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A propósito del Opus Dei

«¿Tendré que volver a afirmar que los hombres y mujeres, que quieren servir a Jesucristo en la Obra de Dios, son sencillamente ciudadanos iguales a los demás, que se esfuerzan por vivir con seria responsabilidad —hasta las últimas conclusiones— su vocación cristiana?» Así se interrogaba san Josemaría, hace cuarenta y un años, en una homilía pronunciada ante miles de personas. Efectivamente, parece oportuno recordar esa libertad y responsabilidad personales, que conllevan la honradez para pechar con la propia responsabilidad; el respeto cristiano para con otras opiniones diversas; y el ser lo suficientemente católicos para no servirse de la Iglesia ni mezclarla en banderías humanas, como insistía en la misma ocasión.

Aconsejaba comprender a quienes no nos comprenden y también a comprender que no nos comprendan. No siempre nos acompañará el éxito porque, incluso en los defectos, somos iguales a los demás. Sí puedo afirmar que, a cualquier fiel de la Prelatura del Opus Dei, le agrada ver reconocido el ejercicio de su libertad y su responsabilidad, sin transferir a la Obra —sería trasladarlo a la misma Iglesia- las opciones tomadas y sus consecuencias. Así he visto gozar de su libre albedrío a taxistas, profesores de universidad, sindicalistas, ejecutivos, amas de casa y un largo etcétera que abarcaría el universo de todas las posibilidades humanas. Nadie se frena con el pensamiento de arrastrar hasta la Obra las consecuencias de sus actos. Tampoco lo hizo el fundador, aunque en algún momento hubiera sido una solución cómoda, pero sabía que se jugaba el alma y la existencia de la institución. «Libertad, hijos míos. No esperéis jamás que la Obra os dé consignas temporales», escribía en 1959. No es usual, por ejemplo, atribuir a una diócesis, o al Ordinariato castrense, las decisiones de políticos o militares de esas jurisdicciones, que son el analogado más próximo de la Prelatura.

Se me puede objetar que soy parte interesada. Y es bien cierto, pero también deseo mirar toda realidad sin clichés previos, sin rutinas. Sirve aquí algo que trató magistralmente el último Concilio y que ayuda a la comprensión de un doble aspecto de la libertad cristiana: como inmunidad de coacción en la sociedad civil por motivos religiosos; y como autonomía del católico en asuntos temporales. Sé que cuesta entender la Iglesia desde fuera de la fe, pero también nuestra Constitución ampara esos derechos inherentes a la persona, y esa libertad es algo muy civil. Por fortuna, una sociedad democrática facilita la comprensión de las diversas sensibilidades en el ejercicio de la libertad.

Los actos de los católicos se realizan desde su leal saber y entender, sin hacer confesionalismo personal ni catolicismo oficial, que serían clericalismo. Incluso en temas morales, es obvio que el Opus Dei no tiene una ética particular ni para los que se reputan comunes a la humanidad -lo propio de la persona- ni para lo específico de los católicos, porque sus miembros tratan de vivir lo enseñado por el magisterio de la Iglesia. El pluralismo, que surge dentro de la misma Prelatura, no es ni problema ni táctica. Es síntoma de salud, porque lo que une a sus miembros está en otro nivel: buscar la identificación con Cristo en cualquier tarea, y ofertar esa búsqueda al que lo desee.

Escribió san Josemaría: «El cristiano, cuando trabaja, como es su obligación, no debe soslayar ni burlar las exigencias propias de lo natural. Si con la expresión bendecir las actividades humanas se entendiese anular o escamotear su dinámica propia, me negaría a usar esas palabras». Era muy sacerdotal, pero con una nítida mentalidad laical, que incluía necesariamente un grande y real amor a la libertad, lejana de todo fanatismo, en convivencia pacífica con todos, como pide en la homilía citada al inicio. El más breve poema de Juan Ramón dice: «¡No la toques ya más, que así es la rosa!». Con las palabras de nuestro Nobel no solicito inmunidad de crítica, pero así es la rosa: una inspiración divina, vivida por mujeres y hombres con ilusiones, limitaciones y pecados. Del don y de la tarea, Dios pedirá cuenta a cada uno, no a un colectivo.

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