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Introducción: Qué es la historia de la Iglesia y las claves de interpretación

Estudiar la historia de la Iglesia es estudiar la historia de nuestra familia en la fe. ¿A quién no le interesa saber sobre la historia de su propia familia? ¿No es verdad que solemos repasar los álbumes de fotos pasadas con regocijo y con emoción contenida? También nos asombramos de algunas fotos que salieron movidas, o un poco oscuras y mal enfocadas.

Repasaremos nuestro álbum de fotos; fotos sacadas desde hace dos mil años. Iremos viéndolas juntos con el cariño con que uno va hojeando lo más querido de su familia. De aquellas fotos que salieron muy bien, alegrémonos y demos gracias a Dios. De aquellas que están un poco movidas o medio mal, no nos escandalicemos, sino con respeto y en silencio demos la vuelta a la página, tratando de pedir a Dios por esos momentos difíciles de algunos hijos de la Iglesia, que tal vez desfiguraron el rostro de la Iglesia con su conducta. A todos nosotros nos puede pasar esto, si nos desviamos del espíritu del Evangelio.

La Iglesia es la estupenda obra que nos dejó Jesús aquí en la tierra para que le conozcamos a Él a fondo, lo amemos mejor, nos entusiasmemos de Él y extendamos su Nombre por todos los confines de la tierra. Es, pues, en la Iglesia donde nacimos a la vida divina, a la vida de fe. Es la Iglesia la que, como Madre, alimenta nuestra fe en la liturgia y en los sacramentos. Es la Iglesia la que nos protege con sus brazos maternales, cuando nos sentimos desprotegidos. Es la Iglesia la que nos tiende sus manos cuando hemos caído en el camino de la vida. Es en la Iglesia donde queremos vivir y morir en paz.

Antes de ir hojeando las fotos siglo por siglo, quiero dejar unos presupuestos, sin los cuales es imposible entender y amar a la Iglesia:

  1. La Iglesia es de origen divino: Dios Padre la planeó. Dios Hijo la fundó durante su vida terrena, cuando fue eligiendo a su apóstoles, los fue formando, les ordenó celebrar el memorial de su muerte, y con la fuerza de su Espíritu les dejó la misión de continuar su obra y de predicar su Reino; por eso, podemos decir que la Iglesia es «Cristo prolongado». Y Dios Espíritu Santo la está santificando y llevando a su plenitud. Por tanto, a la Iglesia hay que mirarla con los ojos de la fe; si no, jamás la podremos entender. De esta fe tiene que brotar un amor apasionado a nuestra madre Iglesia y un deseo de dilatarla por todo el mundo. A esto lo llamamos apostolado, que no es fanatismo, sino exigencia del amor a la Iglesia.
  2. Diversos nombres dados a la Iglesia: Jesús, para hacernos entender lo que es la Iglesia, quiso explicarla a través de imágenes o figuras: redil, cuya puerta es Cristo; rebaño que tiene por pastor a Cristo; campo y viña, cuyo dueño es el Señor; edificio, cuya piedra angular es Cristo, que tiene a los Apóstoles como fundamento y en el que los demás somos piedras vivas y necesarias. Pero uno de los más hermosos nombres que la Iglesia ha recibido es el de «comunión». «Comunión expresa más que comunidad, más que hecho social, más que congregación, más que asociación, más que fraternidad, más que asamblea, más que sociedad, más que familia, más que cualquier forma de colectividad humana; significa Iglesia, es decir, hombres y mujeres vinculados en Cristo. Ese cuerpo social, visible y espiritual, es precisamente lo que llamamos Iglesia» (Pablo VI). Esta Iglesia-Comunión exige espíritu de comunidad; la comunión y la comunidad no admiten ni individualismo ni particularismo. El Concilio Vaticano II[1] ahondó en otra imagen de la Iglesia: la Iglesia como Pueblo de Dios, que peregrina en la historia hacia la plenitud escatológica, es decir, hacia la plena glorificación en Cristo al final de los tiempos; Pueblo de Dios, que convoca a judíos y gentiles, se forma parte de él, no por la carne, sino por el agua y el Espíritu; Pueblo de Dios, que tiene por cabeza a Cristo muerto y resucitado; todos los que formamos parte de ese Pueblo de Dios tenemos la dignidad y libertad de los hijos de Dios; la ley de este Pueblo de Dios es el mandato de la caridad y tiene como fin extender a todos los hombres el Reino de Dios y hacerlo crecer hasta la consumación final. Esta imagen de Pueblo de Dios tiene un contenido profundamente religioso, pues es un Pueblo creado por la elección de Dios y por la alianza que él establece con los hombres. No es un término con sabor político-social, como ha querido manipular y reducir la así llamada «iglesia popular»[2].
  3. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Así como el alma da vida al cuerpo humano, así el Espíritu da vida a este cuerpo que es la Iglesia, mediante los sacramentos; además, el Espíritu Santo ilumina y guía a la Iglesia durante todos los momentos de su caminar terreno para que permanezca fiel a las enseñanzas de Jesús, su fundador.
  4. Las propiedades de la Iglesia: Esta iglesia es una, porque tiene su origen en la Trinidad, porque su única cabeza es Cristo, y porque está animada por un solo Espíritu; y manifiesta esa unidad en una sola fe, unos mismos sacramentos, y una misma jerarquía. Es santa, porque su fundador, Jesucristo, es santo y la vivifica con su Espíritu; porque a través de los sacramentos la santifica, y porque sus frutos más hermosos son los santos. Es católica, porque ha sido enviada a todos los hombres, está abierta a todas las razas, lenguas y naciones, sin excluir a nadie, y porque conserva la totalidad de la fe. Y es apostólica, porque por voluntad de Cristo está cimentada sobre Pedro y los demás apóstoles.
  5. Estructura de la Iglesia: Cristo quiso fundar una en la que todos somos iguales por el bautismo, pero al mismo tiempo la quiso gobernada por Pedro y los demás apóstoles. La Iglesia, por tanto es jerárquica[3], no democrática. Todos somos Iglesia y Pueblo de Dios, sí, pero Cristo dio a Pedro y a los demás apóstoles la misión y la autoridad para guiar, santificar y regir a sus hermanos. Los continuadores de los apóstoles son los obispos y sacerdotes. Por tanto, la Iglesia está formada por los ministros sagrados (obispos, sacerdotes y diáconos), por los laicos y por los religiosos. La misión de los pastores es servir a sus hermanos con la Palabra, con los sacramentos y la caridad, al estilo de Cristo, que vino a servir y no a ser servido. La misión de los laicos, en comunión y bajo la guía de los pastores, es participar en las realidades temporales, ordenándolas según el plan de Dios en Cristo, a fin de que su mensaje llegue y transforme todos los ámbitos sociales. La misión de los religiosos es seguir de cerca las huellas de Cristo practicando los consejos evangélicos, y de esa forma vivir consagrados a Dios, santificar a la Iglesia y dar testimonio ante el mundo de las realidades del Reino de los cielos.
  6. ¿Cómo mirar a la Iglesia? Tres miradas podemos lanzar a la Iglesia:
    1. Mirada superficial: la Iglesia se presentaría como una sociedad religiosa más, entre muchas otras. Es la mirada «aséptica» del descreído, de quien no tiene fe. Sólo ve los defectos de quienes están en la Iglesia y al frente de la Iglesia.
    2. Mirada más penetrante: reconocerá los valores y la vitalidad de la Iglesia. Discernirá en su unidad y universalidad un conjunto de caracteres maravillosos. Se asombrará del poder espiritual del Papa, afirmando que su origen, desarrollo e influjo constituyen el fenómeno más extraordinario de la historia del mundo. Pero todavía no va al fondo. Es la mirada del estudioso bien intencionado y honesto.
    3. Mirada de fe: es la única manera de percibir el misterio de la Iglesia. Con la fe descubrimos que su origen está en Dios, que Cristo la ha enriquecido con su Espíritu y con los medios de la salvación, y que tiene por misión hacer que todos los hombres lleguen al pleno conocimiento de la verdad y participen de la redención operada.
  7. ¿Qué es, pues, la historia de la Iglesia y las claves de interpretación? Es un entramado de hechos humanos y divinos, en donde la silenciosa acción del Espíritu Santo se combina eficazmente con la palpable libertad de los hombres. Y las claves de interpretación de la historia de la Iglesia son éstas:
    • La historia de la Iglesia sólo se entiende en función de su tarea santificadora y evangelizadora. El Vaticano II definió a la Iglesia como «Sacramento universal de salvación» (Lumen Gentium, 48)...»enviada por Dios, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres» (Ad Gentes, 1). Sólo a la luz de la fidelidad a esa misión cabe calificar de acertados o equivocados los hechos de sus ministros y de sus fieles.
    • La capacidad de errar de los hombres explica muchos episodios históricos negativos[4]: las herejías, la torpe intromisión de algunos eclesiásticos en cuestiones o ambiciones temporales (aseglaramiento, afán de poder, simonía, etc...), así como las vidas poco edificantes de otros. Estos hechos tristes, recogidos en su historia, no afectan a lo que es la Iglesia. Es más, ponen de manifiesto que ella es divina porque, a pesar de sus hombres, su doctrina se ha mantenido incólume desde que Cristo la predicara, produciendo abundantes frutos de santidad en todos los tiempos[5].
    • La Iglesia, manteniendo los rasgos esenciales determinados por su fundador, Cristo, también ha evolucionado en la historia al compás de los hombres, precisamente porque no es una sociedad desencarnada. Por eso, a la hora de interpretar los hechos hay que considerar el contexto histórico, que explica muchas decisiones y modos de obrar (p.e. la inquisición eclesiástica, Papas que coronaban a los emperadores, lucha por la investidura, etc.). No hacerlo así, es pecar de anacronismo o errores de juicio objetivo.
    • La Iglesia es experta en humanismo: iluminada por la revelación de Cristo, Dios y hombre perfecto, y enriquecida por su larga historia conoce en profundidad las glroias y las miserias del hombre, al que quiere ofrecer la salvación de Cristo. Esto explica:
      • Que a lo largo de sus veinte siglos haya sabido enjuiciar con tanta libertad y equidad muchas situaciones humanas, venciendo la fuerte coacción de poderosos intereses partidistas: guerras, decisiones de parlamentos, conferencias internacionales, etc.
      • Que esté en inigualables condiciones para defender la dignidad de la persona humana y los principios morales de su actuación, y para juzgar con la luz de la moral los retos que la ciencia, la cultura o la política ponen a la sociedad. Fruto de todo ello es su doctrina social[6].
  8. ¿Cuál es el fin de la Iglesia? Es predicar a todos los hombres la Buena Nueva de la redención operada por Cristo. Esta salvación de Cristo debe abarcar a todos los hombres sin distinción de clases sociales, y a todo el hombre: en su alma y en su cuerpo. Es un fin, por tanto, sobrenatural pero que empieza en el tiempo, espiritual pero que trasnforma la ralidades de este mundo.
  9. ¿Cuáles son los deberes para con la Iglesia?
    1. Creer en ella: No se puede creer en Cristo sin creer en ella. No se puede ser cristiano sin la mediación de la Iglesia. «Nadie puede tener a Dios por Padre, si no tiene a la Iglesia por madre» —decía san Cipriano. La fe en Cristo nos llega a través de la Iglesia.
    2. Conocer su doctrina: La doctrina de la Iglesia no es otra que el evangelio de Cristo, que le fue transmitido por los apóstoles y que ella, guiada por el Espíritu de la Verdad, continuamente medita, predica, defiende y aplica a las diversas situaciones en que viven sus hijos y el mundo.
    3. Amar a la Iglesia, Si la Iglesia nos ha engendrado para Cristo, por medio del bautismo, debemos amarla como un hijo ama a su madre: un amor que la comprende, que la apoya, que reza por ella, que se alegra de sus triunfos, que sufre con sus fracasos.
    4. Cooperar con su misión, para que todos lleguen al pleno conocimiento de la verdad y a la salvación que Cristo nos ha traído con su vida, muerte y resurrección. Así fue al inicio: la Iglesia fue extendiendo su radio de acción gracias a los viajes de san Pablo, a la palabra y ejemplo de los primeros cristianos, y a los milagros con que los apóstoles confirmaban la doctrina de Jesús. Incluso las mismas persecuciones, como veremos, sirvieron, para bien o para mal, para dar a conocer al mundo este fenómeno del cristianismo.
    5. Defenderla, aunque suframos martirio. Defenderla con la palabra, con los escritos, con el testimonio. Nunca, lógicamente, con las armas o con la violencia,pues se oponen a su esencia que es la caridad.

Termino esta introducción con un texto de Hermas, escritor de la primera mitad del siglo II, preocupado de los problemas de la Iglesia de su tiempo. Tuvo una visión con un ángel, que tomó la apariencia de un joven pastor. Y en esto llegó una anciana vestida de esplendor, con un libro en las manos, se sentó sola y saludó a Hermas.

Hermas, afligido y llorando, le dijo al ángel vestido de pastor:
—¿Quién es esa anciana?

—La Iglesia, me dijo.

—Y, ¿cómo es tan anciana?

—Porque fue creada antes que todo lo demás. Por eso es tan anciana; el mundo fue formado para ella, dijo el ángel.

«En la primera visión la vi muy anciana y sentada en un sillón. En la siguiente, tenía un aspecto más joven, pero el cuerpo y los cabellos eran todavía viejos; me hablaba de pie; estaba más alegre que antes. En la tercera visión era muy joven y hermosa; de anciana tenía tan sólo los cabellos; estuvo muy alegre y sentada en un barranco».

«En la primera visión —dijo el joven- esa mujer aparecía tan anciana y sentada en un sillón, porque vuestro espíritu estaba ya viejo, marchito y sin fuerzas, por vuestra molicie y vuestras dudas...En la segunda visión la viste en pie, con aire más joven y alegre que antes, pero con el cuerpo y los cabellos de anciana, pues el Señor se apiadó de vosotros; vosotros desechasteis vuestra molicie y os volvió la fuerza y os afianzasteis en la fe...En la tercera visión, la viste más joven, hermosa, alegre, de un aspecto encantador; los que hayan hecho penitencia se verán totalmente rejuvenecidos y afianzados» [7].

De nosotros, sus hijos, depende que la Iglesia siga joven, lozana y alegre. Y con nuestra actitud de continua conversión y lucha por la santidad iremos hermoseando el rostro de esta madre, que tantos hijos han afeado consus actos a lo largo de los siglos.

Comencemos, pues, a abrir con respeto el álbum de familia, de nuestra familia eclesial desde el principio.

Notas

[1] En la constitución sobre la Iglesia, "Lumen gentium", capítulo II.

[2] Esta iglesia popular ha intentado contraponer pueblo de Dios (laicos) y jerarquía. Esta contraposición, hábilmente manejada, lleva a identificar la Iglesia con el pueblo pobre y oprimido, y a ver en la jerarquía una sobre-estructura, frecuentemente hostil al pueblo.

[3] No tengamos miedo a esta palabra tan desacreditada en algunos ambientes. Jerarquía es una palabra griega que significa "servicio sagrado".

[4] Humanum fuit errare, diabolicum per animositatem in errore perseverare (San Agustín, Serm 164, 14)

[5] Aquí cabe traer a colación lo sucedido a Ludovido Pastor, protestante, que mientras escribía la historia de la iglesia en todos sus avatares positivos y negativos, llegó a la conclusión de que esta institución, la Iglesia, debía tener carácter divino, porque ha podido resistir veinte siglos y ni siquiera algunos de los mismos hijos de la Iglesia, que se comportaron indignamente, han podido destruirla. De hecho, se convirtió al catolicismo exclamando: "La Iglesia católica es la verdadera Iglesia".

[6] Así lo expresaba Juan Pablo II en México, pocos meses después de la emblemática caída del Muro de Berlín: "En esta hora de la historia, cuando asistimos a profundas transformaciones sociales y a una nueva configuración de muchas regiones del planeta, es necesario proclamar que cuando pueblos enteros se veían sometidos a la opresión de ideologías y sistemas políticos de rostro inhumano, la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, levantó siempre su voz y actuó en defensa del hombre, de cada hombre, del hombre entero, sobre todo de los más débiles y desamparados...La defensa de la verdad sobre el hombre le ha acarreado a la Iglesia sufrimientos, persecuciones y muertes. La Iglesia ha tenido que pagar, también en tiempos recientes, un precio muy algo de persecución, cárcel y muerte. Ella lo ha aceptado en aras de su fidelidad a su misión" (7 de mayo de 1990).

[7] Hermas, El Pastor, 2, 2; 8, 1; 18, 3-4; 20; 21

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