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Cristianismo, Islam, secularismo (I): La importancia de las ideas y cosmovisiones
En esta primera entrega, al igual que en las dos siguientes que conforman este análisis, quiero apuntar algunas notas acerca del encuentro de las tres cosmovisiones —el cristianismo, el Islam y el secularismo— que en el marco de la globalización están definiendo el debate ideológico del presente y seguramente también definirán el del futuro más próximo. Al hacerlo trataré de indicar algunos puntos reales o previsibles de intersección o fricción entre ellas con la intención de sugerir algunas iniciativas que los cristianos podemos tener en cuenta si queremos que el mundo esté un poco más cerca de los ideales evangélicos y sea por tanto más justo y humano. Adelanto que no tengo vocación de profeta ni de adivino y que tampoco soy todo lo experto que quizá debería ser al apuntar esas sugerencias. Si lo hago es basado en los conocimientos históricos y culturales que indirectamente me proporciona mi trabajo (profesor de literatura) y en la observación de algunos acontecimientos recientes que van delineando ese triple encuentro. Dejo de lado cosmovisiones como el hinduismo, el budismo, el animismo o el judaísmo porque me parece que ninguna de ellas tiene la dinámica o intención globalizadora que caracteriza en su esencia a las tres primeras y que probablemente por ello acabarán cerradas sobre sí mismas o integradas en las demás, especialmente en el secularismo, como ya puede verse ya en el caso de la New Age.
Anticipo también que estoy seguro que al final de este periodo y al final de la Historia, la Iglesia Católica y con ella (o por ella) el cristianismo saldrán vencedores, aunque como se ha dicho muchas veces no puedan precisarse las dimensiones exactas de ese triunfo, entre otras razones porque la etapa final del mismo se dará en un reino que "no es de este mundo". En el mismo sentido, hay que notar que su verdadera victoria no será la pervivencia propiamente institucional —segura por otra parte— sino la existencia en ella de individuos bautizados comprometidos en una lucha personal contra el mal interior y exterior, es decir contra el pecado y sus consecuencias. Sea grande o pequeño el tamaño institucional final de la Iglesia, lo que realmente importará es que en su seno exista la mayor cantidad de bautizados tratando de imitar a Cristo y a sus santos.
Me interesa insistir en este carácter victorioso de la Iglesia porque parece que ni secularistas ni musulmanes acaban de entenderlo. Como bien se sabe, la Iglesia Católica es la única institución con dos mil años de existencia continuada y que ha sobrevivido a numerosos y heterogéneos sistemas políticos, económicos o sociales más o menos amigables y más o menos antagónicos. Ni el Islam, ni el judaísmo ni el budismo o el hinduismo resultan homólogamente comparables, pues no son propiamente instituciones sino religiones, culturas o formas de vida, como religión o forma de vida puede ser también el cristianismo en sí. La pervivencia de éstos se explica más bien a partir de la dinámica propia de la vida social y de la naturaleza humana, con sus anhelos de trascendencia y sus leyes hereditarias y de vida común. Por el contrario, sólo la Iglesia es una institución centralizada, con representación física y concreta, con un organigrama que no ha variado en lo esencial desde su fundación, y muy diferente de instituciones naturales como la familia, el matrimonio o las asociaciones temporales (partidos políticos, clanes, etc.) que de forma diferente se dan en todas las sociedades. Si cabe la analogía, la Iglesia sería una especie de multinacional que ha superado todas las crisis y cambios históricos de las sociedades en que le ha tocado vivir y continúa ofreciendo a sus clientes los mismos servicios y productos de sus primeros años. Y en esto es única. Y obviamente el hecho de que a su cabeza (y a sus pies) haya habido personas completamente impresentables no dice sino que esa perennidad es imposible de explicar sin recurrir a justificaciones sobrenaturales. Por eso me hacen gracia —y me dan pena— quienes pretenden aniquilarla a base de fuerza o de decretos. El secularismo o los gobiernos anticristianos podrán perseguirla, marginarla, ilegalizarla o crear una cultura dominante completamente opuesta, pero nunca podrán destruirla. Se podría añadir además que la Iglesia es igualmente indestructible por ser el cuerpo resucitado de Jesucristo, inasequible ya a la muerte, pero desarrollar esta idea nos llevaría a honduras teológicas que no son del caso ahora y que, por desgracia, parecen inalcanzables para los no creyentes. El mismo hecho de su catolicidad —su dimensión universal— es una de las más seguras defensas contra esos ataques que casi siempre no pasan de ser localistas y en cierta forma aldeanos. En este sentido, las otras dos cosmovisiones y no los gobiernos nacionales serían los verdaderos rivales de la Iglesia, como en su día lo fue el ya extinto comunismo.
Si a modo de ejemplo nos referimos a la España actual, es obvio que el gobierno de Rodríguez Zapatero pasará (¿4, 8, 12 años?) como pasaron Felipe González, Alfonso Guerra y sus deseos de crear una España desconocida hasta por "la madre que la parió". Quizá consiguieron algo de lo que se proponían, pero es obvio que la iglesia española —y no digamos la Iglesia—, sigue ahí, con sus obispos, sus sacerdotes y sus fieles, más o menos numerosos, más o menos ilustrados o más o menos ruidosos. Y es muy probable que los partidos políticos actuales acaben desapareciendo con el tiempo —¿cuántos jóvenes españoles recuerdan al Partido Comunista Español?— o mofidicando su ideología —es obvio la S del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) corresponde ya más a 'secularismo' que a 'socialismo'— pero la Iglesia seguirá estable en su forma institucional, en su doctrina y en sus servicios, con los brazos abiertos a todos sus hijos pródigos (todos los hombres). En este sentido hace falta también un poco de perspectiva histórica y globalizante, para darse cuenta de que la inmigración va a cambiar —está cambiando— el espectro religioso mundial para hacerlo más cristiano, y aunque en Europa y España la tendencia dominante sea la secularizadora, no hay que menospreciar tampoco el componente evangélico o católico de los inmigrantes latinoamericanos y africanos. Una lectura de los datos, estadísticas y prediciones del libro de Philip Jenkins (The Next Christendom: The Coming of Global Christianity) nos vendría bien a todos. No debemos olvidar que, con la excepción de los secularistas, el resto del Globo todavía sigue identificando a Occidente con el cristianismo, el progreso, y la democracia, y reclamos como éstos son atractivos muy difíciles o imposibles de erradicar, por lo menos a corto plazo.
La propia mecánica de la globalización hará que los intentos secularistas por ocultar la religión de la vida pública vayan a resultar infructuosos. Así la globalización y los mass media hacen más conocidos y accesibles todos los fenómenos de movimientos de grandes masas o con una gran carga comercial. Una celebración como la Navidad (o incluso el día de san Valentín), aunque se esté convirtiendo en algo mercantilista o multicultural, siempre van a llevar consigo también su sentido original, que obviamente va ser un ideal punto de partida para explicar y reivindicar su esencia y sus implicaciones morales o religiosas. Algo semejante ocurrirá a través del incremento de los viajes, las variedades del ocio o el turismo, que van a poner en contacto a grandes cantidades de personas con manifestaciones artísticas o culturales vinculadas a la religión y a la vida espiritual, y no dejará de ser ocasión para la inquisición espiritual de más de un despierto viajero. La religiosidad popular en este sentido puede ser otro de los puntos de partida de la nueva evangelización y a la vez una de las formas de conservación de la fe en sus niveles más sencillos y a la vez numéricamente más extensos. De la misma manera, el mercado buscará por su propia dinámica la comercialización de best-sellers religiosos de diferentes tipos (películas, música, iconografía, costumbres, etc.), que, de nuevo, serán noticia en los medios de comunicación o se convertirán en objetos de consumo popular y seguirán dando pie a más de una inquisición acerca del origen y significado de los mismos.
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