Sigue siendo peligroso leer
Hoy es el Día Mundial del Libro. Y conviene advertir del riesgo que uno corre cuando lee. Actualmente, uno de los objetos más peligrosos que tenemos en nuestra sociedad es un libro, sobre todo cuando se trata de un buen libro.
Un arma es tanto más peligrosa cuando es capaz de herir a mucha gente, y también cuando las heridas que produce no son superficiales, sino que afectan a los órganos vitales. Así, no es lo mismo un arma blanca que un arma de fuego, o un arma que tenga efectos masivos.
Desde cierta perspectiva, el libro es un arma, y un clásico es un arma de efectos masivos. Y esto es más cierto en una sociedad como la nuestra en que vamos tan deprisa que apenas tenemos tiempo de pararnos a pensar. Por la calle se ve gente con los cascos puestos. El mp3 y los dispositivos de almacenamiento de música han provocado la musicalización de nuestro interior. Por otro lado, el afán desmesurado de éxito profesional conduce a muchos a llevarse el trabajo a todas partes. Continuamente oyendo música, permanentemente pensando en el trabajo. Y así, en nuestro interior falta silencio. Era Depeche Mode el grupo que cantaba aquella canción que animaba a «disfrutar del silencio». La dispersión generalizada ahoga la serenidad y la quietud necesaria para hacer algo específicamente humano: pensar para dirigir nuestra vida. Para esto tenemos la cabeza, no solamente para resolver problemas o invertir en bolsa.
De ahí viene el peligro de un libro. Si hay algo que llega hondo a nuestro interior, eso es precisamente una buena historia. Y toda buena historia nos hiere porque nos despierta y nos eleva a algo mejor: nos muestra unos personajes que son atractivos porque nos ofrecen respuestas a los dilemas por los que nosotros pasamos o hemos pasado.
Aprendemos de ellos si reflexionamos sobre su actuar y lo confrontamos con el nuestro, nos eleva si nos lleva a mirar las cosas de un modo nuevo, nos despierta si consigue apagar el ruido interno que nos permita reflexionar con serenidad. Y los libros clásicos son los más peligrosos, porque son aquellos que han pasado el tamiz del tiempo. Son los que tienen efectos masivos porque han sido leídos por numerosas generaciones.
La sociedad de consumo contribuye a crearnos necesidades materiales, y muchas veces caemos en una contradicción. Chesterton apuntaba que «el objetivo de la vida es la capacidad de apreciar; no tiene sentido no apreciar las cosas como tampoco tiene ningún sentido tener más cosas si tienes menos capacidad de apreciarlas». Para apreciar se requiere mirar de un modo nuevo, podríamos decir que hay mirar desde dentro. Y pocas cosas son tan eficaces para eso como la lectura que se hace por auténtico desinterés.
Cuando uno no lee por obligación ni porque es el libro de moda, sino por un verdadero disfrute y sin importarle lo que otros puedan decir, esa persona se está poniendo en condiciones de pensar por sí misma. Cuando uno contrasta lo que hace con lo que han hecho otros, bien porque uno se da cuenta de que se ha equivocado, bien porque descubre un modo más noble de actuar, o simplemente disfruta de la descripción de un paisaje o de la narración de un hecho, esa actividad interior enriquece a la persona. Se crea un espacio íntimo, apto para la reflexión y capaz de interpelar la propia conciencia. Sólo así se pueden alimentar convicciones personales que sean capaces de ir contracorriente y desafiar la tiranía de lo arbitrario e impuesto. Muchas de las convenciones actuales se encuentran bajo la denominación de lo políticamente correcto. Pero esto no es nuevo. Desde Sócrates tenemos claro que sólo si sabemos pensar y reflexionar críticamente descubriremos la belleza de la verdad y seremos capaces de cambiar lo que necesite ser cambiado.
Hoy en día, el inútil arte de contar historias es más que nunca necesario e imprescindible. La uniformización y los estándares protegen un vacío interior de convicciones que sólo se llena con la reflexión personal. Y aquí es donde tienen su papel los libros, más exactamente los buenos libros. Así lo comenta Krystof Zanussi, uno de los cineastas polacos más reconocidos: «Sin el arte narrativo, el ser humano tendría que contar tan sólo con sus propias experiencias, lo que significa que se vería obligado a aprenderlo todo desde el principio. Sin conocer 'La odisea', el hombre no sabría nada de la fidelidad de Penélope; sin Shakespeare, ignoraría las dudas de Hamlet o el amor de Romeo por Julieta. Sin 'Don Quijote', uno tendría que descubrir por su cuenta la diferencia entre ver el mundo como es y verlo como debería ser.»
Los buenos libros son los libros que hieren y que remueven al lector. Contribuyen a convertir la vida interior del lector en algo más interesante. Por eso siguen siendo peligrosos.
Del director
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