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El poder de la elección

Leía en una revista especializada una encuesta realizada entre compañeros de unas víctimas de la drogadicción. A la pregunta de porqué se drogaban, respondían: «No nos interesa nada, todo nos deja indiferentes»; e incluso una frase de una joven de 18 años: «en mi estado normal veo las cosas tal como son; una vez drogada, las veo como quisieran que fuesen». La pobre, sin saberlo, repetía una frase célebre de Bossuet: «El pero desorden del espíritu consiste en ver las cosas no como son, sino como quisiéramos que fuesen». Bossuet hablaba de la influencia de las pasiones abandonadas a sí mismas y no del desarreglo provocado artificialmente. Se drogan porque se aburren... ¿Cómo los jóvenes pueden y se atreven a aburrirse?

Nunca se ha ofrecido a los hombres un abanico tan vasto de posibilidades, de estudiar y de elegir la profesión adecuada, y en el plano de las distracciones, lecturas, deportes, viajes, espectáculos, etc... Hoy tienen todas las posibilidades de acceder a cualquier profesión y correlativamente, a cuadros dirigentes en la sociedad. Sin embargo, de aquí la paradoja: cuando los jóvenes tenían más razones objetivas para aburrirse, se acomodaban a una existencia aparentemente insípida; y cuando tienen todas las posibilidades para distraerse, se aburren. Pero la explicación es sencilla. No es la falta de alimento la causante del aburrimiento, sino la inapetencia en la sociedad.

El aburrimiento es como una toxina segregada por la abundancia mal asimilada. La peor miseria del hombre no es la de no tener nada, sino la de no querer nada. Entonces, busca un remedio para la inapetencia; no el ayuno, que le devolvería el gusto por los verdaderos alimentos, sino excitaciones artificiales, cuyo efecto se apaga muy pronto y exige medios mas adúlteros y nocivos. Así se opera la escalada de la falsa evasión, hasta llegar al recurso de la droga, término normal de la huída de lo real, como refugio contra el aburrimiento en la disolución de su personalidad.

Demasiado bienestar, demasiadas posibilidades, demasiadas facilidades, mucho tiempo libre, piensan algunos... Yo no creo que sea lo único que provoca esta situación. Lo que a muchos les falta es el modo de cómo emplear ese bienestar y ese tiempo libre. La civilización moderna cultiva todos nuestros deseos, pero descuida enseñarnos el buen uso de los bienes que deseamos. Aquí reside el nudo del problema: si no sabemos unir la abundancia exterior con la disciplina interior, la propia abundancia nos será arrebatada, pues la prosperidad económica no puede subsistir más que con el trabajo y las buenas costumbres.

Toda buena digestión implica dos condiciones: el discernimiento, que consiste en no comer cualquier cosa; y la moderación, que consiste en no comer demasiado. La glotonería trae la enfermedad y el médico que no tarda en imponernos un severo remedio.

El mundo moderno nos presenta lo necesario y lo superfluo; lo útil y lo perjudicial; lo mejor y lo peor. Lo único en lo que no podemos fallar es en la responsabilidad de la elección.

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