conoZe.com » Quaestiones quodlibetales

Quaestiones Quodlibetales I.- En la salud y en la enfermedad

Hace poco, un comentarista me planteó la siguiente cuestión:

Supongamos una pareja que, después de conocerse perfectamente, deciden casarse. Al cabo de los años las personas pueden cambiar. Imagínate que un cónyuge se echa a la bebida, o es infiel al otro, o cualquier cosa de las que suceden a veces. Está muy bien lo de "en la salud y en la enfermedad", pero, ¿no crees que hay un límite? Yo, desde luego, hay cosas que no estaría dispuesto a aguantar.

Entiendo perfectamente lo que quiere decir este lector. Se podría resumir con las expresiones «todo tiene un límite» o «hay que ser buenos, pero no tontos». El ser humano es capaz de aguantar hasta un cierto límite y, después, ya no puede seguir aguantando más. Además, muy razonablemente, señala que las personas a veces cambian. Si uno de los esposos es infiel o se emborracha o abandona al otro, las cosas han cambiado mucho y han dejado de ser lo que uno esperaba al casarse.

El divorcio, hay que reconocerlo, es una cosa bastante razonable. La gran mayoría de las culturas humanas han aceptado, de una forma u otra, el divorcio. Con ello no han hecho más que reconocer la debilidad humana que todos compartimos.

Sin embargo, junto a esta dosis de realismo saludable, también hay que tener en cuenta otro hecho muy significativo: todas las culturas humanas, todas las épocas y todos los seres humanos han deseado profundamente que las cosas no fueran así. Todas las canciones de amor, desde que el mundo es mundo, dicen: te querré siempre; todas hablan de un amor que no pasa, que siempre estará ahí, que es más fuerte que las vicisitudes de la vida, que nada puede romper. El ser humano desea siempre encontrar a alguien que le quiera pase lo que pase, incondicionalmente.

En cualquier caso, esto no pasa de ser un mero deseo, el eterno horizonte que no se puede alcanzar por mucho que caminemos. Lo miremos por donde lo miremos, el amor humano tiene sus limitaciones, que no se pueden ignorar ni sobrepasar.

En esta situación, sin embargo, Jesucristo ha aparecido con un ingrediente nuevo, con una variable desconocida que altera totalmente la ecuación: el Amor de Dios. Es un amor más fuerte que la muerte, que va mucho más allá de lo razonable. Es amor al enemigo: Orad por los que os persiguen y rezad por los que os maldicen. Es el amor que, en la Cruz, grita: Padre, perdónalos.

El apóstol Pedro, siendo razonable, como es razonable la pregunta de Juan Antonio, le preguntó al Señor por los límites de ese amor: ¿Cuántas veces hay que perdonar? Y, queriéndoselas dar de generoso, sugirió: ¿Hasta siete veces? Todos conocemos la respuesta de Cristo, aunque tendamos a olvidarla en la práctica por lo irrazonable que es: No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete, es decir, siempre.

Increíblemente, Dios no nos ama hasta un cierto límite, ni cuando nos lo merecemos. No es necesario ser bueno para que Dios nos ame. De hecho, ni siquiera nuestros pecados impiden que Dios nos ame. Siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo. Aunque esto pueda escandalizar un poco, Dios ama infinitamente a los terroristas de ETA, a los que maltratan a sus mujeres, a los suicidas islamistas, a los violadores, a los pederastas, a los mentirosos, a los explotadores, a los desagradecidos, a los que les huele mal el aliento, a los pesados, a los que fuman en el ascensor y a los tiranos, aunque algunos de ellos puedan cerrarse a ese amor. He oído decir que incluso ama a los políticos, por más que algo así supere nuestro limitado intelecto.

Sólo Dios te ama como eres. Ni siquiera tú mismo te quieres tal como eres en realidad. Todos estamos llenos de traumas por cosas que no aceptamos de nosotros mismos y de nuestra historia, todos nos engañamos a nosotros mismos, ocultándonos como somos en realidad. Sólo Dios, que te conoce de verdad, te quiere también de verdad, como eres en realidad, con todas las consecuencias.

La persona que ha experimentado ese amor, el que es amado así, puede amar de esa misma forma a su marido o a su mujer. Sólo el que ha sido perdonado es capaz de perdonar y sólo el que siempre es perdonado podrá perdonar siempre. El cristiano está llamado a una vida que no es como la de los de más, que no es meramente natural, sino que es sobrenatural, es decir, que tiene ese nuevo ingrediente del amor todopoderoso de Dios que nuestro Señor Jesucristo nos regala.

Como practicar un amor como el de Cristo es algo que supera con mucho lo que es posible o razonable para el ser humano, una vida así será un milagro permanente. Y es que los sacramentos son precisamente eso, milagros permanentes «garantizados» por Dios, es decir, cauces por los que la acción de Dios en nuestra vida se hace, en cierto modo, ordinaria y habitual. Por eso el matrimonio cristiano no es un simple «papel» prescindible, sino la condición necesaria para poder vivir algo que es imposible para los esposos por sí mismos: un amor más allá de sus fuerzas, que sólo Dios hace posible.

Esto que digo no es algo puramente teórico. Yo lo he visto en personas concretas. He visto matrimonios en los que había habido engaños e infidelidad, que humanamente no tenían solución, y que el Señor ha reconstruido sorprendiendo a todo el mundo, especialmente a los propios implicados. He visto la acción de Dios en otros matrimonios en los que los esposos no se aguantaban y que, al encontrarse con Dios y al mirarle a él, han recibido la gracia de aceptarse mutuamente como eran. He visto que mi propio matrimonio sólo es posible gracias a que Dios está entre nosotros y, en medio de nuestra debilidad, nos da la fuerza para querernos el uno al otro como somos.

Cuando nos casamos, mi mujer y yo quisimos elegir una frase de la Escritura que fuese el lema de nuestro matrimonio. La pusimos en nuestras invitaciones de boda, lo cual a mucha gente le resultó un tanto extraño. Especialmente, porque la frase, tomada de San Pablo, era algo llamativa: Nosotros, tontos por Cristo. No es verdad que haya que ser buenos pero no tontos. Estamos llamados, con la gracia de Dios, a ser tontos por amor a Cristo, a poner la otra mejilla cuando nos dan una bofetada, a regalar la túnica al que nos quita el manto, a amar al enemigo. Y ese enemigo no es simplemente una persona con la que estás enemistado, es tu mujer o tu marido cuando no hacen lo que quieres, cuando están siendo obstinados, cuando no tienen razón, cuando vuelven a caer por enésima vez en los mismos defectos, cuando no cambian a pesar de todas sus promesas, cuando te gritan o cuando están de mal humor sin motivo.

Dice San Pablo que el matrimonio cristiano es semejante al amor de Cristo por la Iglesia. Por lo tanto, hay que mirar a ese amor para comprender cómo debe ser la relación de los esposos. Cristo entregó su vida por nosotros hasta el final, sin reservarse nada y de forma totalmente gratuita. Afirmar que «hay cosas que no estoy dispuesto a aguantar de mi mujer o mi marido» es decir que el amor de Cristo por su Iglesia es sólo temporal, tiene límites o está condicionado a que seamos más o menos buenos. En cambio, cuando uno ha experimentado que no hay nada que Dios no me pueda perdonar, es cuando se encuentran las fuerzas para perdonar cualquier cosa. Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Y no estamos hablando de mera resignación: no estamos llamados a aguantar, sino a amar. Sí, aunque no suene bien, la mujer cristiana está llamada a amar al marido que la pega o que se ha hecho drogadicto. Sí, aunque parezca mentira, el marido cristiano está llamado a amar a la esposa infiel o que le ha abandonado a él y a sus hijos. En un momento dado, puede ser necesaria una separación temporal, por razones graves como una enfermedad psiquiátrica, la violencia doméstica, problemas de drogas, etc., pero aun estando separados, esos esposos siguen siendo un matrimonio y siguen estando llamados a amarse mutuamente, incluso más que nunca. Como Cristo, que ama también a los que le rechazan, a los que le persiguen y a los que le maltratan.

Todo esto, Dios lo hace posible en medio de la debilidad de los esposos. Me glorío de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. No seamos idealistas: los esposos cristianos no son superhombres ni supermujeres. Discutirán, como todos, pero mirando a Dios serán capaces de perdonar y de pedir perdón. Tendrán tentaciones, pero la fidelidad de Dios hará que sean fieles a su matrimonio. Tendrán mil y un defectos, pero al verse aceptados por Dios como son, podrán aceptarse también el uno al otro cada día.

La vida cristiana es siempre un regalo gratuito que Dios nos hace de aquello que nos resulta imposible conseguir por nuestras fuerzas y que deseamos en lo profundo de nuestro ser. El matrimonio cristiano indisoluble, con una entrega total y hasta la muerte de los esposos, es exactamente eso. Todos los pueblos de la tierra lo han deseado siempre, pero han reconocido que en la práctica era algo imposible… hasta que el Hijo de Dios se encarnó y trastocó lo que era posible y lo que no. Hoy, como siempre, la idea cristiana del matrimonio escandaliza al mundo, porque nos lleva mucho más allá del límite de nuestras fuerzas, hasta una forma de vivir que sólo nos habíamos atrevido a soñar.

Sed contra

1. ¿Eso de perdonar siempre no puede provocar violencia doméstica?

En casos graves, de violencia doméstica o de perjuicio para los hijos, la Iglesia ha permitido siempre la separación temporal de los esposos.

Es decir, es posible que esos esposos no puedan vivir juntos, para evitar un mal mayor, pero eso no hace que dejen de ser esposos. Incluso en esos casos pueden y deben, con la gracia de Dios, seguir perdonándose y seguir amándose como esposos, aunque la convivencia se haya hecho imposible por distintas razones.

2. Pero, si Dios puede conseguir que los esposos se quieran en todas las circunstancias, ¿por qué puede ser necesaria la separación?

Dios se compromete a dar la fuerza necesaria a los esposos para amarse, pero respeta siempre nuestra libertad. Por eso, uno de ellos puede rechazar esa ayuda de Dios, ya sea por confiar únicamente en sus propias fuerzas sin recurrir a Dios o por actuar directamente en contra de lo que Dios quiere. Esto puede suceder de forma activa, no perdonando de manera deliberada, guardando rencor o, incluso, odiando al cónyuge, o por omisión, descuidando los medios para sostener ese amor como son la oración, los sacramentos, la comunicación entre los esposos, etc. En ese caso, Dios seguirá ayudando al esposo que se deja ayudar, pero el otro perderá, por propia voluntad, el beneficio de esa ayuda. La situación puede llegar a ser tan grave, por razones de violencia doméstica, que la convivencia se haga imposible.

Además de la libertad, entran también en juego factores más allá del control de los esposos que pueden suponer un obstáculo para la convivencia del matrimonio y que Dios puede permitir. Por ejemplo, la enfermedad mental de uno de los esposos o una adicción al alcohol o a las drogas que hagan que no sea dueño de sus actos.

En esos casos, la separación puede ser necesaria por el bien de los hijos o para salvaguardar la integridad física de (normalmente) la mujer. Pero eso no destruye el vínculo, y los esposos siguen estando llamados a quererse y respetarse como esposos, aunque, por causas ajenas a su voluntad o por la decisión consciente de uno de ellos, tengan que vivir separados.

En consecuencia, la separación, de por sí, es temporal, ya que en eso se diferencia de un divorcio, pues los esposos siguen siéndolo. El matrimonio sigue existiendo, aunque esté en una situación anómala por razones graves. Eso sí, esa "provisionalidad" puede durar mucho e incluso hasta que mueran los esposos, si las causas graves de la separación siguen existiendo. Pero la tendencia será siempre a recomponer ese matrimonio, que no deja de existir.

3. Cuando en la Biblia habla de la indisolubilidad del matrimonio, en un lugar añade "no hablo del caso de adulterio"

Curiosamente, tanto el evangelio de Lucas como el de Marcos hablan de la indisolubilidad sin ningún tipo de restricción. En cambio, el evangelio de San Mateo incluye esa frase, que se traduce de distintas formas según las ediciones de la Biblia: "no hablo del caso de adulterio", "excepto en caso de fornicación", etc., que resultan un tanto confusas. El término griego original utilizado es "porneia" que, probablemente, traduce el hebreo «zenut», que significa "unión ilegal, concubinato" (y no adulterio ni fornicación). Es decir, lo que afirma esa frase es que un hombre no puede abandonar a su mujer, excepto en caso de que sean una simple "pareja de hecho", o sea, que estén conviviendo sin estar casados.

Por supuesto, ésta sólo es una posible traducción de la frase, que nadie tiene que aceptar por el mero hecho de que muchos exegetas la defiendan. Sin embargo, los católicos disfrutamos en esto de una gran ventaja, ya que, para conocer la interpretación adecuada de la Escritura tenemos al Magisterio, que puede interpretar el verdadero sentido de un pasaje bíblico con autoridad. En este caso el Magisterio ha determinado muy claramente y desde el origen de la Iglesia (los padres de la Iglesia de los primeros tres siglos ofrecen todos la misma doctrina), que, según la Escritura y la voluntad de Cristo, para los cristianos no es posible el divorcio, por ninguna razón.

4. ¿No es muy idealista esta concepción del matrimonio?

Todo esto que he dicho es justo lo contrario de ser idealista. Es precisamente reconocer que los seres humanos somos incapaces de amar al otro hasta las últimas consecuencias. Que sólo Dios puede hacer que nuestro amor se parezca al de Jesucristo.

La Iglesia es muy consciente de que, por el pecado del hombre, todas las realidades humanas están algo «tocadas» por el pecado, que se quedan cortas del ideal. El mismo amor matrimonial, que es algo tan fantástico, también ha quedado dañado por el pecado y necesita ser redimido, es decir, necesita la gracia de Dios para llegar a ser como debería según el plan de Dios.

Como he dicho en el artículo, yo he visto a personas en circunstancias durísimas que han sido capaces de seguir amando por la gracia de Dios, a pesar de su debilidad. Y también lo veo en mi matrimonio todos los días. ¿Cuándo me sale "de dentro" amar a mí mujer? Cuando es simpática, cuando actúa razonablemente, cuando hace lo que yo quiero, cuando me comprende, es decir, cuando es mi "amiga". Sin embargo, para amarla cuando está de mal humor, cuando no es razonable, cuando me molesta lo que hace, etc., es decir, cuando es mi "enemiga", necesito la ayuda de Dios (porque, como sabemos, la paciencia de todos tiene un límite… menos la de Dios).

5. Si falta el amor, no tiene sentido seguir juntos

Ése es precisamente el núcleo de la cuestión. El amor no es un sentimiento (como el enamoramiento), no es algo pasivo que nos sucede, sino algo activo, algo que hacemos. Amar a otro es darse a él, entregar la vida por él.

Con el sacramento del matrimonio, Dios garantiza que nunca va a faltar el amor, porque se compromete a ponerlo él, para los esposos que acepten su ayuda. Si el marido abandona a la mujer, la mujer encontrará en Dios la fuerza para seguir amando a su marido, pase lo que pase, suceda lo que suceda, hasta el día de su muerte, imitando a Jesucristo.

Esto sólo se encuentra en la Iglesia, porque sólo Dios lo puede hacer. Y es el plan que Dios tiene para los cristianos llamados al matrimonio, según nos dice la Iglesia. Y si es el plan de Dios, es probablemente el único modo que tenemos de ser felices, aunque, como sucede siempre con los planes de Dios, tienda a escaparse un poco de nuestra razón.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=8072 el 2011-02-06 16:29:00