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Orar, también, por Tierra Santa

Recientemente se ha celebrado, como sucede desde hace 100 años, la Octavario de oración por la unidad de los cristianos, más conocido como Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El texto, digamos, base, de la misma ha sido uno de la Primera Epístola a los Tesalonicenses que dice «No ceséis de orar» (1 Ts 5, 17) y muestra lo que, en realidad, tenemos que hacer los que nos consideramos hijos de Dios.

Sin embargo, y no dejando la labor fundamental del cristiano, también debemos orar (y algo más, si se puede) por la que se ha dado en llamar, por razones obvias, «Tierra Santa» pues, como sabemos, la situación por la que pasa la tierra que pisara Jesús no pasa por sus mejores tiempos ni momentos.

Por eso, el órgano que, por decirlo así, coordina a las Conferencias Episcopales para el apoyo de la Iglesia en Tierra Santa ha dejado dicho, en un Comunicado el día 16 de enero pasado que «Nuestra primera acción como Obispos y pastores ha sido la de ofrecer nuestra presencia orante y nuestro apoyo a una Iglesia que sufre».

Pero podemos preguntarnos, legítimamente, si es que hay una razón para que tengamos que dirigir nuestra oración hacia aquella tierra. El entonces, 2002, Obispo Auxiliar del Patriarcado Latino de Jerusalén, Monseñor Kamal-Hanna Bathish que, además de ser árabe es católico y nacido en Nazaret lo expresó con bastante claridad: Tierra Santa «pertenece a la humanidad porque es Tierra de Dios».

Poco después, el 21 de abril, Juan Pablo II Magno, antes de rezar el «Regina Caeli», en la Ciudad del Vaticano, dijo que «Nuestra oración sigue haciéndose insistente por la situación en Tierra Santa».

Es cierto que, seguramente, era mucho peor de lo que hoy mismo, en 2008, quizá lo sea pero no es menor cierto que las cosas no han cambiado tanto como parece porque como bien dice Robert Spencer (en artículo publicado en www.gees.org el 26 de octubre de 2007) «Están limpiando de cristianos Tierra Santa». Así, en 1948 los cristianos «comprendían el 85% de la población de Belén; hacía el 2006, sus cifras se habían reducido al 12%». Y esto en una ciudad importante para el cristianismo. Son muchas las situaciones terribles por las que pasa la minoría cristiana: secuestro de personas, el maltrato de creyentes cristianos, quema de librerías, etc., están al orden del día por mucho que no se sepan tales situaciones en nuestras naciones.

Cabe, más que nunca seguramente, la oración por Tierra Santa.

Por tales causas y razones, cuando Benedicto XVI, el 18 de enero pasado recibió a los representantes de la Conferencia de Obispos Latinos en las Regiones Árabes se sintió en la obligación de decir que «Los cristianos en Tierra Santa hoy están en el centro de una situación de profundo sufrimiento" debido a la violencia, a la inseguridad e, incluso al odio que, por desgracia para todos, impera en aquellos lugares que, otrora, fueron, escenario de los acontecimientos que cambiaron el mundo.

Pero antes, y como en otras ocasiones, después del rezo del Ángelus del 17 de julio de 2006, ya había pedido el Santo Padre «elevar especiales oraciones por la paz en Tierra Santa y en todo Oriente Medio» porque ni entonces, ni ahora (como ha quedado dicho) se puede decir que la situación sea demasiado buena para los cristianos.

Por eso, como la oración se hace orando, aquí se trae una «Oración por la paz en Tierra Santa» leída por el Papa Juan Pablo II Magno en la Iglesia Greco-Ortodoxa de Quneitra, el lunes 7 de mayo de 2001.

«Dios de infinita misericordia y bondad,

con corazón agradecido te invocamos hoy

en esta tierra que en otros tiempos recorrió san Pablo.

Proclamó a las naciones la verdad de que en Cristo

Dios reconcilió al mundo consigo (cf. 2 Co 5, 19)

Que tu voz resuene en el corazón

de todos los hombres y mujeres,

cuando los llames a seguir

el camino de reconciliación y paz,

y a ser misericordiosos como tú.

Señor, tú diriges palabras de paz a tu pueblo

y a todos los que se convierten a ti

de corazón (cf. Sal 85, 9)

Te pedimos por los pueblos de Oriente Próximo.

Ayúdales a derribar las barreras

de la hostilidad y de la división

y a construir juntos un mundo de justicia y solidaridad.

Señor, tú creas cielos nuevos

y una tierra nueva (cf. Is 65, 17)

Te encomendamos a los jóvenes de estas tierras.

En su corazón aspiran a un futuro más luminoso;

fortalece su decisión de ser hombres y mujeres de paz

y heraldos de una nueva esperanza para sus pueblos.

Padre, tú haces germinar

la justicia en la tierra (cf. Is 45, 8)

Te pedimos por las autoridades civiles de esta región,

para que se esfuercen por satisfacer

las justas aspiraciones de sus pueblos

y eduquen a los jóvenes en la justicia y en la paz.

Impúlsalos a trabajar generosamente por el bien común

y a respetar la dignidad inalienable de toda persona

y los derechos fundamentales que derivan

de la imagen y semejanza del Creador

impresa en todo ser humano.

Te pedimos de modo especial

por las autoridades de esta noble tierra de Siria.

Concédeles sabiduría, clarividencia y perseverancia;

no permitas que se desanimen en su ardua tarea

de construir la paz duradera,

que anhelan todos los pueblos.

Padre celestial,

en este lugar donde se produjo

la conversión del apóstol san Pablo,

te pedimos por todos los que creen

en el evangelio de Jesucristo.

Guía sus pasos en la verdad y en el amor.

Haz que sean uno,

como tú eres uno con el Hijo y el Espíritu Santo.

Que testimonien la paz

que supera todo conocimiento (cf. Flp 4, 7)

y la luz que triunfa sobre las tinieblas de la hostilidad,

del pecado y de la muerte.

Señor del cielo y de la tierra,

Creador de la única familia humana,

te pedimos por los seguidores de todas las religiones.

Que busquen tu voluntad

en la oración y en la pureza del corazón,

y te adoren y glorifiquen tu santo nombre.

Ayúdales a encontrar en ti

la fuerza para superar el miedo y la desconfianza,

para que crezca la amistad y vivan juntos en armonía.

Padre misericordioso,

que todos los creyentes

encuentren la valentía de perdonarse unos a otros,

a fin de que se curen las heridas del pasado

y no sean un pretexto

para nuevos sufrimientos en el presente.

Concédenos que esto se realice

sobre todo en Tierra Santa,

esta tierra que bendijiste

con tantos signos de tu Providencia

y donde te revelaste como Dios de amor.

A la Madre de Jesús,

la bienaventurada siempre Virgen María,

le encomendamos

a los hombres y a las mujeres

que viven en la tierra donde vivió Jesús.

Que, al seguir su ejemplo, escuchen la palabra de Dios

y tengan respeto y compasión por los demás,

especialmente por los que son diversos de ellos.

Que, con un solo corazón y una sola mente,

trabajen para que el mundo sea

una verdadera casa para todos sus pueblos.

¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!

Amén.»

Sin embargo, y a pesar de todos los pesares (que son muchos), en el Comunicado de los Obispos citado arriba se dice que han «encontrado signos de esperanza en nuestra visita a Tierra Santa» porque, a pesar de todos los problemas por los que pasa aquella zona «nos hemos enterado de que hay una creciente cooperación interreligiosa entre judíos, cristianos y musulmanes».

Y eso, esa ayuda entre creyentes, la oración de cada cual por obtener el mismo resultado, sólo ha de proporcionar resultados positivos.

«La gracia de Dios nos da esperanza», han dicho.

Y la oración, como medio, es un buen instrumento para acercar a unos y a otros. Incluso, sobre todo, desde nuestro occidente satisfecho de serlo.

Orar, también, sobre todo, por Tierra Santa, es, por eso mismo, un deber de todo creyente, una forma de manifestar la fraternidad que nos une, el ser uno con Cristo.

Ahora en...

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