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¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre!

Me acabo de sentar frente al ordenador con la intención de escribir mi desconsuelo y tristeza por la llegada, a orillas de la capital del Turia, del «Langenort», bautizado como el barco de la muerte. Pero, tengo un problema; para ser más exactos, varios problemas.

Primero, porque como ya he dicho en muchas ocasiones, el hecho de ser madre y haber experimentado en varias ocasiones lo que es sentir a tu hijo dentro de ti es lo máximo que se puede esperar del amor humano, y por tanto, me resulta desgarrador hablar de este tema.

Segundo, porque al recordar la emoción que una mujer siente al participar de este maravilloso y mágico regalo de la vida, no puedo más que lamentar la situación de todas aquellas mujeres que han pedido cita a 'Mujeres sobre las olas' para arrancar de sus entrañas la vida que llevan dentro.

Y tercero, porque con cada dato, informe y testimonio que leo para documentarme sobre la situación actual, me quedo sin palabras. Y ya no digamos si me pongo a ver imágenes. Entonces, es como si arrancaran de mis entrañas a esos niños. Y siento dolor, un dolor intenso, que tarda mucho tiempo en desaparecer y que, mucho me temo, no se alivia con medicamentos.

Dios mío, ¿cómo se han llegado a corromper y a endurecer tanto nuestros corazones?

No sé en que parte del Cielo estarán todos esos niños que no han llegado a nacer, pero si de algo estoy segura, es que daría todo lo que tengo por estar junto a ellos para poder besarlos, achucharlos, darles grandes abrazos, hacerles cosquillas, jugar, correr, hacerles mil carantoñas, decorar con alegres pinturas sus cunitas y su casa,... hasta conseguir de ellos una sonrisa auténtica y feliz, que les borre la sensación de culpa, que no tienen, pero que sienten; que les quite el estigma de haber sido víctimas de unas sociedades egoístas y crueles.

Por el momento, creo haber encontrado el remedio ante tanto dolor: ¡Amor! Mucho amor, muchísimo amor, para poder aliviar a todas esas madres que, como solución a todos sus problemas y angustias, piensan que este es un buen camino.

Y, por supuesto, toneladas de oraciones y mortificaciones para no conformarnos con la derrota y para reparar el daño causado contra la vida de estos inocentes sacrificados. Sabiendo que «el Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que Su luz ilumine..». De nuestra oración y mortificación «depende que muchos no permanezcan en tinieblas».

Me consuela saber que Dios los quiere muchísimo más que yo. Su Amor no tiene límites.

Hay que rezar por esas madres embarazadas y a esos niños que están por nacer. Por ellos, para que Dios les acoja con el cariño que sólo un Padre Bueno sabe dar a sus hijos. Y por sus madres y sus asesinos, para que, sabiendo que Él no se cansa de perdonar, les conceda el arrepentimiento, la rectificación, el perdón y el recomenzar sincero.

Sé qué para muchos rezar no es fácil, pero quizás esta oración por la vida nos pueda servir para estos días:

Padre Misericordioso,

que nos has llamado a la vida

y nos das el don de la libertad para amar,

te pedimos por aquellos padres

que haciendo mal uso de esta libertad

destruyen el don de la vida

que Tú les confías en sus hijos.

Perdona también a todos aquellos

que permiten o colaboran con esta cobardía.

Divino Niño, te pedimos por los bebés

a quienes se les niega nacer,

hazlos gozar de Tu presencia eternamente,

y no permitas que el triste ejemplo de tu querida Colombia,

se difunda a otros países donde la vida es amada

desde sus inicios hasta su fin natural.

Permíteme adoptar hoy espiritualmente a un bebé por nacer

y ofrecer mis oraciones, trabajos, gozos y sufrimientos por ese pequeño,

para que pueda nacer y vivir para Tu mayor honor y gloria.

Santa María de Guadalupe, cuida y protege a todas las madres

que como tú, llevan el don de la vida en su seno.

Protectora de los no nacidos, Reina de las Américas,

ruega por nosotros.

Amén.

¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón».

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