conoZe.com » Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2008

Convertirse es venir a ser

Si hay algo que, en esencia, puede definir al ser humano es que goza de un alma y que el espíritu que la conforma pueda ser modelado de acuerdo a las circunstancias por las que pasa la persona. Ni nada es como es siempre ni, sobre todo, se puede prohibir a nadie que, si le es posible, pueda mejorar el sentido que, desde su componente espiritual, tiene de su mismo ser.

A lo largo de la historia del cristianismo más reciente muchas han sido las personas que han venido a creer en Dios Padre Todopoderoso cuando antes no lo hacían porque, sencillamente, eran creyentes de otra religión o militaban en ideologías contrarias a la creencia y a la Fe. Y en todas esas personas hay algo común que, por decirlo así, las caracteriza y define: se han convertido para venir a ser.

Ejemplos como el de Eugenio Zolli, antes Israel Anton Zoller (que fuera Gran Rabino de Roma durante el período correspondiente a la II Guerra Mundial), Manuel García Morente (su «Hecho extraordinario» muestra quién es Cristo), Vittorio Messori (su «Hipótesis sobre Maria» muestra dónde ha llegado su Fe), André Frossard (Su «Dios existe, y todo es verdad», lo dice todo) y, por terminar con un caso muy reciente, Magdi Cristiano Allam (su conversión muestra la pura valentía del cristiano al estilo del «¿a quién temeré?» del Salmo 27) etc, muestran las sutilezas del Espíritu Santo, cómo actúa en el corazón de los hijos de Dios y cómo, al fin y al cabo, procede Dios.

Y todos estos casos, como, por lógica, pasa en los de las demás personas no citadas aquí pero que, por miles (www.catolicodigital.com informa que la Iglesia católica inglesa recibe más de 5.000 conversos cada año) vienen a ser, se da una circunstancia que es, por decirlo así, la causa de tal cambio de actitud: el encuentro con Alguien.

Dice Benedicto XVI, en su encíclica «Deus Caritas est» (1) que »No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».

Por tanto, se trata de dos realidades que, de forma sucesiva, vienen a darse: reconocer a Dios en nuestra vida y luego, acto seguido, de forma inmediata, como consecuencia de tal descubrimiento, producir un cambio en nuestra existencia y, al fin y al cabo, transformar nuestro corazón de piedra por otro que sea de carne (a tenor de lo dicho por Dios en boca y escrito del profeta Ezequiel «Les daré un corazón nuevo y pondré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne», en Ez 36, 26)

Pero, a diferencia de lo que pueda pensarse, no sólo podemos entender que es conversión aquella especial situación espiritual a la que llegan personas que, lógicamente, no había gozado de ella.

Al contrario, a cada uno de nosotros, personas que nos consideramos hijos de Dios, nos toca, también, llevar a cabo una conversión continua, una confesión de fe, digamos, que nos acerque al Padre de forma tal que no olvidemos quiénes somos ni, sobre todo, Quién es nuestro Creador.

Pero, ¿Qué razones podemos argumentar para facilitar la impresión de que, en realidad, nos reconocemos miembros de la comunión católica y que en ella está, así de simple es decirlo, la Verdad? (sin, por ello, desmerecer, otras formas de entender el seguimiento de Cristo)

Sobre esto, dice Chesterton (en «Razones para creer») que «Sólo la Iglesia católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo». Y esto porque «los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos»

No vaya a pensarse, con esto reflejado aquí del autor inglés, que se trata de algún tipo de abuso religioso o de presunción sin causa. No.

Bien dice el autor de «El hombre eterno» que «Es cierto que todas las religiones contienen algo bueno». Pero el caso es que, a pesar de la bondad que puedan reflejar o mostrar «En lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a veces dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor»

Pero muchos siglos antes, entre los Padres de la Iglesia, decía San Pacián de Barcelona, en una Carta a Sympronian (en el año 375 después de Cristo) que "Cristiano es mi nombre, y Católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente. De esta manera he sido identificado y registrado... Cuando somos llamados Católicos, es por esta forma, que nuestro pueblo se mantiene alejado de cualquier nombre herético."

Lo que sucedió después, bastantes siglos después, fue cosa de los hombres llevados, muchas veces, por egoísmos personales y falta de comprensión hacia la Verdad y hacia los caminos establecidos por Dios.

Pero el caso es que convertirse, y acercarse, con ello, a la Iglesia católica, es venir a ser, a estar más cerca de la Verdad que Cristo vino a traer y a difundir la Palabra de Dios para, con el tiempo, entregar las llaves de su Esposa a Pedro, aquel apóstol que lo negó por tres veces para ser perdonado, también, tres veces (Jn 21, 15-17) por Jesucristo.

Y es que convertirse, al fin y al cabo, es, como dice Pedro (1P 3, 15) estar «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza»

Porque aquí razón y esperanza tienen el mismo nombre y corresponde a la persona que dijera aquello de «Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19)

Y aquí está y ahí seguimos... convertidos y convirtiéndose.

Ahora en...

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