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Responsabilidad por el mundo

Veinte años de la exhortación Christifideles laici, carta magna sobre los fieles laicos

Un equipo de voluntarios ha recorrido, por la noche, algunas ciudades de nuestro país, para hablar con los «sin techo», conocerles y preguntarles qué necesitan. Los resultados: la mayoría carece de trabajo, son extranjeros y duermen al raso; viven de la chatarra o la limosna, y a veces son víctimas de delitos. En otra de nuestras ciudades —bastante próspera a pesar de la crisis económica— un periódico local publicó un amplio reportaje sobre las familias de inmigrantes que cada día revuelven en la basura, para alimentarse de lo que otros desechan.

Interpretando a San Pablo, ha dicho Benedicto XVI que la fe cristiana implica «una responsabilidad por este mundo». Esta responsabilidad no es una utopía abstracta, ni se diluye en «la humanidad», sino que nos afecta a cada uno. Particularmente a los cristianos, y de una manera inmediata, a los fieles laicos, es decir, a la mayoría de los bautizados, hombres y mujeres, inmersos en la vida familiar y profesional.

Con motivo del XX aniversario de la exhortación Christifideles laici (1988), el Papa ha señalado que los fieles laicos están llamados a ser «testigos del Señor y redescubrir y experimentar la belleza de la verdad y la alegría de ser cristianos». Ellos tienen como característica la índole secular. Esto significa —en continuidad con el Concilio y la citada exhortación— que «el mundo, el entramado de la vida familiar, laboral, social, es el lugar teológico, el ámbito y medio de realización de su vocación y misión».

En términos más concretos: «Todo ambiente, circunstancia y actividad en que se espera que pueda resplandecer la unidad entre la fe y la vida, está confiado a la responsabilidad de los fieles laicos, movidos por el deseo de comunicar el don del encuentro con Cristo y la certeza de la dignidad de la persona humana». Y esta vez entre exclamaciones: «¡A ellos les corresponde hacerse cargo del testimonio de la caridad especialmente con los más pobres, los que sufren y los necesitados, y también asumir todo compromiso cristiano orientado a construir condiciones de una paz y justicia cada vez mayores en la convivencia humana, de forma que se abran nuevas fronteras al Evangelio!».

Es importante, en efecto, recalcar en qué consiste ser cristiano, y mostrar los modos en que un cristiano coherente puede hoy contribuir a la construcción de la sociedad. Concretamente, a lo largo de lo siglos los cristianos han mostrado un amor preferencial hacia los necesitados, como algo esencial a la identidad cristiana. Hoy se precisa redescubrir esa dimensión social del Evangelio.

No sería cristiano vivir «como si» los necesitados no existieran; en la práctica, eso sería vivir como si Dios no existiera. Ignorar a los pobres y a los hambrientos —tanto a los hambrientos de pan como a los hambrientos del espíritu— sería ignorar a Cristo. Equivaldria a caer en las redes del secularismo materialista, en un ateísmo práctico ciego y sordo ante la verdad y el amor. Por eso es lógico que el Papa se haya referido a la necesidad y la urgencia «de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y pasión de servicio hacia el bien común».

La responsabilidad por el mundo es, como sugiere la misma palabra, una respuesta a la llamada que Dios dirige a todas las personas. Una respuesta que pide la coherencia y la certeza del testimonio cristiano.

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