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XIII.- La neurosis de ansiedad y la neurosis obsesiva
Hemos mencionado ya en otra ocasión que no es posible ver el origen de las neurosis en el hecho de que el paciente haya sufrido alguna vez, en su primera infancia, un shock o un trauma, pues, tal como decíamos entonces, hay que tener en cuenta también la actitud que el hombre adopta ante lo que vive, y de esta actitud depende sobre todo el que el trauma, es decir, la lesión psíquica, por así decirlo, le deje una cicatriz, una enfermedad mental crónica.
Hoy vamos a tratar las causas somáticas de las neurosis. Para ello partiremos de las neurosis de ansiedad, en especial de la agorafobia. Con respecto a ella cabe decir que las personas afectadas muestran síntomas claros de una hiperfunción de la glándula tiroides. Se puede decir también que sufren una hiperexcitabilidad de uno de los dos nervios vegetativos, del simpático, si es que es lícito establecer una diferencia entre la función de este nervio y la de su contrario, el vago. Sea como fuere, se da la mencionada hiperexcitabilidad nerviosa, y la cuestión es si se trata de una relación causa-efecto, si esta relación es reversible y si puede ser un efecto recíproco, pues está claro que igual que una hiperexcitabilidad del simpático trae consigo una cierta disposición al miedo como reflejo psíquico, también la ansiedad de una persona causa en el simpático un estado de excitación. No olvidemos, pues, lo siguiente: una irritación por complexión u ocasional del simpático se traduce en el ámbito psíquico en una disposición al miedo.
Pero, ¿se trata entonces de un caso de neurosis de ansiedad en el sentido de una neurosis manifiesta, esto es, de una auténtica enfermedad? No. Tiene que añadirse todavía algo a esta disposición al miedo, algo nuevo, esto es, se tiene que apoderar de ella un mecanismo psíquico que los neurólogos conocemos bien. Sólo entonces ha sonado la hora del nacimiento de la neurosis. ¿Qué mecanismo es éste? Es la ansiedad de expectativa que yo he mencionado ya repetidas veces y cuya importancia he destacado. Permítanme poner un ejemplo sobre las repercusiones de esta ansiedad. Supongamos que alguien es lábil y tiende a tener una secreción abundante de sudor. Un día se encuentra con un jefe o con cualquier otra persona de una posición social alta. ¿Qué sucederá? Comenzará a sudar debido al miedo y a la agitación, y se dará cuenta de que le suda considerablemente la mano con que tiene que saludar a la otra persona. Es muy probable que la próxima vez que se vea en una situación similar tenga miedo de que le pueda pasar de nuevo lo mismo y verse también en un apuro. Pero, ¿qué sucede realmente? El miedo a la sudoración es precisamente lo que le lleva el sudor, el denominado sudor frío, a los poros. En una palabra, vemos cómo un síntoma, en este caso concreto el sudar, provoca un fuerte temor, cómo este temor, la ansiedad de expectativa, es decir, la espera inquieta, refuerza ese síntoma y cómo, finalmente, este síntoma así reforzado aumenta el temor del paciente. Se crea, así, un círculo vicioso, o mejor dicho, el paciente se encierra en este círculo vicioso, se mete en él como en un capullo. Todos conocemos el antiguo proverbio que dice que el deseo es el padre del pensamiento. Ahora podemos añadir: si el deseo es el padre del pensamiento, la ansiedad es la madre del acontecimiento, de la enfermedad.
Si volvemos a la neurosis de ansiedad, podemos ver que en ella la ansiedad de expectativa está en relación con algo especial, de forma que en el caso de la neurosis de ansiedad aquello que la persona afectada teme tanto, aquello que espera con tanto miedo, es el propio miedo. En una palabra, la persona que padece una neurosis de ansiedad tiene miedo al miedo. Y esto coincide con F. D. Roosevelt, quien dice en sus famosas charlas al calor de la lumbre: «No hay nada tan temible como el miedo mismo.» Pero sigamos preguntando, profundicemos, busquemos la causa por la que el paciente le tiene miedo al miedo. Veremos que le tiene miedo en la medida en que teme las consecuencias de la excitación que el propio miedo provoca; teme que le dé un colapso en un espacio abierto o que le dé un ataque en la calle, sea un ataque cardiaco, sea una hemorragia cerebral. Y aquí tiene que actuar la psicoterapia —prescindimos de la somatoterapia simultánea— haciéndole ver lo infundados que suelen ser tales temores. Además, la psicoterapia debe estimular al paciente para que en ningún caso huya de su miedo (paradójicamente, quedándose en casa); para que intente desear, aunque sólo sea durante unas décimas de segundo, todo aquello a lo que le tiene miedo. En el momento en que en el lugar del temor aparezca el deseo, se habrá acabado el miedo. Cuando se conoce, el miedo resulta absurdo y, como tal, desaparece. Permítanme que les demuestre todo esto con la ayuda de unos casos concretos. Un día me vino a ver un colega, que no ejerce la misma especialidad que yo, sino que es cirujano, y que sufre lo indecible cuando realiza una operación en la clínica donde trabaja, porque comienza a temblar en el momento en que entra en la sala de operaciones el director de la clínica. Más adelante comenzó a temblar también cuando le tenía que dar fuego a alguien, y todo por miedo a que el otro pudiera notar su temblor y pensar: «Dios mío, si tiembla tanto por darme fuego, no me gustaría que me tuviera que operar.» Sólo una vez no había temblado en una ocasión similar: cuando viajaba en tren con un conocido que temblaba más que él. Cuando tuvo que darle fuego y tenía, por tanto, todos los motivos para estar tembloroso, no notó la más mínima vibración. ¿Por qué? Sólo porque en ese momento, y sólo entonces, no tenía por qué temer el temblor. Estaba demostrado de una vez para siempre —y sólo había que hacérselo saber al enfermo (al médico enfermo) — que era el miedo lo que provocaba el temblor.
Y hablo precisamente del paciente médico porque también me gustaría mencionar los resultados de su tratamiento. No sólo logró liberarse del miedo a temblar y, con ello, del temblor mismo, sino que además curó a otra paciente de una neurosis similar. Sucedió de la siguiente manera: yo comenté este caso en una de mis clases a los estudiantes de medicina y catorce días más tarde recibí una carta en la que una estudiante que había asistido a aquella clase me explicaba que, desde hacía ya tiempo, comenzaba a temblar si cuando estaba realizando una disección entraba en la sala el profesor de anatomía para observar a los alumnos; pero después de oír cómo había encontrado mi colega el camino para salir de su miedo a temblar, intentó utilizar en sí misma ese método terapéutico y proponerse lo mismo que se decía el cirujano, esto es: «Ha entrado el profesor, voy a temblar para él, le voy a enseñar que sé hacerlo.» Y en ese momento había desaparecido ya cualquier temblor. El lugar del miedo lo había ocupado el deseo, que la había curado. Como es lógico, no se piensa en este deseo ni en serio ni de forma definitiva, pero lo importante es que se haga durante un instante; el paciente se ríe de ello y en ese mismo momento gana la partida, pues esta risa, el humor crea una distancia, y permite al paciente alejarse de su neurosis, de los síntomas neuróticos. Y no hay nada como el humor que ayude al hombre a crear distancias entre algo y sí mismo. A través de él, el paciente aprende enseguida a ironizar y también a superar sus síntomas neuróticos.
Todo esto es, evidentemente, sólo un aspecto y no el conjunto o la esencia de la psicoterapia de las neurosis, pero se trata de un aspecto importante e incluso en ciertas ocasiones, decisivo.
Una terapia de este tipo suele tener también un efecto favorable en las neurosis obsesivas. Sin duda, las circunstancias son diferentes en cada caso. La persona que padece una neurosis obsesiva tiende a cavilar, a dudar y a ser escrupulosa; o siente la obsesión de contar ventanas o pensar blasfemias; la obsesión de mirar continuamente si la llave del gas está cerrada o de lavarse las manos a todas horas. Un día, sea por el motivo que sea, comienza a tener miedo de los pensamientos a menudo ridículos que le invaden de vez en cuando, es decir, comienza a tener miedo de las obsesiones. Basta con que se le ocurra pensar que podría tratarse de una señal o incluso de un síntoma de una enfermedad mental, de una auténtica psicosis. Y entonces, preocupado por ello, comienza a luchar contra estas ideas. Igual que siente miedo del miedo la persona que padece una neurosis de ansiedad, quien sufre una neurosis obsesiva tiene, como está demostrado, miedo a la obsesión, esto es, a las ideas obsesivas, lo que le hace luchar contra ellas, pues mientras que la persona que sufre una neurosis de ansiedad huye del miedo, como ya hemos visto, quien padece una neurosis obsesiva se enfrenta a él. Y esto es también un error, ya que al igual que la ansiedad se convierte en un «miedo al miedo», también crece la presión de las ideas neurótico-obsesivas que pesan sobre las personas que padecen este tipo de neurosis, y ello debido precisamente a la contrapresión que ejercen dichas personas al enfrentarse a las ideas obsesivas.
En estos casos, la terapia tiene que empezar a actuar también por la raíz, que es el hecho de que todas estas personas neurótico-obsesivas son víctimas de un error: no saben —o al menos no lo saben antes de que se les diga— que temen algo de lo que no tienen por qué atemorizarse. Ellas precisamente no pueden ser enfermas mentales, pues todos los psiquiatras saben que las personas que tienden a tener ideas obsesivas u obsesiones son inmunes a las enfermedades mentales auténticas, y están, pues, inmunizadas contra la psicosis.
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