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Nuestros hermanos ateos
«Probablemente no hay Dios. Así que dejad de preocuparos y disfrutad de la vida». Esta es la desenfadada frase que una periodista británica pretende colocar en los autobuses de Londres. La campaña publicitaria está encabezada por el biólogo ateo Dawkins que, al parecer, está recibiendo ayudas económicas para la misma y según el Periódico está sopesando la posibilidad de extenderla a Barcelona.
Para estos ateos, Dios no es más que una probabilidad de la que no merece la pena preocuparse. Los creyentes pensamos que Dios es la única realidad transcendente que además se preocupa de nosotros. Los científicos nos aseguran que los hombres no somos más que el resultado de la evolución pero no nos explican la razón de nuestra singularidad: inteligencia reflexiva y conciencia, ni tampoco por qué somos los únicos seres capaces de las mayores heroicidades y de las mayores crueldades. Los animales más evolucionados, los carnívoros, matan a otras especies para comer, pero no a los de su misma especie. Por qué los hombres matan a otros hombres, es acaso una exigencia evolutiva?
Creo que nuestro cuerpo material es un resultado de la evolución, pero el hombre es una criatura única que tiene algo más. Los cristianos, y los creyentes de otras confesiones, creemos que nuestra vida nos ha sido dada por Alguien en quién vivimos, nos movemos y existimos. No podemos dejar de plantearnos la relación entre las criaturas y su creador. Hay en el hombre un ansia incolmable de plenitud, de deseo de una felicidad perdurable, que devendría imposible si sólo tenemos una vida efímera y finita. Dios no necesita que nos preocupemos de Él, somos nosotros los que necesitamos de Dios.
Pero los ateos dan por sentado que ese Dios, si es que existe, no nos deja disfrutar de la vida. Es incongruente pensar en que si Dios ha puesto en cada uno de nosotros un deseo permanente de felicidad, este mismo Dios nos impidiera ser felices. Seguramente la felicidad que Dios quiere para nosotros y el disfrutar de la vida a que nos invitan los ateos, son diferentes.
Si disfrutar de la vida es buscar placeres estaremos de acuerdo en que ningún placer nos hará felices para siempre. Ningún placer es duradero. Solo el amor exclusivo y definitivo entre dos personas puede alcanzar la felicidad, no sin esfuerzo, trabajo y dedicación, pero seguramente los ateos que nos invitan a disfrutar de la vida están pensando en otra cosa.
Los cristianos creemos que Dios nos ha creado por amor y nos ha hecho libres para que decidamos si queremos corresponderle, pero solo hay una forma de corresponderle: amar a los demás, incluso los enemigos. La felicidad que podemos alcanzar de amar a Dios y a los demás no tiene nada que ver con la intensidad de un orgasmo, el goce de un cuerpo ajeno convertido en juguete, la euforia del vino o las drogas, la posesión de riquezas.
Para quienes no creen en Dios la vida es un trozo de tiempo entre la nada y la nada, todo termina con la muerte. Si eso fuera así el bien, la verdad y la belleza serían meras quimeras y la vida, en definitiva, una pasión inútil y el dolor y el sufrimiento un absurdo sin sentido.
En cambio quienes creemos en Dios tenemos la gran esperanza de que existe otra vida en la que nuestros deseos de felicidad serán colmados, nuestros errores y delitos perdonados, nuestros sufrimientos y dolores eliminados para siempre.
Aunque los ateos no se preocupen de Dios por la dudosa razón de que «probablemente no exista», los creyentes les advertimos que Dios, el único existente por Sí mismo, se preocupa de ellos, que les respetamos, que les amamos y los consideramos hermanos y nos gustaría también vernos amados o al menos respetados pos su parte.
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