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Migrantes divinos y humanos

Las guerras, el odio racial, la lucha por el poder... han llevado a extremos críticos en los siglos XX y XXI el problema de los migrantes por miedo, por miedo al exterminio. Se trata de los refugiados. Lo más terrible del asunto es la insensibilidad mundial ante el problema.

Hay migrantes que buscan una vida mejor, que llegan a Europa y Norteamérica. Estados Unidos recibe millones de migrantes ilegales, latinoamericanos particularmente, buscando el "sueño americano". Europa es destino de muchos africanos y nacionales del Cercano Oriente, con la misma finalidad. Estos casos reciben una permanente atención de los medios de comunicación.

Pero esta realidad migrante palidece ante otro problema que no recibe el mismo trato ni atención de la gente común: los refugiados. Las guerras intestinas de muchos países, sobre todo en África y Asia, hacen huir a millones de personas.

El odio racial, ideológico y religioso, las agresiones militares por territorio y la lucha por el poder, constantemente ponen en fuga a millones de familias, que huyen del genocidio. Quienes los persiguen son eso, genocidas. No tratan de doblegarlos o someterlos, tratan de acabarlos, matarlos a todos si fuera posible.

En los campos de refugiados, mueren de hambre y enfermedades propias de sus insalubres e insuficientes condiciones miles de personas diariamente, primero los niños. No pasan desapercibidos, claro, ante organismos internacionales como las Naciones Unidas y organizaciones patrocinadas por gobiernos y particulares. Pero sus medios: dinero, alimentos, medicinas, abrigo, ropa y trabajo son gravemente insuficientes. Requieren más ayuda del mundo que come tres veces al día.

Algo muy grave es que hay y seguirá habiendo esa gente poderosa, con el poder de las armas, que persigue, mata sin piedad a inocentes. ¿Qué está faltando a la humanidad, que engendra estos monstruos asesinos de multitudes? ¿Cómo pueden, sin cargo de conciencia, enfrentarse enemigos políticos tomando como campo de batalla la población civil, ajena al conflicto, que huye ante la destrucción de personas, hogares, fuentes de trabajo, templos, hospitales y escuelas?

Detrás de esta terrible realidad hay una enorme falta de sentido moral, de conciencia, y del mínimo respeto por la dignidad humana.

Debemos tomar conciencia plena del problema los cristianos y tomar acción, sobre todo de palabra, de protesta. La fuerza de la opinión pública internacional, que lleva a gobiernos poderosos a obligar en lo posible al genocida a detener su mano asesina, funciona en buen grado. También llega a preocuparles la imagen internacional de sus movimientos político-militares.

Debemos apoyar las causas de los refugiados. No solamente es asunto de doctrina, de caridad cristiana, es también cosa de familia. Nosotros, los cristianos, tuvimos en nuestro propio principio nuestros propios refugiados.

Una noche, el padre de familia recibe la alerta del Señor, ante la furia genocida de niños de parte del poder romano: "José, toma al niño y a su madre y huye a Egipto". Y José, con María y Jesús-niño, abandona inmediatamente todo: casa, taller y sus escasos bienes hogareños y huyen a Egipto.

¿Cómo fue el viaje, la llegada a un país extraño, sin nada más que el oficio de carpintero para poder empezar de la nada, sin hogar ni taller ni el idioma? El Evangelio no lo cuenta, pero no es necesario, toda esa lucha por la vida de refugiados es perfectamente comprensible, imaginable.

Pero un día, ese padre de familia, que ya había logrado mantener a su familia en el extranjero, recibe la orden divina de volver a casa, tras la muerte del genocida, que matando a cuanto niño pudiera ser el Rey predicho por los profetas, no pudo alcanzar la vida de un pequeño refugiado: Jesús.

Volver a casa los refugiados nunca ha sido fácil, vuelven a una nueva nada, a empezar de nuevo. Nuestra Familia refugiada, de regreso a Nazaret, también tuvo que hacer un nuevo hogar, una nueva carpintería, con todas las penurias del caso.

Abramos pues la mente al grave problema de los millones de refugiados que, aunque no los veamos, aunque no aparezcan en la televisión o prensa escrita, más que cuando hay una nueva crisis, están allí, muriendo de hambre, de tristeza, de abandono de todo tipo por parte de la mayoría de la humanidad.

¿Qué podemos hacer por esas familias, que por millones son refugiadas, como fue refugiada nuestra propia Sagrada Familia, tan humana como las demás y tan divina como la persona del Mesías infante? Más de lo que parece posible.

Primero que nada, y conforme a la enseñanza divina, debemos orar, pedir juntos al Señor por los que sufren, que por los medios que Él quiera proveer, haga llegar a los migrantes-refugiados lo que necesitan. Pedirle con fuerza que mueva los corazones de los desalmados, de los genocidas, para que detengan su sed de muerte.

Podemos también dar en lo posible ayuda material. Cuando hay refugiados por desastres naturales, la solidaridad se manifiesta espléndidamente, al menos durante la crisis, presente a todas horas en los medios de comunicación (aunque después parece que se olvida, cuando las conciencias se han tranquilizado).

Así, lo que más debemos pedir al Señor, para esas familias refugiadas, es que mueva los corazones de los que tienen lo necesario y más: personas, naciones u organizaciones, para que solidariamente satisfagan las necesidades elementales de las familias refugiadas.

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