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AIDOS. El mito olvidado

Que ciertas virtudes son hoy olvidadas, o peor aún, desconocidas, nunca dejara de ser una verdad. Y uno de los síntomas más evidentes de nuestro tiempo es la falta de Pudor. Llamamos pudor a la conciencia personal que quiere proteger la esencia de cada uno, la dignidad de persona frente a los demás animales y cosas y frente a las demás personas. Esta conciencia de sí mismo no se circunscribe solamente a lo interior de la persona, entendiendo lo interior como el mundo espiritual o sentimental. El conocimiento de uno mismo comprende también el propio cuerpo porque se es consciente que la persona no reside en la mente, sino que el espíritu se une al cuerpo de tal forma que éste adquiere un nuevo modo de ser. La regla que enseña a ocultar y a enseñar lo íntimo embellece la persona, porque la hace dueña de sí misma, y al mismo tiempo nos salva de ser meros objetos cosificados por los demás. El hombre sabe que su cuerpo no es un trozo de materia orgánica, es su propia persona, mejor, la parte visible y material de su propia persona. Lo que percibimos al mirar en los ojos de una persona es el alma y un complejo de sentimientos, actitudes y deseos que asoman al mundo desde el interior de la persona y que nuestra mirada puede traducir y entender sin palabras.

La esencia de esta virtud, reside propiamente en la personalización del propio cuerpo. El impúdico presenta su propio cuerpo como un simple objeto que llama la atención de manera inmediata y que no manifiesta la persona que encarna. Tanto es así que se puede llegar a pensar que la persona que no cuida su propia intimidad, no tiene una intimidad personal que salvar

Si bien el término no tiene transformación etimológica de su raíz latina, el pudor, ha tenido a lo largo de la historia profundas significaciones en el desarrollo de los pueblos y hasta en nuestros días sus manifestaciones culturales y sociales son discutidas y muchas veces relegadas. Ya en la mitología griega podemos ver su presencia cuando la diosa a?d?s ( Aidos = pudor ) abandona la tierra indignada por la desvergüenza. O en la cultura romana, divinidad representada con un velo que cubre su rostro, cuando se cuenta que al repartir Júpiter los lugares en el Olimpo se olvidó de darle su lugar, y que por eso mismo se oculta. Se dice que crece junto con la verdad y el amor, pero que este último, sin el pudor, pierde toda su fragancia y gracia. Desde la filosofía y la religión se le ha dado una connotación más ligada a la defensa de las costumbres, de manera que el pudor es una arma de defensa que impide la promiscuidad. Quien no siente la necesidad de ser pudoroso es que carece de intimidad: vive en la superficie, sin posibilidad de llegar a conocer la persona que habita en ese cuerpo.

La permisividad de las costumbres es una concepción errónea de la libertad humana. La persona no nace desarrollada, ni física ni moralmente. Para llegar a su madurez necesita ser educada también —además de en otras materias— por la ley moral. Esta educación moral es labor primera y primordial de los padres y luego de los educadores que quieran enseñar a la juventud a respetar la verdad, las cualidades del corazón, la dignidad moral y espiritual de la persona. En esta tarea hay puntos que es necesario no olvidar, como el control al exceso de curiosidad, el dominio de los propios sentimientos, la modestia en el comportamiento y por sobre todas las cosas, el respeto a la intimidad propia y ajena.

El mundo actual ofrece un abanico de posibilidades a la hora de distraernos... el seleccionar desde este punto de vista, las diversiones, los pasatiempos, los espectáculos, el cine, los programas de televisión, y ser delicados en el trato social, acomodándonos a la sensibilidad y limitaciones de los demás serán sin duda, aspectos primordiales que deberemos revisar para poder así fortalecer o engendrar esta virtud, sin la cual, como dijimos al comienzo, el Amor pierde toda su gracia y fragancia.