conoZe.com » Tiempos » Semana Santa

Una Pasión muy nuestra

Como herencia que nos dejó Jesucristo, Hijo de Dios y hermano nuestro, nos ha quedado una cierta pasión que es, por eso mismo, muy nuestra porque con ella profesamos la que sufrió Él y cumplimos, así, con lo que era su mensaje, la doctrina que nos comunicó su predicación.

Al igual que Jesús, como Él (aunque no en el mismo nivel), que soportó el sacrificio de defender la Ley de Dios por encima de todas las incomprensiones que sus contemporáneos le manifestaban, por encima de las asechanzas de aquellos que buscaban su ruina espiritual pero, también física (sin darse cuenta de que, en su caso, eso no era posible), a nosotros nos corresponde, en nuestra propia pasión, el ejercicio de esa defensa en tanto en cuanto es la voluntad de Dios pues fue esa voluntad la que dirigió la vida de Jesús y nosotros, receptores, vía Iglesia, de sus bienes espirituales que recibimos en la herencia que nos transmitió, hemos de hacer frente a ella. Esa es una pasión muy nuestra.

Nosotros, los que nos consideramos discípulos, lejanos en el tiempo en el que sucedieron aquellos hechos pero cercanos en su espíritu (que es eterno) también hemos de sentir el padecimiento físico que del espíritu se deriva al entender que, muchos que se dicen cristianos, traicionan con su vida, con sus acciones, con su actuar, el mensaje dado por Jesucristo y hacen, de él, un escabel desde donde contemplan el mundo con gozo mundano como muchos de los suyos lo hicieron; miran para otro lado, de forma políticamente correcta, cuando se lesionan derechos como el de la vida y esa lesión recae en seres indefensos, cuando se dejan vencer por los medios de manipulación vigentes con el convencimiento de hacer el bien a sabiendas de que no es así como los que se sometían a la Ley de Roma para simular acatamiento pero, en sus corazones, había odio e ira; cuando creen, como dice el salmista del enemigo del pueblo de Dios que el Creador no los ve, que ya no cuida de nosotros, que somos, sólo, un aliento fugaz que no torna. Y esa es una pasión muy nuestra.

Pero no sólo esto. Nosotros, los que nos consideramos heraldos de la Palabra de Dios, todos aquellos que, con nuestras sílabas o con nuestro ejemplo queremos que sea aceptado su Reino en este valle, que sea visto como una luz que nos lleve a la verdadera Luz, hemos de ser capaces, como lo fue Cristo, de soportar aquellos agravios inferidos por doquier por los poderes establecidos; aquellas injurias proferidas por bocas ávidas de la sangre que consideraban enemiga desconociendo que era la que les iba a cambiar el corazón de piedra por uno de carne; aquellos pesares que ocasionaron, en el corazón del Emmanuel, por su conducta equivocada y maligna, detalladamente ajena a lo que les convenía. Y esa es una pasión, también, muy nuestra.

Y además, por si todo lo dicho fuera poco, también hemos de estar preparados para recibir el peor de los daños que alguien puede aceptar: la pérdida espiritual de los antaños hermanos que, a lomos de una inadecuada actualización de la doctrina de Cristo, la abandonan aplicando a su existencia criterios que, sólo tangencialmente, tocan el Verbo Encarnado pero que simulan, es de suponer que para bien de su espíritu, estar alineados con el corazón del Hijo; aquellos que se dejan controlar por el maligno en sus más diversas manifestaciones y no aprecian el sentido exacto de lo que Dios quiere al no mirar con los ojos de Jesucristo el mundo donde viven. Y esa es, por supuesto, una pasión muy nuestra.

Como herencia que nos dejó Jesucristo, Hijo de Dios y hermano nuestro, hemos de ser conscientes, en estos tiempos difíciles para todo lo que pueda ser, o parecer católico, de que las más diversas asechanzas se ciernen sobre nuestras cabezas cual espada de Damocles sabiendo, casi siempre, o no, quiénes son los tiranos de estas Siracusas que pisamos y cuáles los bienes a los que nos proponen acceder, mundanos y tibios, pero también reconociendo que el afilado artefacto nos demuestra, como lo hiciera con el cortesano de Dionisio I, el Viejo (y que dio lugar a que se formulara aquella repetida expresión) que lo mundano se caracteriza por ser efímero y se distingue por su inestabilidad.

Frente a esto, la Pasión de Cristo nos propone un camino no dulce pero gozoso, no fácil pero no exento de recompensa, no carente de obstáculos pero tampoco de merecimientos que, queramos o no, gustamos de poseer porque nos demuestra, a nosotros mismos, que hacemos lo que corresponde hacer a quien muestra agradecimiento por la salvación ganada con Su sangre; frente a esto, la Pasión de Cristo es, digamos, como un espejo donde podemos ver la nuestra, esa pasión en minúscula pero no, por eso, menos dolorosa porque es, al fin y al cabo, la transposición a nuestra esencia de especie humana de un padecimiento de Dios y eso, claro, tiene sus limitaciones, como limitados somos nosotros pero, también, por eso mismo, es más nuestra que nada, más nuestra y merecida, más nuestra y para siempre.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=8144 el 2008-03-12 22:38:01