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Papá: feo, fuerte y formal
No cabe duda de que los avances en los terrenos de la ciencia y la tecnología han modificado de manera favorable nuestro estilo de vida. Sin embargo, estos adelantos han incidido más en nuestras relaciones con el entorno, pero, en lo referente a nuestra intimidad y a las relaciones interpersonales, aún queda mucho por resolver.
Un tema coyuntural es el del papel del padre de familia, precisamente en la familia. ¿Sigue considerándose al varón la cabeza de la familia? Esta pregunta resultaba fácil de responder en otros tiempos, cuando era el único proveedor de las finanzas domésticas. Pero ahora ya no es tan fácil, pues, en el mejor de los casos, casi siempre comparte este papel con la mujer. Aunque hay peores escenarios: cuando gana menos o cuando está desempleado.
El desconcierto ante estos sucesos nos muestran la cantidad de prejuicios que hemos adoptado de generación en generación. Esto y otros enfoques han señalado papeles, tanto al hombre como a la mujer, que los han encorsetado y, por lo tanto, obligado a limitar el ámbito de su actividad. De esta manera se cierran y no son capaces de moverse con soltura en situaciones catalogadas como «no propias para un varón».
Una de esas drásticas posturas es la de afirmar: «los hombres son feos, fuertes y formales», por lo tanto, todo buen padre tiene que ser así. Por feo se entiende alguien poco interesado en su apariencia física: mientras más desaliñado mejor. Entonces, ¿qué sucede cuando un niño resulta sensible a la belleza, cuidadoso y pulcro? Y ¿qué sucede cuando a una niña no le interesan los afeites?
La fuerza está mal entendida. Solamente se considera el aspecto físico y se dejan de lado los aspectos psíquico y espiritual. En efecto, en general, el varón es más fuerte físicamente que la mujer; sin embargo, la mujer tiene más fortaleza psíquica y espiritual. Pero hay excepciones, y puede darse el caso de madres más fuertes que los padres, por enfermedad o por constitución.
De quien es formal no se esperan manifestaciones de afecto, ni de ser capaz de conmoverse por algún suceso, y mucho menos ser sacudido por alguna emoción. Por eso, un hombre no llora, ni se ruboriza, ni tiene miedo. ¿Y que hacen aquellos varones a quienes este esquema no les va? Disimulan y, por dentro, se sienten desajustados porque no responden al esquema previamente diseñado. Y cuando una mujer no llora, ni se ruboriza, ni tiene miedo, en lo más íntimo también está perpleja, pues no se ajusta a la norma prevista.
Es oportuno darnos cuenta que si en el campo tecnológico hemos avanzado, es mucho más importante avanzar en la comprensión del ser humano y en la necesidad de deslindarnos de atavismos.
Un papá cuidadoso de su aspecto, de constitución poco atlética, y con una gran sensibilidad para responder a los estímulos, puede ser un papá con prestigio por su responsabilidad para sacar adelante sus obligaciones, y por su creatividad para encontrar nuevos modos de afrontar los problemas. Una persona así, aunque no cubra el esquema prefabricado, se gana la admiración, y con ello, el liderazgo para estar a la cabeza.
Estamos enfrentando una época donde mujeres y hombres necesitamos dialogar sinceramente y abrirnos a nuevas maneras de prestarnos apoyo. Los quehaceres hay que adoptarlos con apertura. Todos podemos hacer casi todo, se trata de incursionar en las actividades, y si es varón quien las realiza le dará su sello masculino, si es ella quien lo realiza tendrá el toque femenino.
Papá es cabeza de familia como varón, y mamá también lo es como mujer. No es adecuado enfrentarse para asumir esa posición: ambos caben sin excluirse.
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