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Sobre el dinero y la fe

Dicho en términos generales, da la impresión, a primera vista, de que entre el dinero y la fe tiene que haber una separación para que el primero no contamine a la segunda porque ya sabemos aquello «Dad al César lo que es del César».

Sin embargo, aún no se ha demostrado que el ser humano, sea el que sea, pueda vivir y existir de la nada sino que necesita, para su normal padecer, de unos medios que, procurados en cantidad y calidad, hacen de su pasar una peregrinación por el mundo.

Por eso, cuando cada año llega la época en la que los españoles tenemos que manifestar nuestra opinión y voluntad sobre el 0'7% de nuestra Renta personal es cuando, precisamente, la Iglesia se ve en la obligación de recordar algo obvio pero que, de serlo tanto, hay que traerlo a al presente para que la obviedad no oculte el bosque de la realidad o, incluso, para que no se pasen por alto las necesidades, reales, que la Esposa de Cristo, tiene para llevar la labor encomendada, hace ya mucho tiempo, por Jesucristo a Pedro, el negador por tres veces y perdonado otras tantas.

A esto responde la Conferencia Episcopal Española con una campaña que tiene un título bien claro: «X tantos» (www.portantos.es), que es una forma muy clara de decir que la Iglesia no actúa por un interés que pudiera considerarse egoísta (para sí misma como institución o jerarquía) sino que, al contrario, sigue el mandato evangélico según el cual el prójimo es tan importante (si no más) que uno mismo.

Dice la norma correspondiente que «el Estado destinará al sostenimiento de la Iglesia Católica el 0,7 por 100 de la cuota íntegra del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas correspondiente a los contribuyentes que manifiesten expresamente su voluntad en tal sentido.» Tal realidad, como tuvo vigencia desde el 1 de enero de 2007 es ahora, en el 2008 cuando, en la Declaración de la Renta que corresponde al año pasado, pasa a ser efectiva.

Esto se llevó a cabo en aplicación de lo previsto en el artículo II del Acuerdo entre el Estado Español y la Santa Sede sobre Asuntos Económicos, de 3 de enero de 1979 que dice que «El Estado se compromete a colaborar con la Iglesia Católica en la consecución de su adecuado sostenimiento económico, con respeto absoluto del principio de libertad religiosa» (punto 2.1) y, además, que «será preciso que cada contribuyente manifieste expresamente en la declaración respectiva, su voluntad acerca del destino de la parte afectada» (punto 2.2)

Vemos, pues, que sí que existe una relación bastante directa entre el dinero y la fe o, al menos, entre lo que son los medios para que la religión católica pueda, al menos, subsistir en el mundo y llevar a cabo la misión que le corresponde.

Por si se pudiera pensar que se trata de una demanda que no tuviera asiento en normas eclesiales, el número 2043 de Catecismo de la Iglesia Católica, que se encuentra dentro del apartado de «Mandamientos de la Iglesia» dice que «El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia en sus necesidades) señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia» (que, a su vez se inspira, por así decirlo, en el can. 222 que establece que «Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y el conveniente sustento de los ministros»)

Por eso vale la pena echar un vistazo, aunque sea, al contenido de la página web citada arriba.

Los apartados que aportan pruebas de la necesidad de colaboración con la Iglesia dan noticia de, por ejemplo, qué es la Iglesia («Lo que somos»), qué es lo que la Esposa de Cristo lleva a cabo en su diario vivir («Lo que hacemos»), qué es con lo que cuenta la Iglesia para llevar a cabo su labor («Nuestros Recursos»).

Pero, además, cuenta con un apartado que viene a ser, digamos la parte práctica, el qué de verdad, lo que causa o da origen a las necesidades: «Historias reales» en la que «damos la palabra tanto a aquellas personas que forman parte de la Iglesia y consagran su vida a ayudar a los más necesitados, como a aquellas personas que en algún momento de su vida han encontrado ayuda en la Iglesia» se dice allí. Por tanto, se muestran casos concretos de la actuación de la Iglesia (Javier Dorronsoro Pérez, 20 años que padece Síndrome de Down) así como de personas que realizan su esforzado (Vicente Esplugues Ferrero, 36 años, Misionero y Sor Concepción Hija de la Caridad de San Vicente de Paul) y gozoso trabajo en el seno de la Esposa de Cristo.

Y para llevar a cabo tales actuaciones (y otras que, lógicamente, no pueden citarse ni aquí ni en aquella página por la imposibilidad de hacerlo con todas pero que cualquier cristiano sabe que se llevan a cabo) se hace necesario, sin duda alguna, la concurrencia del dinero, a veces llamado vil metal.

A este respecto, dice don Máximo Álvarez Rodríguez en artículo titulado ¿Por qué pide dinero la Iglesia? y publicado en www.es.catholic.net que «En todo caso, si con solo poner una X en un papel, sin que ello lleve consigo pagar más impuestos, se puede ayudar a la Iglesia, el hecho de que haya cristianos que no quieran o no se molesten en poner dicha cruz puede parecer un detalle insignificante. Pero creemos, sinceramente, que habría que decir que no son buenos cristianos. Los pecados de omisión también son importantes».

Y eso lo deberíamos tener claro. El problema es que, precisamente, cada año la Iglesia tenga que hacer y decir lo mismo.

Debería ser suficiente la conciencia de ser cristiano. Sobrarían campañas y demás intentos de hacer recordar que la Verdad también se defiende con bienes además de con oraciones aunque bien sabemos que las segundas tienen preferencia a los primeros.

Y pensar de otra forma es alejarse, demasiado, de la realidad.

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