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Inconformistas, rebeldes, alternativos

Es natural, y no poco frecuente, encontrarse con bastantes personas, especialmente jóvenes, que se colocarían entre los acogidos por el título de estas líneas. Yo mismo me sitúo muchas veces en esos tres capítulos, ante un mundo y una sociedad que amo, pero que no me gustan en demasiadas ocasiones. Desde luego, la simple protesta o la denuncia no arreglan mucho, aunque cumplen un servicio. Pero tal vez podamos aportar algo que solucione los males que nos rodean, ocasionados por nosotros mismos o por otros. Para ello, hemos de convencernos de que existen alternativas a esta civilización que se derrumba. Basta examinarnos personalmente y hacerlo con nuestros dirigentes políticos, el mundo del pensamiento, la investigación científica, etc., para observar que, junto a tantos aspectos positivos, hay un cierto hundimiento de valores profundos que desvirtúan la esencia del ser humano. Y si reflexionamos, seremos conscientes de que este mundo necesita un gran cambio.

Tal vez parezca poco serio, pero voy a citar unas palabras de una canción que Gianni Morandi paseó hace unos años por el mundo: «Verás, el mundo cambiará, curará sus heridas porque el amor no puede morir? Verás, la noche acabará y el hombre se despertará con los ojos y el corazón de un niño que nunca puede traicionar». Los músicos y los poetas, los artistas, saben extraer lo que anida en el corazón humano, sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias -así comenzaba un documento del pasado concilio- y también sus miserias y grandezas, sus aciertos y errores, sus amores y sus desencuentros? Para los inconformistas y rebeldes, hay otra alternativa diversa del seguimiento en manada, que nos imponen las modas en el vestir, el hablar, el pensar o el sentir. En ocasiones parecemos libres y nos falta un mínimo de reflexión para evitar el seguimiento acrítico de esas dictaduras. Pienso que la canción de Morandi invita a soñar eficazmente en ese amanecer de una nueva civilización en la que primen el amor, la verdad y la belleza que merecen realmente este nombre.

Hemos de cambiar y evitar que compren nuestro voto con una encuesta ajena a esos valores que hay en toda persona; hemos de buscar dirigentes con ideales -los que sean-, que quieran sacrificarse para que la sociedad no sea rebaño, sino resultado armónico de la unión de personas cuya dignidad se respeta; necesitamos luchadores por la libertad que construye; precisamos de maestros que muestren la verdad, el bien y la belleza; hay que requerir a los sacerdotes para que lo sean al cien por cien y ofrezcan de veras las cosas de Dios; hacen falta pensadores e investigadores que no deterioren a la persona porque amen su naturaleza. «El mundo entero, todos los valores humanos que te atraen con una fuerza enorme -amistad, arte, ciencia, filosofía, teología, deporte, naturaleza, cultura, almas?-, todo eso deposítalo en la esperanza: en la esperanza de Cristo». Así escribe el fundador del Opus Dei en Surco. Bastantes podrán argüirme que no son cristianos, que no conocen a Cristo, tal vez, que no les interesa. Pues ahí está mi reto, en conocerlo para mejorar este mundo.

«Salvarán este mundo nuestro -permitid que lo recuerde-, no los que pretenden narcotizar la vida del espíritu, reduciendo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que tienen fe en Dios y en el destino eterno del hombre, y saben recibir la verdad de Cristo como luz orientadora para la acción y la conducta. Porque el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, Un Dios Creador que se desborda en cariño por sus criaturas. Y concede al hombre el gran privilegio de poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio» (San Josemaría). Es posible que algunos opinen que he dado gato por liebre con el título de estas líneas. Pienso honradamente que he hecho lo contrario. Son palabras para rebeldes, inconformistas y alternativos. Basta probar.

* Sacerdote. Doctor en Derecho Canónico y Ciencias de la Educación.

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