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Religiosidad popular y democracia

A veces los hechos desmienten las opiniones —aun colectivas—, y cuando algunas plumas auguraban en España el declinar de la fe, los anticlericales profetizaban el inicio del fin de la Iglesia y los laicistas (de derechas y de izquierdas) predicaban con anticonstitucional fervor ateo la ruptura de la convivencia democrática por la actuación política en contra del hecho religioso, esta pasada Semana Santa toda España brilló con la cultura, devoción, tradición y arte de la religiosidad popular. Sin distinciones autonomistas ni políticas (lo mismo un coordinador regional de Izquierda Unida que un presidente autonómico del PSOE u otro del PP son miembros de hermandades) las celebraciones, cofradías, pasos y procesiones, vigilias, misas y oficios, vía crucis, rosarios y pasiones vivientes, monumentos, exposiciones del Santísimo y otros ritos litúrgicos centenarios —cuando no milenarios— han manifestado la profunda fe y tradiciones del pueblo español fundidas en la espiritualidad, historia y estética de la religiosidad popular. En lo secular como en lo cristiano, y sin contravenir la aconfesionalidad ni la igualdad de nuestra Carta Magna, la religiosidad popular vivida esta Semana Santa ha sido un modelo de convivencia democrática, una evocación mística y sabia de la historia, una luz de belleza, arte y cultura, y una campanada existencial para una sociedad que, incluso para los agnósticos, hunde sus raíces familiares y antropológicas en la fe cristiana.

Religiosidad popular que desde el Ordenamiento democrático no sólo está amparada por los códigos civil, penal o administrativo del sistema legal español, sino también por nuestra Constitución, leyes orgánicas que desarrollan el Texto Fundamental (como la de libertad religiosa) y otras leyes y normas de menor rango jurídico, por los Tribunales Constitucional y Supremo, y por la voluntad soberana de un pueblo que allende cualquier poder terrenal enraíza su fe y amor a sus antepasados en el legado místico, estético, social y cultural de la religiosidad popular. Hecho religioso que las autoridades civiles y políticas (de izquierdas o de derechas) deben cuidar, por ser la religiosidad popular expresión democrática de la libertad religiosa y creencia del pueblo español. Y cultivo administrativo, político, educativo y social de las tradiciones y gestos de la religiosidad popular porque ésta coopera —siguiendo el artículo 16 de nuestra Constitución— y cimienta la cohesión ciudadana y la memoria histórica de nuestra sociedad, necesitada de lo trascendente para dignificar lo contingente y de símbolos para exteriorizar, en frase del científico Pascal, "las misteriosas razones del corazón".

Y en el campo teológico y canónico, la religiosidad popular forma parte de la catequesis que la Iglesia mantiene en su diálogo con el hombre, creyente o no creyente mas, por naturaleza y destino, abierto a la trascendencia. El punto 1676 del Catecismo de Iglesia explica que "la religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia ( ). Esta sabiduría es un humanismo cristiano que afirma in radice la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura". Humanismo, dignidad universal, fraternidad, alegría y sabiduría que coinciden con los postulados básicos que hacen avanzar a un pueblo en el progreso personal y democrática orientación al bien común y particular.

Si el gobierno de un estado brota de la voluntad soberana del pueblo, de manera distinta -aunque presente en el sujeto- la esencia de la religiosidad popular nace del "locus theologicus" que es la fe del pueblo. Cuando los documentos "Lumen Gentium" y "Sacrosactum Concilium" se refieren a la religiosidad popular como "expresión de la fe más cercana al pueblo llano", el Concilio Vaticano II reitera la doctrina del II Concilio de Nicea y del Concilio de Trento, que elogian y enuncian modelos de la fe popular como medios de santificación desde lo sencillo y cotidiano. Cauce espiritual al que se suman la música, la imaginería, la escultura, la pintura, la literatura, la arquitectura, el arte de plasmar por la hermosura material el contenido sublime de lo espiritual, porque como definió Santo Tomás de Aquino -y antes Platón- la belleza es participación analógica de Dios y vía para llegar a Él.

Allende (para muchos sorprendentemente) las elecciones generales, usos sociales orteguianos y pretensiones laicistas, estas pasada Semana Santa la religiosidad popular sobre la muerte y resurrección de Cristo ha estremecido el alma de España y embellecido su rostro histórico, artístico y cultural. Desde los principios constitucionales de cooperación, aconfesionalidad, igualdad y libertad religiosa, es un deber y un honor del Estado español cultivar y transmitir estos ritos, liturgias y tradiciones de la religiosidad popular, herencia de nuestros antepasados, cauce de devoción mística y manantial de sabiduría, hermosura, paz, diálogo y ciencia de un pueblo que anhela perpetuarse en sus futuras generaciones en las procelosas aguas de la Historia. La libertad y modo como el pueblo español ha festejado por la religiosidad popular esta Semana Santa han sido, además de en su dimensión espiritual de Gracia, un regalo precioso para nuestra democracia.

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