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¿Felices los pobres?

Ahora que tanto se habla de la crisis económica mundial y de las cantidades astronómicas que los gobiernos van a dedicar a contrarrestarla con oscuras y confusas medidas, puede ser interesante echar una ojeada a lo que dicen los evangelios sobre las riquezas y el dinero.

En el llamado sermón de la montaña, Jesús de Nazaret llama felices a los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos, el reino de Dios. Es una afirmación desconcertante para nosotros que tanto valoramos la riqueza, hasta el punto de haberla convertido en el eje y razón de toda nuestra actividad. Nadie quiere ser pobre y cuando nos vemos amenazados por las dificultades económicas, exigimos soluciones y nos sentimos desgraciados.

Creo que para entender esta afirmación de Jesús hay que ponerla en relación con todo lo que dijo y en cómo vivió. Jesús vivió como uno de tantos, como un hombre cualquiera, tuvo un oficio, no fue un mendigo, vivió en un pueblo y pasó desapercibido la mayor parte de su vida. Vio también como vivían las clases dirigentes, los sabios y los ricos. Sabía por experiencia propia de lo que hablaba.

La clave para entender lo que dice de los pobres quizás sea escuchar lo que dice a los ricos: que no pueden servir a Dios y al dinero, que las riquezas que acumulen no le servirán para evitar la muerte, que les será muy difícil entrar en el Reino que él ha venido a anunciar.

Entonces y ahora, nuestro problema es que en lugar de servirnos de las riquezas, del dinero, estamos a su servicio. Es fácil comprobar que cuanto más dinero se tiene más se desea, se dedica la vida entera a acumularlo y aumentarlo con codicia y al mismo tiempo se va estableciendo una barrera que nos aísla de los demás, de los que tienen menos. Es fácil conocer y ser conocido, tratar con los demás en tu barrio, en tu ciudad, mientras seas uno de tantos. Si te enriqueces, el círculo de tus relaciones se irá estrechando cada vez más. El servicio a la seguridad de tu riqueza no te dejará ser feliz y al final tendrás que dejarlo todo aquí.

Dicen los que mandan que van a refundar el capitalismo. Podrían tener en cuenta que el egoísmo y la codicia no van a conseguir un mundo más justo ni más humano. Que no existe ningún sistema político cuya organización nos exima de la moralidad personal. Que no se puede proclamar el ateismo si al mismo tiempo se sirve y adora a otros dioses: el dinero, el poder o el placer. Que es necesario vigilar a las élites políticas y económicas que tienden a dominar y someter a los demás. Que el intervencionismo del poder solo se justifica por el bien común. Que hay que respetar a las personas siempre y garantizarles la libertad necesaria para su pleno desarrollo.

Los sistemas políticos que inventemos no serán nunca el Reino de Dios, pero al menos que no dificulten su realización. Los pobres de espíritu, que no viven apegados codiciosamente a sus riquezas, y que están siempre dispuestos a vivir la fraternidad para que todos puedan vivir mejor, son los que ya tienen el Reino de Dios aquí y ahora y pueden extenderlo si los dejan.

Que esto es difícil es verdad, Jesús mismo lo reconoció. Conseguir vivir sin apego a las riquezas es imposible para los hombres pero no para Dios. Por eso los cristianos le pedimos cada día que no nos deje caer en la tentación. La tentación de la codicia, del egoísmo, del placer...

Que las dificultades de la crisis económica que nos azota sean una oportunidad para sentirnos solidarios con todos los que sufren y para reconocer que todos tenemos nuestra parte de culpa. Que en este mundo globalizado en el que nos ha tocado vivir encontremos soluciones que eviten el hambre, la pobreza y la guerra.

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