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Llevar la fe al ciberespacio

Las nuevas tecnologías son un medio espléndido para la educación y la comunicación, y al mismo tiempo, un desafío. De un lado, son un fruto de la inteligencia humana al servicio de todos. De otro lado, un desafío, porque pueden volverse en contra, particularmente de los más necesitados y vulnerables. Lo señala Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales (2009).

El Papa apunta a la raíz antropológica del fenómeno. «Su popularidad... responde al deseo fundamental de las personas de entrar en relación unas con otras». El anhelo de comunicación y amistad, que caracteriza a la denominada «generación digital» no es un resultado de las innovaciones tecnológicas, sino que es anterior a ellas, y puede comprenderse a la luz del mensaje bíblico. «Cuando sentimos la necesidad de acercarnos a otras personas, cuando deseamos conocerlas mejor y darnos a conocer, estamos respondiendo a la llamada divina, una llamada que está grabada en nuestra naturaleza de seres creados a imagen y semejanza de Dios, el Dios de la comunicación y de la comunión». En síntesis, todo ser humano tiene una tendencia a salir de sí mismo para entrar en relación con los demás, porque ha sido hecho para amar. Y las nuevas tecnologías pueden facilitar la comunicación y la comunión con los otros, si promueven una cultura de respeto, diálogo y amistad. Así como los primeros cristianos alcanzaron las dimensiones humanistas de la cultura grecorromana hasta el punto de poder tocar la mente y el corazón de sus contemporáneos, hoy los cristianos están llamados a saber moverse en el ciberespacio para testimoniar, también ahí, su fe.

Primero, el ciberespacio permite conocer, experimentar y encontrarse con los valores y tradiciones de otros, a condición de que ese diálogo esté basado en la verdad y el respeto, la comprensión y la tolerancia. De ahí surgen la felicidad y la alegría, que son fruto de la búsqueda del bien, de la belleza y la verdad. Pero —observa el Papa— no hay que confundir la elección misma con el bien, la novedad con la belleza y la experiencia meramente subjetiva con la verdad.

En segundo término hay que subrayar la amistad como ayuda para la maduración y el desarrollo de las personas. La condición en el caso de las amistades on line, es que no vayan «en deterioro de nuestra disponibilidad para la familia, los vecinos y quienes encontramos en nuestra realidad cotidiana, en el lugar de trabajo, en la escuela o en tiempo libre», o se vuelvan en obstáculo para el descanso, el silencio y la reflexión. La amistad auténtica no encierra ni aísla, sino que madura y abre a las personas ante las necesidades de los demás. Por eso otra condición para que las nuevas redes digitales favorezcan la solidaridad y la cooperación entre los pueblos, es que estén realmente accesibles a todos; de lo contrario, sólo contribuirían a separar a los pobres de la información y la socialización humana.

Por último, aunque no menos importante: los cristianos y sobre todo los jóvenes, están llamados a dar testimonio de su fe también en el mundo digital. Con la misma naturalidad con que se mueven en el «continente digital», pueden ofrecer ahí el mayor don y la mejor noticia: «El corazón humano anhela un mundo en el que reine el amor, donde los bienes sean compartidos, donde se edifique la unidad, donde la libertad encuentre su propio sentido en la verdad y donde la identidad de cada uno se logre en una comunión respetuosa». Lo expresa bien el británico Danny Boyle, director de la película Slumdog Millionaire que ha ganado ocho oscars, cuando dice que intentó mostrar cómo el consumismo se opone a lo espiritual del hombre, y que «lo verdaderemante importante es respetar la vida y amar a los demás».

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