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De cómo llegar a Benedicto XVI a partir de un diario anticlerical
En la España de los ochenta solía yo leer de vez en cuando algunas secciones de «El País», especialmente las de cultura y sociedad, pues la política ya entonces me daba cortocicuitos y migrañas. Y no dejaba de llamarme la atención la demonización continua que el periódico hacía del entonces Prefecto para la Congregación de la Fe, el cardenal Ratzinger, que siempre aparecía en fotos con cara de pocos amigos, subtítulos alusivos a la Inquisición y clarificando o condenando o alguna idea o posición secular o religiosa implícita o explícitamente bendecida por el periódico. Hasta que hubo un momento en que tanta maldad acumulada en una sola persona empezó a parecerme extraña. Poco a poco había ido formándose en mí una imagen del cardenal equivalente a la de un segundo Hitler, un segundo Stalin o algo parecido. Y la verdad empecé a sospechar que en este caso no era carbón todo lo que relucía. Al menos por la sencilla razón de que todos los hombres y mujeres tienen algo bueno escondido por alguna parte, y que, como en literatura, los personajes planos son los menos reales.
Así que seguí alimentando mis sospechas y di el paso heroico para un lector de «El País»: ir a la fuente yo mismo y desconfiar del pontificado de la redacción. Al fin y al cabo por entonces estaba empezando mi tesis doctoral en crítica literaria y una de las ideas básicas en que me insistía mi director —que creo que era lector de «El País»— era la de comenzar por la consulta personal de las fuentes primarias, sin intermediarios de ningún tipo. En otras palabras, ya que viajar a Roma y conseguir una audiencia con el cardenal me parecía inviable, me hice con uno de los libros más denostados por el magisterio del periódico, el Informe sobre la fe, una larga entrevista de Vittorio Messori al cardenal. Y lo que encontré allí no fue sino una cabeza objetiva y brillante, un razonamiento frío, articulado y lógico, pero a la vez humano, y una personalidad nada agresiva ni autoritaria, nada amiga de estereotipos y realista, y también paciente y sencillamente abierta al diálogo. Y una visión de la Iglesia completa y bien redondeada, donde se distinguía entre las limitaciones humanas de sus integrantes y la misión especial de la misma. También recuerdo sobre todo algunas de las semiprofecías que se han ido cumpliendo: secularización progresiva de Europa pero crecimiento del cristianismo a nivel mundial, globalización y simplicación de las ideas, relativismo moral, etc.
Tanto me impresionó el libro que empecé a leer a Ratzinger con más frecuencia que «El País» y a concluir definitivamente que ni la persona que escribía así podía ser un ogro ni lo que decía podía venir de una mente dominada por la manía persecutoria, características éstas que empezaba a ver más propias del periódico y todo su aparato. Siguieron más lecturas de sus libros y entrevistas (Cooperadores de la Verdad, La sal de la tierra, Dios y el mundo, etc.) e incluso visitas y descargas de la página de internet de sus fans, y concluí que no estaría nada mal que sus libros se convirtiesen en best-sellers. Este "sueño literario" se hizo realidad tras su elección como Papa, pues sus libros se empezaron a vender como pan caliente, a ser codiciados por los agentes literarios como cualquier novela de Stephen King y alguno de ellos, como el actual Jesús de Nazaret, a ocupar el número uno de las listas (no he podido comprobar si «El País» ha admitido esto). Y también me parece que al pasar al primer plano que antes ocupaba Juan Pablo II, ha quedado claro que su carácter es más el de un manso y sabio padre de la Iglesia que el de un loco cazador de brujas. No sé qué habrán hecho con aquella imagen anterior en los archivos de «El País», y presumo que quizá, como en la orwelliana 1984, andarán ahora retocando y ajustando los artículos y las fotos referidos al cardenal, para que la Historia no les saque los colores.
He de decir que ya apenas leo «El País», y que por ello he experimentado un poco eso de «La verdad os hará libres». Y creo también que el director de mi tesis habrá aplaudido mi recurso a las fuentes primarias.
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