Los bebés se desarrollan, no se fabrican
A menudo se dice que un embrión no puede tener derecho a la vida como una persona adulta, ya formada. Esta manera de pensar se basa en un error muy extendido hoy: la idea de que un no nacido es un individuo «en construcción», pero los seres humanos no son fabricados como los coches.
En diciembre de 2005 el New York Times publicó un artículo donde el sociólogo Dalton Conley afirmaba que «la mayoría de los americanos ve al feto como un individuo en construcción». Esta idea está de moda entre los partidarios del aborto, y explica por qué tanta gente buena encuentra absurdos o irracionales los argumentos manejados por los pro-vida.
Pensemos en algo que pueda ser hecho o fabricado: una casa, un artículo científico o un coche. ¿En qué momento de la cadena de montaje podemos decir que hay coche? Algunos dirán que el coche existe desde que se reconoce su forma. Otros atenderán a criterios funcionales: hay coche cuando se instala el motor o se ponen las ruedas. Y también habrá quienes piensen que sólo existe el coche cuando circula por la calle.
Pero probablemente todos coincidiremos en una cosa: nadie va a decir que el coche existe al comienzo de la cadena de montaje, cuando el primer tornillo se une a la primera tuerca. La unión de dos piezas de metal no se corresponde con la idea de coche.
La idea «construccionista»
Esta es la manera en que mucha gente se imagina el comienzo de la vida humana. Al principio del proceso no hay casa ni coche ni ser humano. Algunos piensan que el bebé debe tener toda la protección posible, pero sólo desde el momento en que está fabricado.
¿Qué ocurre cuando nuestros amigos «construccionistas» oyen decir que un embrión tiene el mismo derecho a vivir que una persona adulta? El periodista Michael Kinsley refleja muy bien esta postura en el Washington Post: «Me cuesta creer que un puñado de células —más primitivo incluso que una lombriz— tiene los mismos derechos que el lector de este artículo».
Hay algo de verdad en ese argumento: nada puede ser una cosa bien definida hasta que no adopta su forma completa. Y la forma de una cosa «en construcción» es algo impuesto desde fuera. Lo que no entiende Kinsley es que en el desarrollo de un bebé, la forma está ahí desde el momento de la concepción.
Por eso, es una incoherencia que algunas personas como el candidato republicano John McCain aseguren que hay vida humana desde el momento de la concepción y, al mismo tiempo, defiendan y apoyen la investigación con células madre embrionarias.
Humano desde el principio
Comparar el nacimiento de un bebé con el proceso de fabricación de un coche puede ser una imagen bonita, pero es totalmente equivocada. A diferencia de lo que ocurre con las cosas, a los seres humanos nadie nos fabrica. Ni siquiera Dios nos fabrica. No existe un constructor externo porque la vida humana no se hace, sino que se desarrolla.
En la construcción, la forma que define a la cosa va apareciendo de manera progresiva, en la medida en que se le van añadiendo detalles desde fuera. En el desarrollo, en cambio, el principio vital (eso que en la tradición cristiana se llama «alma») está desde el principio.
A los organismos vivos no se les forma ni se les define desde fuera. Se definen y se forman a sí mismos. La naturaleza o forma de un ser vivo está en sus genes desde el principio, y esa forma empieza a manifestarse desde el primer momento de su existencia. Los embriones no necesitan ser modelados según un tipo de ser. Ya son un tipo de ser.
Para que se vea más claro, propongo otro ejemplo gráfico. Supongamos que usted tiene una cámara Polaroid y que hace una foto única e irrepetible, por ejemplo, una pantera en mitad de una jungla. Antes de revelarla, un amigo le coge la foto y se la rompe. Cuando usted le regaña, él se defiende diciendo que sólo veía una mancha borrosa. Sin embargo, usted sabe que la pantera estaba ahí. Incluso aunque no la pudiéramos ver.
¿Por qué a veces nos parece preferible la idea del ser humano «en construcción» y otras, en cambio, pensamos que es mejor la del desarrollo? La visión «construccionista» resulta atractiva siempre que apartamos de nuestra mente el pensamiento del futuro; es fácil caer en el «construccionismo» cuando nos fijamos en la apariencia del embrión o del feto, sin tener en cuenta el desarrollo intencional.
Ahora bien, cuando miramos hacia atrás en el tiempo comprobamos que la idea del desarrollo es mucho más convincente. Si supiéramos que la mancha borrosa que aparece en la Polaroid es una pantera, su amigo no habría roto la foto. Ocurriría lo mismo si tuviéramos una fotografía de lo que algunos creen que es una masa de células. Diríamos: «¡Mira, Jim, ése eres tú!»
Deconstruir al discapacitado
La idea del ser humano «en construcción» está también en la base del debate sobre la eutanasia. Si un Corvette empieza a ser desmantelado, habrá un momento en que dejemos de decir que eso es un coche. Si a alguno de nosotros nos dieran un motor o unas ruedas, ¿diríamos que es un Corvette? Evidentemente no.
Pero la vida humana no funciona así. La naturaleza de una criatura viviente perdura con independencia de cuál sea su aspecto y su función. Mientras un discapacitado continúe siendo algo unificado (es decir, mientras permanezca con vida), ahí hay una persona y no simplemente un puñado de células.
En efecto, una persona en estado vegetativo continúa siendo un ser humano hasta el momento de su muerte. Por esta razón, nos parece trágica su situación: porque tiene una naturaleza humana completamente frustrada. En cambio, los vegetales de verdad no nos dan pena. A nadie se le ocurre decirle a una lechuga: ¡pobre vegetal!
Algunos de nosotros terminaremos siendo unos discapacitados como consecuencia de un accidente o de la edad. No podremos desarrollar bien nuestra capacidad de hablar, de razonar, de elegir o de querer. Entonces nuestra humanidad estará escondida al igual que cuando fuimos concebidos, pero eso no significa que no estemos ahí.
Del director
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