como mal, ni para con el bien que se presente sólo como bien, o sea, como bien infinito, porque el primero nos obliga a huir de él, y el segundo nos fuerza a quererlo, y ya no seríamos libres.

No es posible desear el mal como mal. El objeto de cualquiera de nuestras tendencias tiene que ser algo que la satisfaga, por lo tanto, algo positivo, bueno. El mal, en cuanto mal, no es una cosa positiva, sino una simple negación: «la privación de un bien debido», según observa santo Tomás[1]. El mal como mal no puede ser objeto de nuestra voluntad, no puede ser querido. La voluntad quiere el bien.

b) Tampoco la voluntad puede ser indiferente con respecto al bien en cuanto tal, esto es, el bien infinito. Por necesidad tiene que quererlo. El bien infinito es Dios. Por tanto, la voluntad humana no podría no quererlo a Dios, si lo viese inmediatamente, esto es «cara a cara», como lo ven los espíritus bienaventurados..

Pero en relación con cualquier otro objeto que no sea ni bien infinito ni mal absoluto, la voluntad humana es libre. En efecto, en todo bien limitado, junto con lo bueno que la atrae puede advertir el aspecto malo que le produce rechazo; y, por consiguiente, puede ser libre para buscar en otro objeto lo que desea. Respecto de cualquier bien limitado es posible la libre opción.

Por otra parte, no hay libre albedrío respecto de ningunas de las operaciones de nuestro organismo que no están sometidas al control de la voluntad, como son las de la vida vegetativa y muchas de la vida sensitiva.

No depende de nosotros, por ejemplo, sentir o no sentir ciertos impulsos, experimentar o no determinados instintos. Puesto el estímulo, la reacción se produce necesaria y fatalmente. No podemos impedirla. A veces, sin embargo, tenemos la oportunidad de alejar el estímulo, y siempre podemos no adherir con la voluntad a la acción instintiva que deriva de él.

P.e. supongan que un amigo, beneficiado por ustedes...que les traiciona.

Sentimos indignación y deseos de venganza. Sentir tales movimientos del alma no depende de ustedes. Son instintos y surgen automáticamente. Pero consentir o no estas pasiones, depende de nosotros, porque en tales actividades interviene el libre albedrío.

c) Otros límites: no se da el ejercicio de la voluntad libre en todos aquellos individuos que, por una tara hereditaria o por un defecto del sistema nervioso duradero o momentáneo, tienen impedidos los centros inhibidores. Por esta razón no pueden considerarse libres, por los menos completamente, los alcohólicos, los morfinómanos, los adictos a la cocaína, mientras persiste la acción del alcohol o de los estupefacientes.

De igual manera, muchos tarados mentales no pueden considerarse libres, o porque están como obsesionados por ciertas ideas fijas, o porque los centros inhibidores son deficientes respecto de las tendencias.

d) Asimismo, el hombre normal en condiciones normales no goza de una libertad absoluta, en el sentido de que pueda hacer todo lo que es posible, como Dios. La libertad física del hombre está circunscrita a los límites de sus posibilidades, que son los de su naturaleza y constitución. También las circunstancias ambientales pueden influir en sus autodeterminaciones hasta coartarlas a veces. Es el caso, entre otros, del condicionamiento causado por los mass media.

Conclusión

Decía un gran poeta romántico:

En el bosque se abrían dos caminos:

Yo elegí el menos transitado

y ahí estuvo la diferencia.

¿Serás capaz de vivir tu vida en libertad? Es cuestión de jugarse. Es cuestión de animarse a elegir la senda menos transitada. La más costosa, como Hércules, el de la mitología griega.

Notas

[1] Santo Tomás de Aquino, Quaestiones disputatae, De malo Q. I, a. 1

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