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¿Y si fueran tontos?

Alguna asociación de ateos y librepensadores ha salido últimamente a las calles. Con unos cuantos autobuses y un eslogan desean publicitar un planteamiento vital que está pretendiendo introducir algo a lo que nuestra sociedad no está acostumbrada: el pensar sobre Dios. Resulta curioso que sean precisamente los ateos quienes saquen a Dios del armario y planteen el debate sobre su existencia, en un mundo que se enorgullece de vivir como si Dios no existiera.

El origen de esta campaña publicitaria nos puede ayudar a comprender mejor a sus organizadores. La periodista británica Ariane Sherine leyó hace algunos meses en los autobuses londinenses la frase: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» Estas palabras están tomadas del Evangelio de San Lucas. El cartel indicaba además una dirección web. Sherine consultó dicha página web, y se sintió indignada por lo que allí encontró. De acuerdo con algunos de los planteamientos de esa web, ella se veía amenazada por no ser creyente puesto que, debido a su falta de fe, le correspondían unos tormentos terribles después de su muerte.

Lo cierto es que no se necesita ser ateo para indignarse ante semejante planteamiento. Cualquier persona religiosa se da cuenta de que la imagen de un dios justiciero o castigador no es real. El dios que únicamente juzga en función de si uno participa o no en su culto evoca la fuerza sugestiva que tuvieron los mitos, puesto que buena parte del éxito que tenían las creencias politeístas se basaba en el miedo. Fueron los pensadores antiguos quienes desmitologizaron a las religiones falsas y ofrecieron armas eficaces de carácter racional contra el temor infundido.

Quizá ese mismo método racional pueda servirnos también ahora al leer con atención el lema que nos proponen los librepensadores. Las dos frases que componen el lema publicitario inducen a preguntarnos si para disfrutar de la vida hay que tener en cuenta a Dios. La premisa sobre Dios no es segura, como muy bien afirma el mensaje. Ahora bien, si sabemos que este lema está promovido por ateos, el término 'probablemente' se convertirá en una negativa a la existencia de Dios. Justamente es este 'probablemente' el que hace pensar. En caso positivo, cabe plantearse la siguiente pregunta: ¿acaso la presencia de Dios es un obstáculo para disfrutar la vida?

Cuando se habla normalmente de Dios nos referimos a Alguien que tiene que ver con el origen de este mundo. No es difícil darse cuenta de que las cosas podrían haber sido de otro modo. Por ejemplo, las hojas de los árboles podrían haber sido rojas, y en cambio muestran un color determinado, que es el verde. Y no solamente podrían ser de otro: es que podrían no haber sido. Incluso uno mismo se da cuenta de que bien podría no haber existido. Y, sin embargo, existimos, y, además, somos de un determinado modo y no de otro. En definitiva, percibimos que ha habido un designio. Y un designio comporta un acto voluntario por parte de alguien, que necesariamente es diferente de este mundo. Pues bien, a ese alguien trascendente se le llama Dios.

Pero si seguimos pensando, surge un nuevo interrogante. Si Dios no se identifica con el mundo, y realmente podemos afirmar que nosotros no somos necesarios, entonces ¿por qué nos ha querido Dios? En otras palabras, ¿por qué nos ha creado? ¿Por qué crea Dios?

Dios crea para compartir su alegría. Cuando alguien tiene una gran alegría tiende a hacer partícipes de su dicha a quienes le rodean. Hemos tenido un ejemplo reciente con la Eurocopa que ganó la selección española el pasado mes de junio. Las plazas emblemáticas de las ciudades de España fueron testigos de la euforia de mucha gente que se felicitaba, se abrazaba y saltaba de alegría. El hecho de haber ganado el campeonato europeo de fútbol, tras muchos intentos y expectativas frustradas, embargó a los aficionados de una alegría enorme que no podía ser contenida y que tendía a comunicarse.

Esto nos muestra que un rasgo específico de la alegría es que se desea compartir. Y eso es lo que hace Dios: nos crea con la ilusión de que disfrutemos de la vida que nos regala. El fruto de esta convicción no es la preocupación sino el agradecimiento. Y el agradecimiento auténtico es aquel que trata de corresponder del mismo modo —con la misma moneda—; si hemos sido amados personalmente por Dios, corresponderemos con un amor que sea digno de Dios. Esta comunión personal nos proporciona una alegría honda, más verdadera que la que nos propone la campaña.

A mi juicio, todo lo anterior es muy razonable, y coincide con la experiencia vital de la inmensa mayoría de las gentes y las culturas. Por eso me inquieta un interrogante que queda flotando en el ambiente tras la campaña. Y es que está escrito que, tras esta vida, Dios mismo enjugará toda lágrima y disfrutaremos de un banquete festivo con Él. Y también está escrito que los ciegos verán, que los cojos andarán y que los sordos oirán. Pero no he leído todavía que los tontos lleguen a dejar de serlo.

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