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Cuando el amor y el sexo son lo mismo
Aunque tengamos una fecha para celebrar el amor y la amistad, no es suficiente quedarnos con un día para recordar esa realidad tan profunda en el ser humano. Cada día hemos de tener conciencia de que el amor es el motor que impulsa todas nuestras actividades. Está en lo más íntimo de nosotros. Por eso, todos los días han de convertirse en una auténtica fiesta de amor y amistad.
De todos modos, las celebraciones nos ayudan a profundizar en los respectivos temas. En este caso, aprovecharemos para hacer algunas reflexiones sobre el amor. Tema complejo, pluriforme y, desgraciadamente en la actualidad, confuso y deformado.
El amor tiene muchas caras, aunque podemos hablar de dos grandes aspectos: uno subraya el espiritual, el otro el corpóreo. Con gran profundidad y precisión, Benedicto XVI los expone en la Encíclica Dios es amor. Los llama agapé y eros respectivamente. Dos dimensiones profundamente unidas donde ha de existir un equilibrio. Cuando se rompe la armonía, uno de los dos asfixia al otro, y entonces la persona sufre y queda expuesta a un sin número de confusiones tanto en los enfoques como en la conducta.
Como una de las características del ser humano es procesar, ir poco a poco, de lo más fácil y cercano a lo más difícil y profundo, también en la maduración del amor sucede lo mismo. Por eso, cuando una persona encuentra afinidad y atractivo por otra, al principio parte de lo externo y centrada en sí busca el placer, sentirse bien, encontrar un estímulo agradable. La pregunta es ¿qué me puede ofrecer? En estos aspectos predomina el eros, aunque nunca deja de separarse del ágape, de la espiritualidad. Poco a poco, la persona madura en su amor y entonces empieza a pesar mucho más el afán de agradar al otro, se preocupa más de lo que puede necesitar y trata de darlo. En definitiva, el amor auténtico es una adecuada combinación de dar y recibir, tanto en el aspecto corporal como en el espiritual. Es poseer al otro, pero correspondiendo con la entrega incondicional.
Cuando en el amor humano entre un hombre y una mujer hay armonía entre lo corpóreo-anímico, entre lo sexual-espiritual, la consecuencia que fluye espontánea es el deseo de prolongarse mutuamente en un nuevo ser, es contribuir ambos y encontrar en alguien más parecidos consigo y con el otro. Esa es la maravilla de la procreación: reconocer algo de sí en el engendrado y encontrar también al amado en esa nueva criatura.
Sólo en esta unidad corpóreo-espiritual, cada persona en su concreción individual como varón o como mujer, manifiesta en su conformación corpórea, puede comprender al sexo como un constitutivo de lo humano. Entonces queda claro que el sexo no puede separarse del modo como se conduce una persona, del psiquismo y de lo específicamente espiritual. Con estas premisas, el ejercicio de la sexualidad, el acto de unión físico entre un hombre y una mujer, es un acto de intercomunicación personal porque también es un acto psíquico, y ambos actos están dirigidos por el acto espiritual de donación y recepción.
El problema contemporáneo consiste en una reducción del amor a la relación erótica-sexual, en el nivel de lo corpóreo y de lo psíquico, separándolo de la dimensión espiritual. Entonces, ese amor queda deshumanizado. Se exaltan las técnicas de seducción, el afán de encontrar nuevas sensaciones y, por lo tanto, la fidelidad pierde sentido. La relación es una pseudo relación porque cada uno está centrado en sí, pide pero no da. Mucho menos cabe la posibilidad de pensar en la prole. Como no hay donación, ese nuevo ser no ofrece más que molestias.
En el mundo actual, el amor que se promueve es un amor infantil, como el del niño que quiere a los demás por el alimento que le dan. En estas condiciones, cuando alguien cansa, porque ya no existe la novedad, se cambia por otro, y así sucesivamente. Se instrumentaliza la relación, se subordina a la incursión en nuevos placeres. Así, al separar de la sexualidad la comunión con el otro, tampoco se incluye la ayuda mutua estable, y mucho menos la procreación. En este estado, la respuesta al título de este artículo es negativa, el amor no es lo mismo que sexo.
En cambio, cuando la relación comprende todas las dimensiones del ser humano, es integral y, paradójicamente, podemos decir que amor y sexo sí se pueden identificar. Sin embargo, para no equivocarse con esta afirmación, hace falta contestar afirmativamente las siguientes preguntas: ¿comprendo al otro?, ¿busco desinteresadamente su bienestar?, ¿lo perdono o lo disculpo cuando no corresponde a mis aspiraciones?
El auténtico amor es casto porque no inicia la dependencia de las relaciones sexuales antes de ofrecer una estabilidad de vida propia del hogar común. Es casto porque no asfixia la vida de un nuevo ser con medios artificiales y argumentos artificiosos. Es casto porque realiza el acto unitivo con quien se ha formado una familia. Es casto porque en la familia se cultiva la calidez propia del hogar y la apertura a nuevos seres. Es casto porque evita cualquier ocasión de infidelidad. Es casto porque fortalece la entrega con el cuidado mutuo. Es casto porque con el atractivo sexual no se busca promover pasiones degradantes, sino realzar los impulsos de nobleza. Es casto porque hay armonía entre el mundo familiar y el mundo extradoméstico. Sólo así, amor y sexo pueden identificarse.
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