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El Caudillo es culpable y Garzón, nuestra esperanza

La memoria histórica comienza a recuperarse tras años de tergiversaciones y manipulaciones interesadas. Los culpables del alzamiento serán condenados por fin y el nombre del Caudillo y el de sus secuaces serán mancillados como se merecen hasta sus tumbas. Los símbolos de la cruzada serán retirados de los espacios públicos y sus estatuas y símbolos desmantelados.

A cuántos muertos dejaron en los montes y valles de Asturias y de España... Aquellos militares se levantaron contra el poder legalmente establecido. Se alzaron en armas contra el orden legítimo: eran rebeldes, subversivos y asesinos. El ejército leal no pudo con ellos. La guerra fue larga y sangrienta. ¿Dónde estarán enterradas tantas víctimas como murieron a manos de los sublevados? Tantos años han pasado y todavía muchos lloran la derrota de aquella España perdida. Los descendientes de cuantos entonces fueron vencidos aún lamentan hoy aquella oportunidad fallida de construir una España mejor y esperan que algún día, tal vez cercano, les restituyan la gloria que les fue robada. Éramos la envidia del mundo y un puñado de renegados, en nombre de Dios y de la patria echaron a perder aquel sueño glorioso. Pero hoy estamos cada vez más cerca de tomarnos la revancha de tan ignominioso fracaso: el juez Garzón representa como nadie la esperanza de que nuestra dolorosa derrota de ayer se torne mañana en victoria.

Eran dos Españas irreconciliables. De un lado la España salvaje, inculta y atrasada. La España de pobres campesinos ignorantes doblegados al poder de curas y obispos; sometidos a la superstición; incultos y bárbaros; incapaces para la cultura y el saber; analfabetos y hambrientos. De otro, la España del progreso y de la ciencia; la España de las ciudades monumentales; la de los grandes pensadores y escritores; la España que dio al mundo algunos de los mejores filósofos, escritores, pintores y arquitectos. Hubo un tiempo en que esta España próspera, envidia de todo el orbe civilizado, centro del mundo, se soñó eterna e invencible.

Pero aquellos malditos acabaron con nuestro sueño. La ciencia más avanzada, la literatura más refinada, la arquitectura más floreciente: todo se vino abajo por culpa de aquellos bárbaros que en nombre de la cruz acabaron con nuestras vanguardias. Destruían cuanto tocaban y se dedicaron al saqueo y al pillaje. Asaltaban los pueblos y las ciudades imponiendo sus leyes espurias y pasando por las armas a cuantos se oponían a su avance. Los muertos se agolparon en las cunetas de los caminos y muchos nunca recibieron la sepultura y el honor que se merecían. Muchas familias nunca pudieron enterrar a sus muertos. ¡Cuántas casas quedaron destrozadas! ¡Cuánta ruina y desolación! ¡Cuántas lágrimas vertidas!

Y el culpable de todo fue aquel maldito general. Al principio nadie pensaba que pudiera suponer peligro alguno pero los optimistas se equivocaron. No cabe duda de que era un general audaz y con genio militar. Arrastraba a sus seguidores a la batalla y desprendía un carisma indudable. Los suyos lo adoraban. La cruz y la espada. La fe les daba fuerza en la batalla y la sangre de sus "mártires" les proporcionaba un vigor insólito en la lucha. El Caudillo aglutinó fe y patria para arrastrar a los suyos a la guerra y lanzarlos como perros rabiosos contra quienes luchaban por la legitimidad que se había impuesto en España con el respaldo y apoyo de la mayoría. Habríamos conseguido construir nuestro sueño de no ser por aquel general. Prosperidad, justicia, paz... Pero aquel sueño se esfumó. Los leales lucharon durante años. A veces albergaron la esperanza de conseguir la victoria final. Incluso tropas de otros países amigos vinieron a España para luchar en el frente y muchos dejaron su vida en estas tierras. La memoria de su sacrificio nunca se olvidará. Ellos compartían la utopía de un orden nuevo y distinto y dieron hasta la última gota de su sangre para que algún día el mundo fuera un lugar mejor, donde todos pudiéramos vivir en paz y en el que reinaran la ley y la justicia.

Tal vez los subestimamos. Nosotros éramos más y más fuertes; más educados. Los mejores intelectuales, sabios y pensadores, los mejores maestros y artistas estaban de nuestra parte. La verdad y la justicia estaban de nuestra parte. Pero aquellos malnacidos acabaron derrotando a nuestras tropas y muchos de los mejores se vieron condenados al cautiverio, a la muerte o a un largo y doloroso exilio. Nuestros muertos sembraron los campos de España. Perdimos el poder y la gloria. La barbarie acabó triunfando. Y todo empezó por el alzamiento de aquel general renegado al que los cruzados traidores elevaron al rango de Caudillo "por la gracia de Dios". Otros tuvieron que sufrir la represión y la humillación de los vencedores: permanecieron en un penoso exilio interior o lucharon en la clandestinidad. Pero nunca abjuraron de sus principios ni comieron carne de cerdo. Muchos murieron añorando la patria perdida hasta su último aliento.

El Caudillo Pelayo, el que encabezó aquella ignominiosa cruzada, fue el primer responsable de uno de los mayores genocidios de la historia: persiguió y reprimió a los musulmanes sólo por ser musulmanes. Era el Bush del siglo VIII. ¡Menudo racista de mierda! Y por sus crímenes contra la humanidad debería ser juzgado y condenado. La memoria de sus víctimas así lo exige. Por su culpa, España dejó de ser la joya de Al-Ándalus para acabar uniéndose a los cruzados de Occidente, verdaderos enemigos del Islam y objetivos en nuestra guerra santa. Los perros infieles lograron, para vergüenza nuestra, arrebatarnos la tierra. Pero el juez Garzón es nuestra esperanza y algún día, con las actas de defunción de los Reyes Católicos en la mano, expulsará a los cristianos de España, reconocerá los derechos históricos del Califato de Córdoba y restaurará la ley islámica en Al-Ándalus. En nombre de la memoria histórica reivindicamos que las fronteras vuelvan a ser las del año 722 y que los derechos históricos de la dinastía de los Omeya sean reparados. Covadonga y el Vaticano deben ser destruidos.

Don Baltasar: nuestros "muyahidin" cuentan contigo como ministro de justicia e interior del futuro califato restaurado. Enróllate: nosotros no te fallaremos como Felipe González. Y además, nuestros periódicos pondrán tu foto en sus portadas por lo menos una vez a la semana (para que estés contento). La verdadera "Reconquista" está a punto de empezar. (¡Pelayo, traidor! ¡Boabdil, patriota!)

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