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Quaestiones Quodlibetales II.- El matrimonio entre los no bautizados ¿Dios ayuda o no?

Hablando de la importancia del sacramento del matrimonio, un lector me planteó la siguiente pregunta:

Bruno, una pregunta con un poco de malicia: en los matrimonios no cristianos, ¿Dios ayuda o no? Porque también hay matrimonios no cristianos que se quieren y se aguantan toda la vida.

En primer lugar, hay que decir que sacramento del matrimonio como tal no puede existir entre dos personas que no hayan sido bautizadas (igual que un no bautizado no puede ser ordenado sacerdote, ni recibir la primera comunión). Los sacramentos se producen únicamente en las personas unidas a Cristo por el bautismo y en la Iglesia, que es en sí es el gran sacramento de Cristo.

En cambio, entre cristianos no católicos sí que puede existir el sacramento, ya que el ministro del sacramento son los propios esposos (no el sacerdote) y esos esposos, por su bautismo, están unidos de alguna forma a la Iglesia. Entre los ortodoxos, que han conservado la sucesión apostólica y la integridad esencial de la fe, el matrimonio es un sacramento válido. Entre los protestantes, a pesar de que no creen que el matrimonio sea un sacramento, es posible que exista ese sacramento, según los casos y la intención de los esposos.

Hemos visto que el matrimonio entre personas no bautizadas no es un sacramento, pero eso no quiere decir que no sea algo querido por Dios. El matrimonio fue instaurado por Dios ya en la creación, en un plano natural, como una imagen del amor trinitario: Hombre y mujer los creó. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, de modo que sean los dos una sola carne. Dios ha querido hacer al hombre incompleto en cierto modo y necesitado de encontrar su complemento en la mujer, para que el amor natural sea el fundamento de la vida social y humana y el entorno previsto para traer al mundo a los hijos.

La bendición de los esposos de la liturgia nupcial, dice, de una forma muy bella: Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado original ni por el castigo del diluvio. Por lo tanto, ese plan de Dios para el hombre y la mujer, que se manifestó en la creación, continúa vigente para todos los hombres, a pesar de que por el pecado nos hayamos alejado del plan divino.

Así pues, el matrimonio natural entre los que no están bautizados es algo querido por Dios para ellos y, sin duda, Dios ayudará a esos matrimonios no cristianos, aunque de otra forma que a los matrimonios cristianos. Las personas que no han conocido a Jesucristo, no simplemente en el matrimonio sino en todos los aspectos de la vida, pueden ver a Dios «de lejos» pero de una forma real y auténtica, en su aspecto no personal de Verdad, de Bien, de Belleza. Los cristianos, en cambio, le conocen personalmente, a través de su Hijo Jesucristo, manifestado en la carne, presente en su Iglesia y que actúa en los sacramentos.

En un matrimonio no cristiano, Dios ayudará a los esposos (cuando se dejen) a buscar el bien de la otra persona, la verdad en sus relaciones, a quererse de forma natural en la medida de sus fuerzas, etc. Todos conocemos matrimonios en los que los esposos se toman muy en serio el matrimonio, el amor y la entrega mutuos y el cuidado de los hijos, a veces de forma admirable. En todo ello, aun inconscientemente, están cumpliendo la voluntad de Dios inscrita en sus corazones y no les faltará la ayuda de Dios.

Aún así, el alejamiento de Dios que provocó el pecado del hombre hace que estos matrimonios noten siempre una separación, una distancia insalvable entre lo que desearían para su matrimonio y lo que es posible para sus fuerzas. La realidad se queda siempre corta con respecto a lo que desea su corazón: como dice el Catecismo, el matrimonio natural sufre la esclavitud del pecado, de la que sólo Cristo nos puede salvar.

En cambio, en el matrimonio como sacramento, Dios participa además personalmente en el pacto de los esposos, que se convierte en una verdadera Alianza, en la que participan el esposo, la esposa y también Dios. Ese matrimonio esta «redimido», salvado, en el sentido de que participa de la salvación que nos ha traído Jesucristo y que afecta a todas las realidades humanas. Por eso el amor de los esposos cristianos, aun en medio de la debilidad humana, puede ser como el amor de Jesucristo, un amor más allá de sus fuerzas, un amor que se extiende al enemigo, es decir, el amor de caridad que sólo podemos recibir de Cristo.

Los esposos cristianos, además, renuevan en la Eucaristía la presencia de Cristo en ellos, reciben su perdón en la Penitencia, escuchan la Palabra de Dios que transforma sus vidas y, en la oración, reciben la fuerza necesaria para quererse siempre. En ese sentido, Dios puede hacer que esa distancia insalvable de la que hablábamos antes entre la realidad del matrimonio y lo deseado por los esposos, sea superada por su gracia, que puede hacer milagros en ese matrimonio y de hecho, en mi experiencia, los hace.

Dios, además, se compromete en el matrimonio sacramental de una forma especial, uniendo ese amor al de Cristo por su Iglesia. Por eso el matrimonio cristiano es indisoluble y no puede romperse, igual que nunca puede romperse el amor de Cristo por su Iglesia, mientras que el matrimonio natural no es necesariamente indisoluble, ya que la voluntad humana ha quedado debilitada por el pecado. Sin embargo, aunque el matrimonio civil puede disolverse y, de hecho, se rompe muchas veces por el divorcio, los esposos notan en su interior una llamada, una verdadera vocación, a que ese matrimonio dure para toda la vida y, a menudo, en la medida de sus fuerzas, intentan que así sea.

En resumen y en mi opinión, el matrimonio natural entre los no cristianos es algo bueno y maravilloso, inscrito en la misma naturaleza humana creada por Dios como una vocación para el ser humano. Dios estará presente en él bajo la forma de Verdad, Bien y Belleza. El matrimonio cristiano es ese mismo matrimonio natural, pero redimido por Cristo y metido de lleno en la vida de la gracia sobrenatural, con una presencia especial de Dios, ya que el mismo Dios ha querido participar en él personalmente.

Por eso, si unos esposos no cristianos se convierten y reciben el sacramento del bautismo y del matrimonio, no experimentarán que este sacramento niega o condena su situación anterior, sino más bien que la lleva a plenitud, que la santifica, la redime, la purifica y la llena de Dios, como ellos siempre habían deseado aun sin saberlo.

Sed contra

1. ¿Por qué la Iglesia exige los efectos civiles del sacramento? Igual que hay gente casada sólo civilmente, ¿por qué no al contrario?

No es absolutamente necesario que el matrimonio eclesiástico tenga efectos civiles. Por ejemplo, en Francia, las parejas cristianas se casan primero en la Iglesia y luego en el Ayuntamiento, porque el matrimonio religioso no tiene efectos civiles.

Aunque no es necesario que el matrimonio eclesiástico tenga efectos civiles, sí que es apropiado, porque matrimonio civil y matrimonio sacramental no son cosas totalmente diferentes (como he intentado mostrar en el artículo), sino que el sacramento toma lo que es el matrimonio natural y lo transforma mediante una presencia especial de Dios. La gracia de Dios no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. En ese sentido, el matrimonio sacramental incluye el matrimonio natural y "algo más".

2. Si los contrayentes son los ministros, ¿por qué la celebración con sacerdote? ¿No basta una celebración «privada», con dos testigos y los esposos?

Es cierto que la presencia del sacerdote no es absolutamente necesaria. Como los ministros del sacramento son los esposos, lo único que hace falta son testigos. Eso sí, la Iglesia exige una serie de características en los testigos: que sean mayores de edad, en pleno uso de sus facultades, etc. y pide que uno de ellos sea un "testigo cualificado", es decir, un sacerdote o un diácono, que se supone que saben lo que es el matrimonio cristiano, que habrán advertido de ello a los contrayentes, que cumplirán las formalidades, etc. ¡Pero el sacerdote sólo es un testigo!

Por eso mismo, en zonas en las que no estén disponibles un sacerdote ni un diácono, el "testigo cualificado" aceptado por la Iglesia puede ser otra persona. Y, por supuesto, no tiene porqué ser un hombre: en Sudamérica, en algunos casos excepcionales, se ha encargado de ello a monjas.

3. El matrimonio, ¿es solamente un papel, un puro convencionalismo social?

Me ha llamado la atención el término empleado: "convencionalismo social". Durante un tiempo, estuvo de moda pensar que todo lo que tuviera que ver con la sociedad y las normas sociales eran "convencionalismos" sin importancia.

Pero eso no es verdad: el ser humano es un ser social por naturaleza, lo social es una parte esencial de lo humano. Hay normas sociales que son puro convencionalismo (como el hecho de que los hombres no lleven faldas) y otras que son propias de la naturaleza humana.

Una de estas realidades a la vez sociales y naturales es el matrimonio. El matrimonio no es algo que les importe únicamente a los esposos, sino que tiene una dimensión social muy importante. El matrimonio es un compromiso contraído por los esposos ante la toda la sociedad (y, en el caso del matrimonio religioso, ante la Iglesia y ante Dios).

Sin duda, la dimensión interpersonal (entre los esposos) es la fundamental, pero su aspecto social también tiene su importancia. En cierto modo es decir "me caso contigo y quiero que todo el mundo lo sepa" o, "a partir de ahora, tu y yo contra el mundo". La sociedad reconoce que entre los esposos hay un vínculo real, objetivo y permanente. Por eso, todas las legislaciones del mundo reconocen el parentesco "político", es decir, por razón de matrimonio, como algo real y con efectos jurídicos.

4. ¿Los sacramentos no son algo muy tardío en la Iglesia, propio de la Edad Media?

Los sacramentos no son algo tardío en la Iglesia. En griego, sacramento se dice "mysterion" (o "mysteria", en plural) y ya habla San Pablo de ellos en sus cartas. Los sacramentos fueron instituidos por el mismo Cristo.

Otra cosa es que, como sucede en muchos otros casos, la doctrina sobre ellos se ha ido explicitando con el tiempo, al hilo de discusiones y problemas de la Iglesia. Por ejemplo, hasta Trento había gente que pensaba que la Vida religiosa era un sacramento y el Concilio de Trento determinó que los sacramentos, estrictamente hablando, sólo son los siete que todos conocemos.

En el caso del matrimonio, San Pablo lo llama mysterion, sacramento, y lo asemeja al amor de Cristo por su Iglesia, que es, probablemente, la realidad más sobrenatural que conocemos los seres humanos.

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