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¿Conversos en el siglo XXI? Los sigue habiendo
Una aproximación
Al echar una mirada al panorama de la fe católica en el mundo actual, podríamos dejarnos llevar por la quimérica impresión mediática de que más bien está a la baja. A veintiún siglos de distancia cabe la pregunta: ¿aún hay quien se convierte? Y la respuesta es clara y tajante: sí. Aún hay quien se convierte en pleno siglo XXI, a pesar de esa extendida mala imagen que muchos tienen o dan del catolicismo.
Según el diario Le Monde (cfr. 2 de abril de 2008) entre 150-200 musulmanes se convierten cada año al catolicismo en Francia mientras que el Reino Unido, confesionalmente anglicano, ha llegado a contar con una población de religión católica que ya llega al 16%. O ahí está el caso de Cuba donde de 1990 para acá los católicos han ascendido en un 45% a pesar de ser un Estado ateo. El anuario Pontificio 2008 reportó un crecimiento relativo de católicos de 1,4% del 2005 al 2006 (de 1115 a 1131 millones de creyentes).
Ciertamente los datos son oscuros y no dicen mucho acerca del itinerario personal, las más de las veces costoso, que sigue un ser humano que decide cambiar de religión o abrazar por vez primera una. Cada experiencia es única y valiosa pero, por su impacto, vamos a repasar tres ejemplos recientes de resonancia mundial.
Tres conversos conocidos: un inglés, una española y un egipcio
Generalmente se usa el término «conversión» en referencia a la exigencia de conducir a los no creyentes a la Iglesia de Cristo. No obstante, la conversión (metanoia) tiene también el significado cristiano de cambio de mentalidad y actuación, como expresión de la nueva vida en Cristo proclamada por la fe: es una reforma continua del pensar y obrar orientada a una identificación con Cristo cada vez más intensa a la cual están llamados todos los bautizados. Por lo tanto, antes de entrar en los casos, es importante tener presente que la incorporación de nuevos miembros en la Iglesia no es la extensión de un grupo de poder, sino la entrada en la amistad con Cristo, que une el cielo y la tierra, continentes y épocas distintas.
El inglés
«Sabes que no puedes tener una fe religiosa y que ésta sea algo insignificante, porque se trata de algo profundo y tiene que ver con tu misma condición de ser humano». Educado como anglicano, aunque de padre agnóstico-conservador y de madre neoirlandesa protestante, el ex primer ministro británico, Tony Blair, anunció oficialmente su conversión al catolicismo en diciembre de 2007. Fue el mismísimo cardenal de Westminster quien le recibió en la Iglesia católica en una ceremonia íntima en su residencia privada.
Blair comenzó una seria reflexión sobre el cristianismo al entrar en contacto con la obra del filósofo MacMurray y de Emmanuel Mounier, especialmente en temas como el papel social de la fe, desde sus años como universitario. Sin embargo, el testimonio de vida de su esposa Cherie, católica convencida, y el de sus cuatro hijos bautizados en esa misma fe, así como su participación en la misa, su sensibilidad espiritual y el acompañamiento pastoral, alcanzaron el desenlace final que ahora conocemos.
El Reino Unido es prolífico en ejemplos de anglicanos que «retornaron a Roma». Son ampliamente conocidos los casos de Newman, Chesterton, Wilde o Benson, entre muchos otros. Muy recientemente el duque de Kent ha sido vetado en la línea de sucesión inglesa a la corona por motivos de su conversión al catolicismo. Y es que, como escribió la editora del semanal católico The Tablet, Catherine Pepinster, en el Sunday Telegraph, «Cuando un primer ministro se convierte al catolicismo, debe ser una señal de que el catolicismo realmente está resucitando en este país».
Como reportó The Independent el pasado 4 de abril, Blair declaró su plan de trabajo tras su conversión al catolicismo en un discurso pronunciado recientemente en la catedral de Westminster: «Deseo despertar la conciencia del mundo». El ex primer ministro laborista también presentó el proyecto «Tony Blair Faith Foundation» cuya tarea será promover el encuentro entre los jóvenes de las más grandes religiones mundiales.
La española
«Mi actual compromiso cristiano me ha llevado a discrepar con determinadas leyes del gobierno que chocan frontalmente con la ética cristiana, como la regulación dada a la unión homosexual o la investigación con embriones, y que en conciencia no he podido apoyar. En consecuencia se imponía la decisión que he tomado». La decisión era radical: dejaba su escaño como senadora. El gesto significaba mucho. Era la consecuencia lógica, y no por ello fácil, de su trayectoria espiritual.
Cofundadora del partido socialista de Cataluña, vinculada a la Liga Comunista Revolucionaria, divorciada, 21 años de trabajo político en el parlamento... y, sin embargo, esta mujer de calado calibre intelectual hacia pública su conversión «para subrayar la convicción de que la Iglesia Católica, de que el cristianismo, tienen mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida», como recogió Europa Press.
En el caso de Mercedes Aroz, la senadora más votada en toda la historia de España, el testimonio de vida cristiana de su propia familia le ayudó a irse acercando poco a poco a un encuentro personal con el dador de la fe hasta decantar en ese compromiso pleno que revolucionó su existencia.
El egipcio
«Bautizarme ha sido como renacer» (Extracto de una respuesta a una entrevista concedida al diario El Mundo, 29 de marzo de 2008). «Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y profunda reflexión interior, a la que no pude sustraerme [...] El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reflejado en mi alma, liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia hacia el «diferente», condenado acríticamente como «enemigo», priman sobre el amor y el respeto al prójimo, que es siempre y en cualquier caso persona» («¿Por qué me convierto del islam al catolicismos?», artículo en Il Corriere de la Sera).
Subdirector del famoso periódico italiano Il Corriere de la Sera, Magdi Cristiano Allam fue bautizado por Benedicto XVI en la vigilia pascual del Sábado Santo de este año.
Licenciado en sociología por la universidad de La Sapienza y de origen egipcio, aunque radicado desde hace ya bastantes años en Italia, Magdi fue experimentando su sintonía con su nueva fe gracias a tres factores: su desilusión ante el islam, el testimonio de vida de varios cristianos y su encuentro personal con Cristo: «...mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la sumisión y la tiranía, permitiéndome adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y de la Libertad [...] He descubierto por primera vez el auténtico y único Dios, que es el Dios de la fe y de la razón». Y también ha señalado: «La Providencia me ha ido poniendo en el camino a personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, se convirtieron, poco a poco para mí, en un punto de referencia en el plano de las certezas de la verdad y de la solidez de valores» (fragmentos del artículo «¿Por qué me convierto del islam al catolicismos?» en Il Corriere de la Sera).
La conversión: un encuentro personal motivado por el testimonio y acrisolado por la razón
En la encíclica «Deus Caritas est», Benedicto XVI recordó que «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida». Toda conversión implica, entonces, un encuentro entre la persona del convertido y la del que motiva a la conversión: Dios. La conversión, en gran medida, es la respuesta del corazón, de la inteligencia y de la voluntad a la persona que redimensiona el propio ser; no es sólo la decisión de un día, sino una actitud de fondo que debe realizarse diariamente.
Pero los pasos para ese encuentro con la realidad-personalidad invisible de Dios están muchas veces motivados por el ejemplo visible de la vida de los que no sólo dicen creer sino que viven como creyentes. Ya lo decía el entonces cardenal Ratzinger a un conocido periodista italiano: «No hay argumento apologético más eficaz que la santidad y el arte: la belleza de las almas y la belleza de las cosas que la fe ha plasmado, sin interrupciones, desde hace ya veinte siglos. Ahí está, créamelo, la fuerza misteriosa del resucitado».
Y en la reciente nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización nos dice al respecto la Congregación para la Doctrina de la Fe: «Al corazón del hombre, en efecto, no se accede sin gratuidad, caridad y diálogo, de modo que la palabra anunciada no sea solamente proferida sino adecuadamente testimoniada en el corazón de sus destinatarios» (cfr. No. 8).
Es verdad que en todo este proceso, y más en los tiempos actuales, juega un papel preponderante el discurso intelectual. Se ha visto en los tres casos citados y es muy común en muchos otros (por ejemplo Edith Stein, García Morente, Eugenio Zolli, etc.). Y es que nada como «la búsqueda del bien y la verdad pone en juego la libertad humana, reclamándole una adhesión tal que implica los aspectos más fundamentales de la vida» (cfr. No. 4, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización).
Nuestra respuesta
La experiencia común de los conversos al catolicismo es de una sensible indiferencia por parte de la mayor parte de los católicos. A inicios del siglo pasado, Robert Hugh Benson, hijo del primado anglicano, se convirtió al catolicismo. A diario recibía dos voluminosas entregas de correo. Los católicos, lejos de exhibir un sentimiento de triunfo ante lo que podía considerarse un golpe monumental a la Iglesia, ofrecieron su indiferencia como única respuesta. Los anglicanos, por su parte «... o bien me consideraban un traidor premeditado (estos eran los menos), o bien un fanático chiflado, intolerante, obstinado y desagradecido» (Confessions of a Convert pp. 100-101, Robert Benson).
El cardenal Newman, aunque con un paz más profunda pues había hecho, ante todo, la experiencia de su fe, confesó en su diario: «¡Cuán triste y desolado ha sido el curso de mi vida desde que me hice católico! Aquí está el contraste: cuando era protestante, me aburría mi religión, pero no mi vida; ahora que soy católico, es mi vida la que me aburre, pero no mi religión».
Tal parece que esa común actitud hacia los neo-conversos debe «convertirse» en otra también. El que entra a la fe católica es una persona que llega de repente a tener 2000 años y merece ser bien acogido; saberse y sentirse en la familia auténtica a la que ha llegado a formar parte, en la que culmina su itinerario terreno.
Posiblemente, con datos fiables y certeros, el catolicismo no es la religión que más crece. Pero al menos queda la convicción de que las conversiones en ella no están motivadas por remuneraciones económicas, mentiras y engaños o amenazas mortales.
Hay muchas otras historias-testimonio que siguen naciendo, desarrollándose y llegando a término feliz. ¿Por qué en la Iglesia católica? Quizá porque es la única que ha probado no ser una invención de su tiempo sino la obra de su Creador; obra que sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud.
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