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La «shariah» occidental

Tengo algunos retratos de los años 50 en los que mi madre y mi hermana mayor aparecen cubiertas con un pañuelo. En misa, la mantilla era preceptiva y en verano el párroco recordaba que las mujeres tenían que acudir con medias a la Iglesia. Las monjas apenas salían de sus conventos y mi tía, de la orden del Sagrado Corazón, iba con rigurosa toca. Era lo más normal del mundo. Tampoco las chicas recibían la misma educación deportiva que los chicos. Luego vino el despelote y ahora, tras lo que se denomina la revolución feminista, ya no sabemos cuál es el papel de cada cual y, aunque lo seguimos intuyendo, nos cuesta rendirnos a la evidencia. Además, existe un abismo entre el mundo secular y el religioso. Vivimos un mundo de confusión.

Un día nos desayunamos con que la Iglesia anglicana ordena sacerdotes homosexuales y al siguiente el arzobispo de Canterbury dice que habrá que aceptar algunos de los aspectos legales de la shariah. Entre los católicos también cada maestrillo tiene su librillo, y una buena parte de ellos hace oídos sordos de las encíclicas papales. Entre los judíos hay tantas opiniones como rabinos. Y los únicos que parece que tienen las ideas claras, al menos en los aspectos fundamentales, son los musulmanes. Supongo que era a eso a lo que se refería el arzobispo Rowan Williams cuando afirmó que en determinados aspectos del derecho matrimonial pudiese ser aplicable la ley islámica, del mismo modo que en España —esto lo digo yo, no el arzobispo— las nulidades eclesiásticas tienen efectos civiles.

Después de un siglo de ideologías y de revoluciones, lo único que queda es lo que ya había antes: familia, patria y religión. La islámica, en todas sus modalidades, sigue siendo muy retrógrada con las mujeres. Dudo que evolucionen hacia formas de libertad como lo han hecho casi todas las confesiones cristianas —el catolicismo, desde luego— o la mayoría del judaísmo. Sus orígenes defendían la libertad, la igualdad y la caridad. No sé si los musulmanes están como nosotros hace ciento y pico de años, cuando se encarcelaba a las sufragistas, o dónde están. En cualquier caso, a más de mil millones de personas habrá que ofrecerles una solución para que se vayan adaptando a la democracia y la modernidad.