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La fe y el hombre

Hay muchos hombres a los cuales nada les llega al estrato más hondo, más profundo de su alma. Tales hombres están muertos en su interior. Recibieron cierta cultura y ciertos valores, pero nunca tuvieron una posesión permanente de su yo, y hasta han desparecido de sus vidas. El ritmo de vida los hace también así. La corriente de acontecimientos ofrece a nuestra mente una gran variedad de intereses; nuestra atención no permanece enfocada mucho rato con la misma intensidad en un tema; el paso de un tema a otro nos obliga a abandonar una alegría interna y volver nuestra atención hacia lo profundo del alma. Esto no solo debilita gradualmente la comprensión de las grandes ideas de la cultura, sino, lo que es peor, la idea de Dios, de la fe, quebrando toda posibilidad de influencia de ellas en su vida.

Lo que está alterado no es la fe sino el mal que se ha producido al sujeto de la fe, que es el hombre. Porque absorbido en un 80% en sus ocupaciones, no tiene tiempo, y además, su cabeza sacudida en todas las direcciones, es difícil ese contacto vivo y bueno, entre el ser humano y lo divino con el riesgo consiguiente de que su fe se debilite o desaparezca.

Por eso, la fe exige fidelidad. En el amor humano pasa lo mismo: después de una dura jornada de trabajo, el marido lleno de preocupaciones tiene que usar su imaginación y sacar fuerzas, para que en períodos de turbación, de sequedad o de duda en su matrimonio, lleve seguridad y frescura a su vida matrimonial. Lo mismo ocurre con la fe, que hay que tener siempre cierta disponibilidad para las cosas divinas. Si cerramos los ojos nos convertimos en ciegos voluntarios y de esto no tiene la culpa la luz sino nosotros mismos.

No hay que renegar y protestar en la oscuridad por lo que se ha visto en la luz, aunque sean grandes nuestras dudas y desalientos. A veces, las dudas y desfallecimientos son la justificación de nuestra mala conciencia y tienen demasiada vergüenza de Dios, de ese bien absoluto que han entrevisto y que los condena. Algunos se ríen del amor porque son incapaces de amar. Todos tenemos que encarnar lo que creemos y no traicionar el espíritu cuando flaqueamos por la carne.

Pese a todas las razones para dudar, la fe es un salto hacia lo desconocido; cierta incertidumbre es la condición y el clima de la fe. Si tuviéramos la certeza de muchas cosas no tendríamos la necesidad de la fe.

El mundo no solo es malo y cruel, sino que proclama constantemente la ausencia de Dios. Por eso, todo el problema del hombre es saber discernir sin escuchar los ruidos del mundo exterior, o la voz que viene de nuestro interior que aspira hacia el bien, sin mezcla ni condición que está en nosotros y que es lo único que nos dará plenitud.

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