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Los tiempos y el cambio

La creencia de que la edad en la cual vivimos difiere por completo de las precedentes y que los conflictos de antes ya no existen, constituyen una arrogancia pueril. Muchas personas se intoxican con esta idea caprichosa y pasan por alto, que si sus apreciaciones fueran correctas, todas las novedades de las cuales se muestran tan orgullosos se transforman en anticuadas en un lapso breve por no responder a la realidad cambiante. Con la exagerada distinción entre las eras y el orgullo infantil, que la acompaña, también se alimenta la ilusión de que el período actual no solo es por entero distinto a los precedentes, sino superior a ellos.

Mucho más grave que este concepto simplista es la posición avanzada que iguala la realidad histórica o sociología de una idea, con su validez y verdad. Es necesario distinguir que, por el hecho de que una idea empape la atmósfera durante cierto tiempo, o que en una época prevalezcan ciertas tendencias y expectativas, esto no nos proporciona ninguna información sobre la verdad o la falsedad de tales concepciones, ni de la legitimidad de las corrientes de ideas que priman en ese período concreto.

Si la historia es capaz de enseñarnos algo, ese algo radica en su llamado de atención sobre el peligro de que la gente se infecta por obra de las tendencias erróneas imperantes en su época. La realidad histórica-sociológica de una teoría no es algo irresistible y que uno tenga que aceptar como si se tratara del destino. No hace de un error menos erróneo, ni de una cosa sin validez algo auténtico. Dejarse dominar por la ideología de la época es abdicar de la libertad espiritual, es aceptar que lo arrastren las corrientes de los tiempos, en una palabra, despersonalizarse.

Nuestra actitud debe ser la opuesta, o sea, comprender que valores legítimos trae una edad y hora particulares y cual es la temática a la luz de las verdades eternas e inmutables. Las corrientes ideológicas de la época que contengan algo válido objetivamente deben ser aprobadas en la medida en que su contenido sea verdadero y no porque sean fruto de las corrientes temporales. Esto es lo que aclara los conflictos e indica la solución correcta.

Hay pues, dos actitudes distintas en esencia: la de quien se deja apresar por las corrientes de la época, que lo llevarán de un lado al otro; y la de los que no se dejan cautivar, se renuevan constantemente, adoptan su posición con respecto a las tendencias dominantes desde las verdades eternas. Por eso dice San Pablo: «Examinemos todas las cosas y retengamos lo bueno». Esta advertencia desenmascara los errores corrientes, expone su falsedad al enfrentarlos con las normas inmutables e intemporales.

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