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Comunicaciones Sociales: Verdad para compartir

En la fecha que viene siendo tradicional, la que recuerda y celebra a San Francisco de Sales, el 24 de enero, el Santo Padre Benedicto XVI hizo público el mensaje que, para éste año, ha dado al mundo para la celebración de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (JMCS 2008 desde ahora), a celebrar el próximo 4 de mayo. Muy propio, por otra parte, hacer público tal mensaje por ser tal día, el del Doctor de la Iglesia Universal nacido en Sales (Saboya) el 21 de agosto de 1567, que es el patrón de escritores y periodistas.

El título de este año nos muestra cuál es el sentido de tal jornada y cuál, también, la obligación de cada cual: «Los medios: en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la Verdad para compartirla», pues todas las personas que, de una manera o de otra, participamos en los medios de comunicación social, tenemos el deber fundamental de hacer de los mismos el cauce de transmisión de la Verdad.

Dice el Decreto Inter Mirifica (Pablo VI, 4 de diciembre de 1963) que «Entre los maravillosos inventos de la técnica la madre Iglesia acoge y fomenta con especial solicitud aquellos que atañen especialmente al espíritu humano y que han abierto nuevos caminos para comunicar con extraordinaria facilidad noticias» (IM 1)

Por lo tanto lo que, en realidad, es el mensaje de salvación ha de ser llevado a todos los rincones del mundo como bien dijo Cristo al enviar, tras su resurrección, a sus discípulos a llevar a cabo tal labor Jesús les dijo: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21)

En verdad, hay una Verdad para compartir, una doctrina que transmitir, un ser amor que se hace necesario dar a conocer.

¿Cómo hacemos posible, cómo se puede hacer posible la transmisión de la Verdad?

El que fuera fundador de la familia paulina, Santiago Alberione, dejó dicho que había «que llevar el Evangelio a los hombres de hoy con los medios de hoy». Así, el punto 13 de la Declaración Inter Mirifica dice que «Todos los hijos de la Iglesia, de común acuerdo, tienen que procurar que los medios de comunicación social, sin ninguna demora y con el máximo empeño, se utilicen eficazmente en las múltiples obras de apostolado»

De aquí que Benedicto XVI, en la comunicación citada arriba, haya dicho que se hace necesario partir de la realidad misma de las cosas. Sin la aportación de los medios de comunicación actuales «sería realmente difícil favorecer y mejorar la comprensión entre las naciones, dar alcance universal a los diálogos de paz, garantizar al hombre el bien primario de la información, asegurando a la vez la libre circulación del pensamiento, en orden sobre todo a los ideales de solidaridad y justicia social» (JMCS 2008, 2).

Por lo tanto, tenemos unos instrumentos válidos para transmitir la Palabra de Dios y, sobre todo, lo que significa ésta para el ser humano, para su comprensión del mundo y un amplio campo para difundir lo que, en verdad, es la Verdad.

Sin embargo, no vaya a creerse, por decirlo así, que todo el monte es orégano. No vale, como la Iglesia reconoce, sostener que el fin justifica los medios porque «no todo lo que es técnicamente posible es también éticamente realizable» (JMCS 2008, 3). Es bien sabido que para el comunicador cristiano hay una serie de principios que no pueden obviarse cuando se pone en contacto con el resto de comunidad (sea creyente o no lo sea) y que deben ser el sustrato que conforme lo que hace. Así, la «centralidad y la dignidad inviolable de ser humano» (JMCS 2008, 4), por ejemplo, se ha de fomentar en cuanto eje de la vida del cristiano porque, en realidad, es la esencia del ser creador por Dios a su imagen y semejanza.

Y todo esto es porque, a la hora de entender las razones intrínsecas que hacen posible tal actividad por parte de los hijos de Dios, «el hombre tiene ser de verdad, busca la verdad» (JMCS 2008, 6) porque es una tendencia humana a la espiritualidad (la relación vertical del hombre con su Creador) que, ni siquiera puede ser arrancada de su corazón por aquellos que pretenden establecer y dirigir un mundo ahíto de Dios que, olvidándolo, caiga en la fosa de su destrucción consintiendo, además, en ello.

Por eso, ya había dicho el Santo Padre, en su mensaje de 2006 para la, entonces, XL Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que «los medios pueden contribuir constructivamente a la propagación de todo lo que es bueno y verdadero» (JMCS 2006, 2).

Nosotros, los discípulos de Cristo reconocemos en nuestro hermano e Hijo de Dios, que Él es «la verdad que nos hace libres, porque sólo Él puede responder plenamente a la sed de vida y de amor que existe en el corazón humano» (JMCS 2008, 6) pues, como ya hemos dicho antes, no se nos puede quitar (sí intentarlo) el afán de desear intimidad con el que nos Crea, la voluntad de amar a Quién nos ama y, en fin, la de entregarse en la transmisión de lo que es su doctrina y, por eso mismo, nuestro fin.

Y sobre todo esto, el Decreto ya citado arriba (IM) dice que «Por lo demás, toca principalmente a los laicos vivificar con espíritu humano y cristiano estos medios para que respondan plenamente a las grandes expectativas de la sociedad humana y al plan divino» (IM 3)

Tenemos, pues, misión que realizar. Desde aquel momento del envío de Cristo, para el mundo, de los que le seguían hasta hoy mismo no ha cambiado nada: ni el mundo (muy descreído) ni la Palabra de Dios que es, por sí misma, eterna.

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