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Los civilizados y sus civilizaciones
El liberalismo y el socialismo, en tanto pensamientos utópicos, parten de la idea de que todo lo posible debe ser factible. Se proyecta un dispositivo para transferir grandes cantidades de energía a distancia. La posibilidad se concreta en planos y ecuaciones y una vez resuelto sobre el papel se instrumenta la tecnología. El objetivo es no sólo desplazar energía a gran velocidad sino masas. Dicho de modo televisivo, convertir las masas en energía, desplazar dicha energía de Nueva York a Tokio y reconvertir la energía desplazada en la masa material de donde procede. Podríamos transferir grandes masas de agua o maquinaria o las mismas personas. Si pensamos en viajes espaciales la utilidad del proyecto es más visible puesto que permitiría viajar fuera de las galaxias a la velocidad de la luz, ya que en el fondo somos luz, condensada en forma de masa corporal.
Dicho proyecto no es ninguna fabulación ni está sacado de las películas de fantasía interespacial sino que es una investigación cuyos primeros pasos, aunque lentos, se han dado con éxito sustancial: Desplazar medio metro una masa por el procedimiento expuesto.
Es posible, es factible; lo racional es hacerlo y el progreso avanza en esta dirección. Sin embargo la realidad del 'mundo mundial' es bastante más complicada.
Sabemos que en todas las culturas, razas y civilizaciones han existido y existen gentes civilizadas y que es posible promover encuentros para dialogar entre tales personas y conseguir limpiar la atmósfera de algo mucho peor que el agujero de ozono y que la desertización: el odio, la venganza, el sentimiento de inseguridad, que propicia la agresividad, y el instinto de acumulación, que lleva a pensar que es posible y factible tener las riquezas del otro y que en consecuencia lo racional es quitárselas. O sea el robo con violencia a nivel colectivo más o menos camuflado de múltiples estudiadas legitimidades. Kosovo es un caso bien evidente. Hay mucho petróleo. ¿Hace falta seguir?
Las civilizaciones son constructos históricos colectivos que han cristalizado y en la mayor parte de los casos se han petrificado y momificado. Son atmósferas históricas en donde las personas se sienten cómodas, en las que las costumbres, la religión, el arte, el derecho y la organización social tienen una homogeneidad que permite la comunicación y el sentirse «como en casa».
El lado negativo de esas formaciones históricas es que su misma homogeneidad y petrificación, en la medida en que afirma su identidad, marca la diferencia con las demás civilizaciones, culturas y grupos étnicos. Es entonces cuando aparece el «choque de civilizaciones» expresión de un famoso trabajo de Huntington (1993) que suelen producir profundas grietas entre ellas. Del mismo modo que las masas continentales se acercan o se alejan unas de otras o las masas tectónicas en sus fallas generan grandes seísmos, las formaciones históricas producen guerras, generalmente de exterminio, puesto que el otro, el diferente, es justamente la negación de mi mismo y de los míos. Es lo que Toynbee ha llamado el «drama de los encuentros entre sociedades».
Otra faceta del fenómeno del choque de civilizaciones es la ambición de deglutir al otro, puesto que nuestra civilización es la única buena y la mejor, todos deben reconvertirse a ella y es posible que el mejor camino sea conquistarlos para hacerlos felices. En consecuencia, por diferenciación o identificación la civilización tiende a conseguir la paz perpetua y universal a su manera, mediante la globalización de la propia civilización y la marginación o extinción del resto.
Suele surgir, en estas circunstancias, que siempre están plenamente vigentes desde que hay civilizaciones, que un liberal o un socialista que piensa que las civilizaciones, las culturas, la moral o las religiones son una especie de costra social, suprimida la cual brilla la piel sana en todo su esplendor. Confunden la costra con la piel misma y en su amor a la humanidad la despellejan lo más científicamente posible. Es sorprendente cómo entonces tratan de imponer una moral, una mentalidad, a veces hasta una religión, a bote pronto, con una ley o un decreto, en nombre de la civilización. La civilización es una formación histórica, el clima espiritual que permite vivir no se improvisa. La mejor pedagogía para aprender a dialogar es el respeto, y el mejor respeto el que se practica no el que se proclama.
Querer arreglarlo todo de un plumazo según aquel sabio principio de que «hablando se entiende la gente», demuestra poca información histórica. Es cierto que la afirmación es verdadera pero lo malo es que las civilizaciones no pueden hablar entre ellas como es obvio y solamente son las personas, que respiran el oxígeno cristalizado de sus propias civilizaciones, las que pueden dialogar.
Por eso me parece de gran importancia reuniones internacionales como la que en el Vaticano, presidida por Benedicto XVI, se ha celebrado entre una comisión de sabios de países musulmanes moderados y teólogos y pensadores cristianos. También las reuniones ecuménicas especialmente con los cristianos ortodoxos que reflejan un tipo de civilización oriental distinta de la nuestra. Son esas reuniones y convivencias a nivel profundo entre personas las que pueden aproximar puntos de vista y suavizar tensiones. Las civilizaciones, las culturas, las sensibilidades, con todo, no se formaron en un día y no se van a difuminar en un día.
Si son posibles y buenas esas reuniones de sabios, de gente experimentada y sensata de todo el mundo, en donde los intereses de poder o los económicos se pospongan en lo posible, que cada uno de los que intervenga en representación de un modo determinado de entender la vida, que dejen claro la igualdad de hombres y mujeres y el principio de reciprocidad. Estas elementales normas de justicia debieran ser la condición previa a todo diálogo entre personas civilizadas.
Como no es prudente hacerse ninguna ilusión, hay que conseguir gradual y progresivamente afianzar la idea de que el prójimo tiene una dignidad y no ser tratado como animal o como imbécil. Si Vd. quiere edificar pagodas en Asturias, no sólo se lo permitimos con sumo gusto sino hasta se las financiamos, pero disculpe Vd. si defendemos idénticas facilidades para construir iglesias en el país de Vds. ¿Es tan difícil de entender?
Del director
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