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Tomás de Aquino y su lección sobre la esperanza
Introducción
En el mundo postmoderno se ha perdido la esperanza y con ella la capacidad para plantearse un tenor de vida noble. La etapa anterior, la modernidad, fundamentó todos los avances en la razón humana y, aún cuando se han dado grandes descubrimientos científicos y técnicos, el ser humano se encuentra incapacitado para explicar a dónde va, ni sabe cómo jerarquizar los hallazgos. Ello provoca inquietud... La sola razón no responde, está perpleja, hay sin sentido y, por tanto, temor, desesperanza. Así, el motor que mueve la actividad humana está azorado, le sobran rutas pero le falta el discernimiento para elegir; se instala la desgana debido a la incertidumbre por alcanzar cualquier meta. Sin esperanza es impensable la toma de decisiones, el compromiso y la ejecución.
Los pensador es suelen hablar desde puntos de vista muy reduccionistas: son deudores de maestros poco representativos en un conjunto de sistemas de pensamiento extraordinariamente variado. Hoy es muy fácil ceder a la tentación del escepticismo: hay demasiadas interpret aciones posibles acerca del mundo. Y muchas de ellas son mutuamente excluyentes o, al menos, se ignoran.[1]
En este trabajo iremos a la enseñanza del maestro Tomás sobre la virtud de la esperanza en la Suma Teológica.[2] Relacionaremos el estudio que el Aquinate hace de la inteligencia (I q. 79), de la voluntad (I q.82) y de la bondad y maldad de los actos humanos (I-II, q. 18), con la esperanza como virtud (II-II q.17) y con la esperanza como pasión (I-II q. 40). Es tan grande la coherencia y la armonía de sus escritos que trabajar con ellos hace posible diversas articulaciones y, sin dificultad, siempre ofrecen nuevas luces. Equivale a armar variados rompecabezas con las mismas piezas sin que se produzcan aristas inconexas, porque hay unidad en la verdad de la experiencia, del pensamiento y de la mística.
Sobre la personalidad del santo, puede ser oportuna la siguiente reflexión. Los ojos son el espejo del alma, y Chesterton[3] al describir la mirada de Tomás de Aquino advierte que observa el horizonte. Esa actitud nos habla de que sólo quien espera se abre al futuro. Por eso, podemos afirmar que su vida esta impregnada de esperanza, gracias a ella sorteó innumerables dificultades sin perder el rumbo, de manera que alcanzó la gloria de la santidad y se hace guía y modelo para los demás.
La esperanza en la Suma Teológica
Veremos la definición y el sujeto de la esperanza. Pero, como la fe ayuda a la inteligencia y la caridad a la voluntad, revisaremos la esencia de estas virtudes y cómo se relacionan con la esperanza.
Santo Tomás nos dice: «la esperanza es virtud, ya que hace buena la acción del hombre y se amolda a la debida regla» (II-II q. 17 a.1). También añade que el sujeto de la esperanza y de la caridad es la voluntad, por ello, estas dos virtudes se apoyan y conducen al ser humano al bien más alto: el trato de amistad con Dios.
El Doctor Angélico advierte: «la esperanza reside en el apetito superior, llamado voluntad» (II-II q. 18 a. 1). Además: «el objeto de la caridad no es un bien sensible, sino el bien divino, que sólo el entendimiento conoce, de ahí que el sujeto de la caridad no sea el apetito sensitivo, sino el apetito intelectivo, o voluntad» (II-II q. 24 a. 1). Entonces, la ayuda mutua que se prestan estas dos virtudes converge en el perfeccionamiento que cada una ocasiona a la voluntad, sujeto de ambas: «La caridad perfecciona suficientemente la voluntad en cuanto al acto de amar; mas se requiere otra virtud para perfeccionar a ésta en el acto de esperar» (II-II q. 18 a. 1 ad. 2).
La caridad lleva al amor del objeto más noble: «La caridad, como dijimos, es una amistad del hombre con Dios» (II-II q. 23 a. 5).
Sin embargo, aunque la esperanza y la caridad residen en la voluntad y se prestan apoyo, no se confunden porque cada una tiene su objeto propio. «La esperanza hace tender a Dios como a bien final que se ha de alcanzar y como a ayuda eficaz para auxiliarnos. En cambio, la caridad hace tender a Dios por la unión del afecto del hombre con Él, de suerte que no viva para sí, sino para Dios» (II-II q.17 a. 7 ad 3).
Por consiguiente, la esperanza es una virtud sobrenatural pues para plantearse alcanzar a Dios se requiere la ayuda de Él mismo desde el origen del planteamiento y también, durante el trayecto para la consecución del fin. Dicho de otro modo: la verdadera esperanza es la que cuenta con quien ofrece apoyo seguro. Las demás manifestaciones de esperanza son auténticas en la medida en que los auxilios estén vinculados con Dios o dependan de Él. Pues si no, se tratará de espejismos de virtud debido a lo endeble de los medios para alcanzar el fin propuesto.
La esperanza propicia en la persona la certeza de alcanzar lo que se pretende. Esta virtud enlazada la fe con la caridad, pues la seguridad proviene de un movimiento de la inteligencia, de un acto de conocimiento perfeccionado por la fe. Y, el deseo radica en la voluntad enaltecida por la caridad.
De ahí surge la necesidad de revisar la naturaleza de la fe y su papel en el conocimiento humano, pues no es lógico esperar lo que no se conoce: «fe es el hábito de la mente, por el que se tiene una incoación en nosotros de la vida eterna, haciendo asentir al entendimiento a cosas que no ve» (II-II q. 4 a 1). El sujeto de la fe es la inteligencia: «creer es inmediatamente acto del entendimiento, porque su objeto es la verdad, que propiamente pertenece a éste» (II-II q. 4 a 2).
La fe y la esperanza se vinculan en el momento que la fe muestra a Dios como perfección infinita objeto de contemplación, entonces la esperanza estimula al ser humano a sostenerse en el esfuerzo por lograr la visión beatífica: «el objeto propio y principal de la esperanza es la bienaventuranza eterna» (II-II q. 17 a 2). La esperanza facilita el camino de la excelencia. «El que espera esimperfecto en cuanto a lo que espera tener y que todavía no tiene; mas es perfecto por alcanzar ya la propia regla, Dios, en cuyo auxilio se apoya» (II-II q. 17 a. 1 ad 3).
El problema de la modernidad estriba en el afán de independizarse de Dios y poner el fin último y la causalidad eficiente en el hombre. Es lícito esperar en el hombre pero no como primera causa ni como satisfactor de la bienaventuranza (cfr. II-II q. 17 a. 4).
También es necesario contar con la ayuda de la esperanza como pasión para lograr la integridad de fines. Por eso, el vigor de la pasión ha de estar bajo la guía de la virtud. La esperanza por ser una pasión del irascible, tiene la energía de superar las dificultades siempre que se den cuatro condiciones:
Primera, que sea un bien; pues, propiamente hablando, no hay esperanza sino del bien, y en esto difiere del temor, cuyo objeto es el mal. —Segunda, que sea futuro, porque la esperanza no se refiere al bien presente ya poseído; y en esto se diferencia del gozo, que se refiere al bien presente. —Tercera, que sea algo arduo y de difícil adquisición, pues de nadie se dice que espera una cosa mínima y que está en su poder conseguir inmediatamente; y en esto difiere la esperanza del deseo o anhelo, que se refiere al bien futuro en absoluto, y por lo mismo pertenece al concupiscible, mientras la esperanza al irascible. —Cuarta, que ese objeto arduo sea posible de obtener, porque nadie espera lo que en manera alguna puede conseguir; y es esto difiere la esperanza de la desesperación (I-II q. 40 a. 1).
La esperanza y su influencia en la inteligencia
La inteligencia es la potencia del alma cuyo acto consiste en conocer. Es pasiva para recibir conocimientos y activa para abstraer las especies inteligibles de sus condiciones materiales.[4]
La voluntad influye en la inteligencia para sostenerla en la atención sobre el objeto de estudio y para lograr consecuencias teóricas y prácticas. Como la esperanza tiene por sujeto a la voluntad, cuando esta facultad está impregnada de la virtud, ayuda a la inteligencia de un modo más eficaz, pues enriquece el sentido de los objetos de estudio.
La inteligencia con la luz de la fe conoce a Dios. La voluntad desempeña su papel, como se ha dicho, sosteniendo la atención en tal conocimiento, pero, además, la esperanza aporta calidez al proceso intelectual pues consigue que la profundización resulte alegre, con la alegría de quien posee la convicción de que Dios es su fin y, aún cuando no se haya alcanzado, se alcanzará.
La pasión de la esperanza conducida por la virtud ayuda a sortear los problemas, en este caso: dudas, ignorancia, oscuridad, recuerdos inoportunos.
La esperanza y su influencia en la voluntad
La voluntad es la otra potencia del alma que, con ausencia de necesidad, busca el fin último. Cuando la voluntad ayudada por la esperanza sobrenatural anhela a Dios, se convierte en facultad más digna que la inteligencia debido a la nobleza del objeto que persigue. Entonces, mueve a la inteligencia como causa eficiente.[5]
La voluntad apetece a Dios de manera radical, con la ayuda de la esperanza, virtud teologal, donada gratuitamente por Dios, advierte que lo incoado no quedará insatisfecho pues contará con la ayuda de su donador. Esta consideración impulsará a la persona a la práctica de la caridad, admirada por los efectos del resplandor de la misericordia divina. Entonces el ser humano recorre el camino, aunque sea largo o tortuoso, sin casi notar las dificultades pues se ubica más en la meta que en las asperezas del recorrido.
En la voluntad campea a sus anchas la esperanza, allí está su territorio, da un toque muy sutil a la sensibilidad, tanto corpórea como espiritual, desde aquí se ha de trabajar la colaboración de la esperanza como pasión.
La esperanza como pasión es buena aliada si se deja atraer por la meta y evade las dificultades, en este caso: cansancio, distracciones seductoras...
La esperanza y las buenas obras
Las obras pueden ser buenas o malas, esto depende de la plenitud de ser que tengan «una acción en tanto es buena en cuanto tiene de ser, pero es mala en cuanto le falta algo de la plenitud de ser que le es debida» (I-II q. 18 a. 1). La primera bondad de las cosas les viene por su forma, la primera bondad del acto moral proviene del objeto conveniente, pero, también las circunstancias y el fin pueden variar la moralidad.[6]
Las acciones buenas se deben al buen obrar de las personas, pero sostenerse en el bien requiere de las virtudes, fundamentalmente de la esperanza. Ella recuerda que la actividad del ser humano en la tierra no tiene solución de continuidad con la forja del futuro por alcanzar el cielo. «Esa esperanza en el más allá —si es verdadera-no lleva al cristiano a desinteresarse del más acá. Muy por el contrario, hace posible e impulsa a valorar y amar las realidades humanas, viviéndolas con pleno sentido».[7]
La virtud de la esperanza da un toque muy especial al obrar humano pues garantiza el conocimiento bueno porque la intención se ennoblece al buscar a Dios, hay buen deseo pues la virtud ubica esta tendencia en el justo medio entre la desesperanza y la presunción, el recorrido es bueno al propiciar la buena ejecución para acercarse al fin último, pero, hay un buen final al conseguir lo que la esperanza previó.
La esperanza como pasión se convierte en aliada segura cuando sostiene la tensión para mantenerse en el medio que exige la virtud.
Conclusión
La vida que cada uno forja con sus acciones ha de conseguir ser una vida ética, de buenas costumbres. De hecho, el sentido originario de la palabra ethos es lugar donde se habita, más tarde se identifica con costumbre. Pero, como los seres humanos necesitamos de las relaciones con nuestros semejantes, cuánta falta nos hacen modelos de vida que nos lleven la delantera en experiencia, en sabiduría y nos conduzcan al bien vivir, tan anhelado en esta época y a la vez tan necesitado de luces para diseñarlo.
Es así que los santos indican la senda que otros vamos a transitar. La colaboración libre de Santo Tomás a los designios de Dios, puso al servicio de la humanidad sus dotes de profunda claridad para desentrañar los misterios de la vida. Supo armonizar de modo insuperable las relaciones entre los trabajos de la razón y las luces de la Revelación, para él no había problema, la razón es un regalo de Dios y la revelación un contenido que Él mismo nos propone para facilitar el proceso de conocimiento. Hemos de acudir a sus enseñanzas, redescubrirlo para dar sentido a la vida, y de esa manera, evitar decir lo que muchos dicen:
No tengo a nadie con quien hablar, con quien desahogarme; nadie me conoce ni me quiere; nadie me busca ni me dice lo que tengo que hacer para superar las adversidades de mi camino; nadie me aconseja[8].
Sin embargo, para realizar la andadura en el tiempo que nos ha tocado vivir, es preciso un ambiente interior que ayude a superar la impronta del temperamento, los desencantos de los resultados no favorables, el cansancio propio del caminante. Esta es la función de la esperanza, virtud que señala a la inteligencia y la voluntad que sólo aprovechando el auxilio de Dios hará posible alcanzar la bienaventuranza para la cual nacimos.
Si posees a Cristo serás rico y con Él te bastará. Él será tu proveedor y fiel procurador en todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Pon en Dios tu confianza y sea Él el objeto de tu veneración y de tu amor. Él responderá por ti y todo lo hará bien, como mejor convenga [9].
El panegírico a la esperanza no se debe a que se la vea como la virtud más importante, sino porque para contrarrestar la actitud del hombre postmoderno es la que puede empujar el cambio, luego, vendrá el ejercicio de otras virtudes.
Este es el secreto que urge comunicar, para transformar la época que vivimos, para resistir a la corrupción, a los malos instintos y, poder alcanzar el verdadero desarrollo humano. Por lo tanto: la razón sí, pero no sola, enlazada con la voluntad y ésta enriquecida con la esperanza. Las pasiones sí, pero no independientes, estrechamente conducidas por las potencias superiores. Y todo a su vez respaldado con la ayuda de Dios.
Notas
[1] Yepes Stork, Ricardo. (1993) Entender el mundo de hoy, RIALP, Madrid, p. 33.
[2] Además de la Suma Teológica, los textos más importantes se encuentran también en el Comentario al libro de las Sentencias y en las Cuestiones Disputadas: sobre la esperanza.
[3] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Ediciones Mexicanas, S. En P., México, p. 105.
[4] Cfr. S.Th. I q. 79.
[5] Cfr. S.Th. I q. 82.
[6] Cfr. S.Th. I-II q. 18.
[7] Ocáriz, Fernando. Amor a Dios. Amor a los hombres, 3ª. Edición, Cuadernos Palabra, Madrid, p. 58.
[8] Yepes Stork, R. Op. cit. p. 131.
[9] Kempis, Tomás. Imitación de Cristo, II, 1, 2-3.
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