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7. Eunice, trasmisora de la fe

«Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús, a Timoteo, amado hijo: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor.

Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.(2Tim 1,1-5)

«Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús». (2Ti.14-15)

Nadie duda que los padres somos los responsables de la educación de nuestros hijos y que la familia es el lugar idóneo y natural para guiar, acompañar, preparar y facilitar una equilibrada formación humana y espiritual, con la que nuestros hijos -fruto del amor conyugal- crezcan en «los valores humanos y cristianos que dan pleno sentido a la vida«, con los que poder llegar a ser buenos hijos de Dios, buenos hijos de María.

Por esta razón, y porque soy mujer y madre, estas palabras de San Pablo llenas de agradecimiento y de gozo por una «fe no fingida» dirigidas no sólo a Timoteo, sino especialmente a Loida y Eunice, ejemplo de labor constante en la transmisión de la fe, son un regalo. Es más, me atrevo a confesar que la actualidad de su ejemplo me cautiva.

Soy consciente de que la crisis de la sociedad actual es una crisis de santos, una crisis de familias santas, y en ello, los padres, especialmente las madres, tenemos muchas cuentas que pasar, puesto que ayudar a nuestros hijos a descubrir la importancia de la llamada de Cristo y ser ejemplo de vida cristiana, no sólo es un gran desafío, sino la única y verdadera revolución que transformará el mundo.

Debo añadir que, porque me paso el día enredada en temas educativos, cada día me doy más cuenta que para tejer los hilos que formen a nuestros hijos como verdaderos testigos de Dios, como lo hicieron la abuela y la madre de Timoteo, necesitamos mucho amor, ternura, respeto, finura y buen ejemplo. Y así presentar a nuestros hijos, atractivo y con toda la fuerza, ese camino de felicidad que buscan, que «tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret».

Mujeres de fe, instrumentos en manos de Dios

Según nos cuenta San Pablo, en la familia de Timoteo reinaba una nobleza espiritual acrecentada generación tras generación. Una nobleza basada no únicamente en la certeza de saberse hijos de Dios, y por tanto custodios y administradores de la transmisión de sus enseñanzas, sino en el compromiso sobrenatural que implica fundar una familia, educar a los hijos para que comprendan quiénes son y qué sentido tiene su vida, y puedan entender que a través del cumplimiento de la ley de Dios podrán cristianizar la sociedad.

Por ello, me halaga observar, como Dios «jugó» con estas mujeres para abrir el corazón de Timoteo a la luz de Cristo. Cómo supo llamar la atención de Eunice -de su madre Loida hablaré más adelante-, para que, sabedora de la importancia que supone ser instrumento en manos de Dios y mensajera del Evangelio para acrecentar la fe de sus hijos, no dude en gastar su vida de forma ejemplar y coherente.

Como modelo de familia cristiana, la familia de Timoteo es un ejemplo «creíble de fe y esperanza cristiana» que se fortalece a través de la oración y de las pequeñas prácticas de piedad aprendidas desde niños. Unas prácticas adecuadas a la edad, como por ejemplo, la lectura y explicación de la Palabra de Dios, el ofrecimiento de obras, la bendición de la mesa, las miradas a las imágenes de la Madre de Dios, los sacramentos, las fiestas y tradiciones cristianas, como procesiones y romerías; o el voluntariado, las visitas a los enfermos y un largo etcétera.

Alguien dijo una vez que «una madre no es una autopista pero te pude guiar por el mejor camino, con paciencia, entrega, sacrificio, perdón, compañía, amor, bendición, protección, cuidado y demás etc...»

Después de esto, no es de extrañar que Eunice, haciendo gala de sus cualidades femeninas, sea un maravilloso testimonio para muchas de nosotras. Ella supo despertar, alimentar y proteger la fe de su hijo, como ya hiciera con su cuerpo desde el día de su concepción.

Por lo tanto, no me extraña ver cómo el joven Timoteo muestra las verdades del Evangelio con ferviente obediencia y delicada solicitud.

El mejor ejemplo María, Madre de Dios y Madre nuestra

Sabemos que María, la más excelsa de las madres, es el mejor ejemplo que tenemos «como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar».

Por ello, me siento en la obligación de recordar a todas las madres que Ella es nuestra fuente de sabiduría. La Madre amable, admirable y prudente que sabe ofrecer el consejo oportuno en el momento oportuno.

María, Virgen poderosa, clemente y fiel al designio divino es nuestro Espejo de justicia y la Causa de nuestra alegría.

Así pues, si queremos que nuestros hogares sean un referente de luz y de amor, si luchamos porque nuestra vida sea ser sembradores de paz y de alegría, no tendremos más remedio que imitar a la Reina de la Familia.

Ella y sólo Ella, « por su condición de perfecta seguidora de Cristo y de mujer que se ha realizado completamente como persona, es una fuente perenne de fecundas inspiraciones de vida», -como leemos en la Carta de la Congregación para la Educación Católica sobre La Virgen María en la formación intelectual y espiritual, Marzo 1988-, siendo además, «modelo de la Iglesia en el ejercicio de la fe, de la esperanza, de la caridad y en la actividad apostólica», y «un espejo, en el que se reflejan, del modo más profundo y más limpio "las grandes obras de Dios".

Por lo tanto, imitar y saber trasmitir los valores humanos y sobrenaturales de María es, sin lugar a dudas, la mejor manera posible de alcanzar «las aspiraciones más íntimas de (nuestra) inteligencia, de (nuestra) voluntad y de (nuestro) corazón» y así vivir aquella delicada indicación suya: «Haced lo que él os diga». (Jn 2,5),

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