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Adopciones de porcelana

La adopción es una cuestión de extraordinaria responsabilidad. Según el Convenio Internacional de la Haya, debe tener como principio básico «respetar el interés superior del niño» y como finalidad «encontrar una familia para un niño y no un niño para una pareja». Subvertir esa jerarquía de intereses, justificándolo con presupuestos ideológicos discutibles, supondría incidir en otra posible forma de explotación de la infancia. Olvidaríamos que «un núcleo familiar con dos padres o dos madres -o con un padre o madre de sexo distinto al correspondiente a su rol- es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo de la personalidad y adaptación social del niño» (Asociación Española de Pediatría). En otras palabras, un niño «paternizado» por una pareja homosexual «entrará necesariamente en conflicto en sus relaciones con otros niños. Se estará conformando psicológicamente un niño en lucha constante con su entorno y con los demás» (Grisolía, Portera, López Ibor et alii). Al igual que genéticamente es imposible los hijos sin padre o sin madre, la propia naturaleza de las cosas hace que sean muchos los aspectos de la personalidad y conducta que el niño debe aprender de cada sexo. Privarle de ese punto de referencia supone discriminar a unos niños sobre otros.

Además, la adopción exige la mayor estabilidad posible en los adoptantes. En los últimos estudios sobre el tema, es una constante resaltar que, entre los rasgos de las parejas homosexuales, no figura precisamente la estabilidad. Para Blumstein y Schwartz: «Un homosexual monógamo es una figura tan rara que los otros homosexuales no la creen posible». ¿Por qué poner a niños pequeños en manos de «uniones de porcelana»? Las agencias británicas dedicadas a la adopción han acordado un criterio que prácticamente excluye a los fumadores. Los matrimonios no fumadores tienen prioridad sobre los fumadores en las listas de espera para adoptar niños. Razón: peligro de que se conviertan en fumadores pasivos. Dada la escasez de niños para adoptar me parece que lo más razonable es apostar sobre seguro. En este caso la seguridad implica preferir la pareja heterosexual a la homosexual. Si ya es discutible que, en un proceso de contaminación lingüística y jurídica, se hable del «matrimonio» homosexual, permitir la adopción por parejas homosexuales sería incurrir en una grave confusión moral, social y legal.

En realidad, decir NO a la adopción de niños por parejas homosexuales es decir SI al sentido común y jurídico. Si un niño adoptado debe ya superar inconvenientes, ¿por qué dificultarle más las cosas?

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