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La violacion de la libertad religiosa es una injusticia radical, contraria a los derechos humanos

Hablar en el Siglo XXI, donde impera el progreso, la democracia y los derechos humanos, de la violación al derecho de la libertad religiosa parece absurdo. Todos estamos conscientes de la promoción que la CNDH (Comisión Nacional de los Derechos Humanos) hace de nuestros derechos y de todas las garantías que las personas tenemos para ejercerlos y confiamos plenamente en que ellos velaran porque así sea.

Sin embargo, la realidad que palpamos dista mucho de esta garantía. Son muchos los hechos que podemos referir que atentan contra los derechos humanos, pero hoy quiero centrarme en una situación que con frecuencia vemos y que resulta desgarrador cuando la contemplamos.

Ver el rostro desencajado de una madre que acaba de perder a un hijo y no se explica el misterio de la muerte. No hay nada que la sostenga ante una realidad tan humana y tan dolorosa, por que ella no quiere la muerte de ese hijo y además en el fondo de su ser reclama trascendencia y eternidad. No se puede conformar con el hasta aquí de la existencia, quiere para su hijo algo mas de lo que esta vida pudo darle. Y desafortunadamente ella al igual que muchas otras personas no sabe cómo enfrentar esta realidad y donde encontrar la respuesta a sus preguntas.

Se nos arrebató la fe en un Dios que existe y que sostiene la vida cuando se violó el derecho a la libertad religiosa. Libertad que consiste en la opción que cada ser humano tiene de elegir libremente su religión y poder ejercer dicha creencia públicamente, sin ser víctima de opresión, discriminación o intento de cambiarla. Todo Estado contiene en su Constitución el derecho a la libertad religiosa al declararse como un Estado libre, soberano y laico. Y todo Estado laico en las democracias modernas generalmente garantiza la libertad religiosa a todos sus ciudadanos, pero en la práctica esto se ha desvirtuado en un laicismo radical que atenta contra la estructura fundamental del hombre, ya que le lleva a la negación de Dios no solo en los niveles filosóficos, sino que inspira y promueve ampliamente la literatura, las artes, la interpretación de las ciencias humanas, la historia y la legislación civil (GS No. 7), originando como consecuencia un cambio en la mentalidad en los hombres y un desequilibrio en la vida social y política. Pero lo más grave es el desequilibrio que ha originado en el corazón del hombre al manipular de tal modo su sentido último presentándoselo sólo en términos de progreso, ciencia y técnica.

¿Cómo puede una madre entender el dolor tan profundo de perder a un hijo si se ha manipulado su estructura fundamental?

El resultado de ejercer la libertad religiosa es la fe. La fe que no es, ni recitar una doctrina, ni aceptar teorías sobre las que no se sabe nada, sino un movimiento de toda la existencia humana que conforma permanentemente la existencia posterior (Ratzinger, 2005) y que permite explicar y dar sentido a los grandes misterios de la vida misma y por supuesto dar respuesta al angustioso interrogante del porvenir.

Que edificante resulta ver a quien a pesar de haber perdido a un ser querido manifiesta su esperanza. No le evita el dolor pero sí le sostiene. Y se observa como del fondo de su corazón se vierte como manantial de agua viva ese consuelo ante el misterio de la muerte. Por ello arrebatarnos la fe por el laicismo que se propaga en un «supuesto Estado libre, laico y soberano» es atentar contra el derecho que todo ser humano tiene de aclamar a la semilla de eternidad (GS No. 18) que lleva en sí.