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El hombre de fe

El hombre vive tensionado entre la llamada de lo eterno y la llamada del mundo temporal donde debe realizar su vida; entre el mundo natural que ignora el amor y la justicia y hace de la vida una carnicería, y el mundo eterno, donde todo es luz, armonía y amor.

La fe es una herida interior que sólo cerrará con la muerte. Pero, ¡cuidado!, no hay que dejarla que se cierre, pero tampoco dejar que se infecte... el hombre de fe, es tranquilo en su profanidad, por la seguridad que le da ella misma. Pero no es tranquilo en su superficie. El hombre de fe sabe inquietarse sin perder la paz, compartir la angustia sin perder el optimismo y la esperanza.

Se distingue por su serenidad, por su alegría y por una invencible paciencia. Creer es estar seguro de Dios en medio de las inseguridades de nuestra existencia, que las echamos en un Dios que cuida de nosotros.

El joven que pone la confianza en su padre, antepone el juicio del padre al suyo. Creer es dar preferencia al juicio de Dios, entrar en las intenciones divinas que se refieren al mundo y estar dispuesto a lo que Dios quiera.

Porque Dios tiene un designio sobre cada hombre. Cuando es el hombre quien elige, puede errar y su elección es vacía. Pero Dios nunca fracasa y sus elecciones son siempre fecundas, van acompañadas de los dones necesarios. Hay que tener fe en las posibilidades naturales y sobrenaturales infundidas por Dios en nuestra alma. El dudar de nuestras condiciones puede ser falta de lealtad con Dios o señal de pereza o cobardía.

No importa que el horizonte esté cerrado ahora. No importa que una iglesia local fracase parcialmente. Nunca fracasa el todo de la Iglesia. Nunca un verdadero cristiano fracasa para siempre. Además, Cristo nunca nos prometió el triunfo definitivo en la tierra. Esencialmente, la condición del cristiano es de lucha y crucifixión, y nuestra situación actual es la de soldados y mártires. La victoria final será de la fe, nunca serán nuestros todos los combates ni quedarán intactas nuestras fuerzas, pero «tened confianza, yo he vencido al mundo».