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«Dar razón de la esperanza». Una lectura de la encíclica «Spe salvi» desde la perspectiva de la Teología Fundamental

Introducción

La segunda encíclica de Benedicto XVI, «Spe salvi», con fecha del 30 de noviembre de 2007, es un texto rico, que se presta a múltiples lecturas. Intentaremos aproximarnos a este documento pontificio desde la perspectiva de la Teología Fundamental. En un primer momento, señalaremos, al hilo de la encíclica «Fides et ratio» de Juan Pablo II, las tareas específicas de la Teología Fundamental como disciplina teológica. En un segundo paso, indicaremos los retos que para la apologética se derivan de «Spe salvi». Un tercer apartado está dedicado a la relación entre la razón y la fe, tal como se perfila en dicha encíclica. Finalmente, trataremos acerca de la relación que en el documento de Benedicto XVI se establece entre revelación, acto de fe y credibilidad.

Hemos procurado atenernos al texto de la encíclica, limitando, en lo posible, la referencia a otros documentos, asumiendo el riesgo de prescindir de elementos que podrían contextualizar pertinentemente la enseñanza doctrinal de la «Spe salvi».

Las tareas específicas de la Teología Fundamental

La Teología Fundamental es una disciplina «que tiene la misión de dar razón de la fe», recordaba el Papa Juan Pablo II en la encíclica «Fides et ratio», citando el texto clásico de 1 Pe 3, 15[1]. En esta encíclica, «Fides et ratio», Juan Pablo II llevaba a cabo la descripción más amplia de la Teología Fundamental que podemos encontrar en un texto del Magisterio. Tres tareas específicas corresponden a la Teología Fundamental:

  1. Dar razón de la fe.
  2. Justificar y explicitar la relación entre la fe y la reflexión filosófica.
  3. Estudiar la revelación y su credibilidad, junto con el correspondiente acto de fe.

Para cada una de estas tareas específicas, y para la concepción global de la Teología Fundamental, ofrece luces y estímulos la encíclica de Benedicto XVI «Spe salvi».

Dar razón de la fe

Desde los inicios del cristianismo la función apologética —la función de «dar razón de»— se comprende, siguiendo 1 Pe 3, 15, como un «dar respuesta»; en definitiva, como una tarea que forma parte del testimonio de la fe[2].

Si nos situamos en el período post-apostólico, podremos imaginarnos con facilidad los contactos que, en la convivencia cotidiana, se daban entre los cristianos y los no cristianos. La conducta, nueva y singular, de los primeros cristianos suscitaba interrogantes y resultaba normal que quienes se sentían sorprendidos por este modo de vida indagasen acerca de la razón que lo animaba.

El texto de 1 Pe 3, 15 fue empleado ya por Clemente de Alejandría, en el siglo II, y poco después por Orígenes, que añade a la esperanza también la fe. San Agustín, en su carta «Ad Consentium», toma el texto petrino como referente, igualmente con el añadido de la fe. Benedicto XVI va más allá de un añadido. En realidad no hace falta re-escribir 1 Pe 3, 15 para que diga: «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza (y de vuestra fe)». Basta con hacer referencia a la esperanza, pues —nos dice el Papa— en este pasaje «'esperanza' equivale a 'fe'»[3].

El carácter intercambiable de la «fe» y de la «esperanza» se documenta, asimismo, en otros textos neotestamentarios (cf Hb 10, 22-23). ¿Qué significado tiene esta equivalencia entre fe y esperanza a la hora de «dar razón» del cristianismo; es decir, a la hora de cumplir la primera tarea de la Teología Fundamental?

A mi modo de ver, el acento se pone, de esta manera, en el aspecto «práctico» de la fe. O, empleando la terminología de Benedicto XVI, en su carácter «performativo»: «el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida»[4]. Dar razón de la fe no consiste únicamente en justificar su sentido, su coherencia interna, o en fundamentar su anclaje en la historia, sino en mostrar su significatividad existencial; su capacidad de alumbrar y sostener la esperanza.

Acento que se vuelve particularmente urgente si se tiene en cuenta —como afirma el Papa— que la crisis actual de la fe, en sus aspectos concretos, «es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana»[5]. No se trata exclusivamente de preguntarnos si la fe es verdadera, sino de si es también para nosotros «una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida»[6]. En el hombre podemos constatar algo así como una «dialéctica de la esperanza» que se refleja en una correlativa «dialéctica del deseo»: «No podemos dejar de tender a ello [a la vida misma, a la vida verdadera; en definitiva, a la felicidad] y, sin embargo, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar no es lo que deseamos»[7]. En esta desproporción o dialéctica del deseo encontramos el anclaje humano de la necesidad de esperanza: «cuando estas esperanzas se cumplen [cuando se cumplen las «pequeñas esperanzas»], se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá»[8].

Razón y fe

¿Puede la razón por sí misma, el hombre por sí mismo, colmar este deseo de esperanza? ¿Puede el hombre darse a sí mismo «una esperanza que vaya más allá» de las pequeñas esperanzas? La razón no puede, en el mejor de los casos, ir más allá de una «docta ignorantia», de un no-saber: «No sabemos lo que queremos realmente; no conocemos esta 'verdadera vida' y, sin embargo, sabemos que debe existir un algo que no conocemos y hacia el cual nos sentimos impulsados»[9].

La razón moderna ha querido, de algún modo, cambiar esta «docta ignorantia» por un saber positivo y afirmativo. La verdadera vida —se ha pensado— , la redención, sería un resultado de la acción combinada de la razón y de la libertad. La ciencia y la política serían capaces de alumbrar la esperanza. Pero este buscado saber positivo se ha convertido, a la postre, en una «dialéctica negativa», en una «nostalgia del totalmente Otro» que permanece inaccesible[10].

¿Existe una salida para la razón? ¿Puede, la razón, ir más allá de la razón del poder y del hacer, para llegar a ser una razón realmente humana, «capaz de indicar el camino a la voluntad»[11]? Benedicto XVI contesta afirmativamente, invitando a la razón a abrirse «a la fuerza salvadora de la fe»[12].

Revelación, acto de fe y credibilidad

La revelación permite superar la «dialéctica negativa». El «totalmente Otro» no resulta inaccesible como una meta inalcanzable cuya ausencia engendra en el hombre una torturada nostalgia. Dios mismo supera, sin suprimirla del todo, la negatividad, al dar una «imagen» de sí mismo en el Cristo que se ha hecho hombre[13].

Aunque el hombre necesita a Dios, si no quiere quedar sin esperanza[14], no basta con esta necesidad ni con este deseo: «Dios entra realmente en las cosas humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino que Él mismo salga a nuestro encuentro y nos hable»[15].

El cristianismo remite a un significado concreto; Dios ha salido a nuestro encuentro y nos ha hablado: «Dios se ha manifestado en Cristo. Nos ha comunicado ya la 'sustancia' de las realidades futuras y de este modo, la espera de Dios adquiere una nueva certeza»[16].

No cualquier Dios es garante de lo que se espera: «Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier Dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto»[17].

¿Qué es, pues, la fe, el creer? La fe es, a la vez, sustancia y prueba (cf Hb 11, 1). Por la fe, de manera incipiente, ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan. Y esta presencia de lo que vendrá genera certeza: «Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una 'prueba' de lo que aún no se ve»[18]. ¿Es esta fe creíble? ¿Es esta esperanza fiable? La credibilidad de esta fe que es esperanza cierta radica en la certeza absoluta del amor: «El hombre es redimido por el amor»[19]. Y este amor absoluto se ha hecho visible en Cristo. La fe en Cristo, «la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre las tinieblas de la historia»[20] es certeza de la esperanza: «Por medio de Él [de Cristo] estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana 'causa primera' del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: 'vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí' (Gál 2, 20)»[21].

Conclusión

La vida de los testigos, de los mártires; en definitiva, de los santos muestra existencialmente, testimonialmente, la credibilidad y la fiabilidad —la significatividad— de esta fe-esperanza.

La certeza de Josefina Bakhita al saberse «definitivamente amada»[22]; la fuerza que sacaba el cardenal Nguyen Van Thuan de la oración en los momentos más duros de su cautiverio[23]; la capacidad del mártir vietnamita Pablo Le-Bao-Thin de transformar el sufrimiento en alegría[24], prueban, de manera elocuente, «demuestran día a día» la realidad de la gran esperanza capaz de cambiar la vida.

La encíclica «Spe salvi» empuja a la Teología Fundamental a mostrarse todavía más atenta al gran signo de credibilidad de la fe que es el testimonio cristiano. En definitiva, la respuesta a la crisis de esperanza que vive nuestro mundo es la santidad.

Una antigua oración reza: «Oh Dios, Tú nos das los astros, nosotros te dedicamos templos, Tú nos concedes generosamente las estrellas»[25]. Le pedimos a Dios, en esta oración, que haga brillar estrellas. Según Pietro Galatino, un teólogo franciscano del siglo XV, el cielo estrellado simboliza en la Escritura, interpretada en su sentido anagógico, la Iglesia triunfante de los santos. Sí, «las verdaderas estrellas de nuestra vida»[26] son los santos; las personas que han sabido vivir rectamente. «Ellas son luces de esperanza», escribe el Papa, que, reflejando la luz de Cristo, ofrecen orientación para nuestra travesía. Entre estas luces sobresale María, «estrella de la esperanza».

La encíclica termina con una bella oración a la Virgen que podemos hacer nuestra: «Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino».

Notas

[1] Cf Juan Pablo II, Fides et ratio, 67; en http://www.vatican.va (26.I.2008).

[2] Cf S. Pié-Ninot, La Teología Fundamental, Salamanca 2006, 27 ss.

[3] Benedicto XVI, Spe salvi [en adelante Ss], 2

[4] Ss, 2.

[5] Ss, 17.

[6] Ss, 10.

[7] Ss, 12.

[8] Ss, 30.

[9] Ss, 11.

[10] Cf Ss, 42.

[11] Cf Ss, 23.

[12] Ss, 23.

[13] Cf Ss, 43.

[14] Cf Ss, 23.

[15] Ss, 23.

[16] Ss, 9.

[17] Ss, 31.

[18] Ss, 7.

[19] Ss, 26.

[20] Ss, 49.

[21] Ss, 26.

[22] Cf Ss, 3.

[23] Cf Ss, 32.

[24] Cf Ss, 37.

[25] Cf H. Pfeiffer, La Capilla Sixtina, Madrid 2007, 11.

[26] Cf Ss, 49.

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