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Aborto: ¿punto y aparte o punto y final?
Ante el aborto se pueden adoptar dos tipos de comportamientos: bien se baja la cabeza y se sigue la postura políticamente correcta buscando excusas (legales o humanas) con lo cual se aumentará la cantidad de muertes de tan injusta manera, o bien se pasa a la acción y se hace lo posible (e imposible) porque la humanidad pueda seguir llamándose así y no tenga que avergonzarse de tal calificativo.
Conocida es la iniciativa tomada, en Italia, por don Giuliano Ferrara, director del diario Il Foglio. Se ha dado en llamar «Moratoria internacional del aborto». Y, ciertamente, lo es.
A tal Moratoria se puede adherir cualquier persona que lo tenga por conveniente, enviar sus testimonios, etc., enviando un mensaje a moratoria@ilfoglio.it
Por otra parte, según una definición muy acertada de tal término, una «moratoria» es «un plazo que se otorga para solventar una deuda vencida». Y vaya si aquí hay deuda vencida: la contraída con las miles de personas, seres humanos, desde la fecundación, que no vieron la luz del día sino que pasaron a, seguro, mejor vida, en el seno materno, cuna de vida o ataúd de muerte.
El pasado día 3 de marzo el Sr. Ferrara hizo la presentación de su, digamos, campaña, a favor de la vida y en contra del aborto en la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Allí, ante un público interesado por el tema de la defensa del que no ha, aún, nacido, planteó una serie de datos, de ideas que son, ahora mismo y tal como está la situación en España, de importancia casi (sin casi) vital.
Por ejemplo, según Ferrara «los abortos se siguen practicando con una media de 50 millones al año». Eso supone que muchos millones de personas nunca llegan a serlo fuera del seno materno (pues dentro ya lo eran); eso supone que no sabemos si alguna de las personas abortadas iba a ser la que descubriera la vacuna definitiva contra el SIDA y si iba a ser la primera persona en poner el pie en Marte o ser, simplemente (ni más ni menos), un ser humano con sus problemas y sus alegrías o no sabemos qué circunstancias más. Se trata, seguramente en la mayoría de los casos, de un adiós anticipado y, por supuesto, inmerecido.
Pero, por si esto fuera poco y aquí está, seguramente, el punto clave de todo el mal asunto del aborto, lo bien cierto es que, como es sospechado por muchas personas, «el aborto quirúrgico y farmacológico se ha convertido en el anticonceptivo más utilizado».
Y esto, dicho y oído de tal forma, ha de suponer algo alarmante para cualquiera que se pueda llamar persona. ¿Qué quiere decir, en definitiva, esto?
En primer lugar que es algo, la mayoría de las veces, buscado (el aborto) como si se tratara de la píldora del día después o de cualquier preservativo al uso; en segundo lugar, que es admitido como tal aberrante barbaridad por una sociedad la mayoría de las veces anestesiada por lo que, en realidad, no es más que un vacío de valores y de entendimiento verdadero de lo que significa una vida humana en sí misma considerada (aquí sí sin tener en cuenta ni raza ni sexo)
Y esto, para empezar, no es poca cosa.
Pero, lo bien cierto es que cuando se llega a tener una concepción de la vida tan utilitarista y tan raquítica de cara a los demás, «es considerada moderna la aniquilación de la vida no digna de ser vivida» porque el ser humano, en su engreimiento y su en desmedido sentido del poder, cree que puede disponer de la vida ajena como si no fuera vida aunque sí ajena.
Y esto porque «esa cultura despacha como derecho de autodeterminación y como libertad o soberanía procreativa la tendencia nihilista de disponer de la libertad de los demás a nacer, se ensaña con el cuerpo femenino imponiendo como modelo social libertario el acto más contrario a las más elementales consideraciones de humanidad y de piedad que todos los seres racionales, sean o no creyentes, comparten en el fondo del alma y en su propia conciencia».
Valga este párrafo tan extenso de lo dicho por el director de Il Foglio porque en él dice cosas no menguadas en importancia.
Por ejemplo, una manifestación de libertad mal entendida es creer que se puede hacer lo que se quiera con alguna parte del cuerpo de una persona porque, en realidad, nuestra materia forma, junto al espíritu, una misma cosa y ambas son creación de Dios. No podemos, pues, disponer de aquella ni para mutilarnos a nuestro gusto, ni para suicidarnos ni, sobre todo, para abortar, para matar, una persona que, de ninguna de las maneras puede considerarse parte intrínsecamente unida a la madre puesto que vive dentro de su cuerpo que es seno, sí, pero únicamente mientras se desarrolla el ser humano.
No cabe, por tanto, tal extraño ejemplo de ejercicio de la libertad.
Además, esto va contra, precisamente, dos valores fundamentales que todas las personas llevamos en nuestro corazón (ya lo decía San Pablo en su Epístola a los Romanos «Cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para si mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia» en su capítulo 2, versículos 14 y 15): la humanidad y la piedad.
Ni contra una cosa ni olvidando la otra se puede actuar si se quiere pertenecer a la especie humana y querer que se nos considere como tal.
En cuanto a la piedad, no se trata de ningún tipo de lastre religioso tal cosa porque es seguro que cualquier persona tiene tal sentimiento (le llame como le llame y sea cual sea su origen, siempre radicado en el corazón) y se ha de conmover ante el aborto si no es que tiene un corazón de piedra.
Por otra parte, la iniciativa de la Moratoria del aborto no debería ser un punto y seguido como si se parara un momento tal práctica y ya está. Debería tratarse de un punto y final.
Porque aquí sí que vendría bien una Ley de punto y final... al aborto.
Del director
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