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Mirada a la Palabra de Dios
Cuando en octubre de este año 2008 se inicie el Sínodo de Obispos que ha de referirse a la Palabra de Dios (del 5 al 26) se habrá abierto la puerta hacia un mayor conocimiento de las sílabas que, inspiradas por Dios, conforman las Sagradas Escrituras.
Antes del rezo del Ángelus del domingo 18 de julio de 2004 Juan Pablo II Magno se dirigió a los asistentes para, recordando el texto neotestamentario en el que María está atenta a lo que dice Jesús y Marta se ocupa de las tareas de la casa decir que »Escuchar la Palabra de Dios es lo más importante en nuestra vida.»
A este respecto, dice León XIII en su Carta Encíclica Providentissimus Deus (Sobre los Estudios Bíblicos) citando a San Agustín que «No será en lo exterior un verdadero predicador de la palabra de Dios aquel que no la escucha en el interior de sí mismo» (S. Agustín, Sermón. 179,1)
Y así, escuchar de tal forma encuentra necesidad en nuestras vidas que, atareadas en los devenires del mundo parecen no encontrar el silencio necesario para poder escuchar la voz de Dios en los párrafos que desde hace miles de años (si contamos en Antiguo Testamento) nos vienen marcando el camino, recto y seguro, hacia el definitivo Reino del Creador.
Porque es en las Sagradas Escrituras donde se produce el encuentro con Dios. Así, la Const. dogmática Dei Verbum (DV), en su número 21 nos dice que «En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual»
Por tanto, dirigirnos a las Libros Sagrados ha de suponer, para nosotros, los hijos de Dios, una ayuda en nuestra vida. Además también vigorizamos nuestra fe porque en sus letras, inspiradas por Dios («verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo» dice DV 11) encontramos brotes de savia divina que nos llenan el corazón de su amor.
Seguramente, cuando el Sínodo sobre la Palabra de Dios se adentre en lo profundo de aquella y sean estudiados temas que, con el tiempo, lleguen a los más remotos lugares de la tierra para ser, allí, conocidos y, a ser posible, comprendidos, algo gravitará sobre las salas de reuniones: aquel que, con su fuerza, llamó al corazón de los hombres para que transcribieran las inspiraciones de Dios y las transformaran en letra para gozar de ellas.
Una mirada a la Palabra de Dios ha de servir, por otra parte, para descubrirnos en ella porque no está escrita para la nada ni para el vacío sino para conducirnos, con sabiduría, por la senda donde la semilla fructifica y no se agosta por el calor ni por la llamada del mundo se pierde en la mundanidad ni por la falta de ansia de conocerla se olvida.
Por eso, decía San Jerónimo que "Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo" y que «¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?»
Y, sin embargo, hoy día la lectura de las Sagradas Escrituras es visto, las más de las veces, como una pérdida de tiempo o, como mucho, como un entretenimiento extraño. Da la impresión de que libros tan antiguos no pueden decirnos nada porque nos consideramos herederos de nuestro inmediato precedente sin darnos cuenta de que la humanidad existe desde que Dios la creó y, desde entonces (el Génesis recoge esto) las Sagradas Escrituras contienen el devenir de aquellos otros nosotros.
Por tanto, no hay nada de antiguo (aunque lo sean en cuanto a tiempo humano) en tales textos sagrados porque, al ser inspiración de Dios tienen, digamos, una validez para la que el tiempo no cuenta ni tiene importancia.
Así, «En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la santidad de Dios, la admirable condescendencia de la sabiduría eterna, para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza" (DV 13)
Y el citado Sínodo que en octubre próximo conocerá, lo mejor posible, y para nuestro general beneficio, el contenido de las Sagradas Escrituras, nos traerá buenas nuevas, como, a modo, de evangelios que, traídos al día de hoy, nos hagan comprender mejor lo que Dios quiso decir, a través de los hombres, para nuestro mejor vivir y mejor pasar durante nuestro peregrinaje hacia su Reino.
Volvamos, por un momento, a la conversación de Jesucristo con Marta y María.
Jesucristo le dice a Marta (en la conversación a la cual se ha hecho referencia arriba que afirma) que María «ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10:42).
A nosotros tampoco nos será quitada tal parte. Tan sólo tenemos que manifestar nuestra voluntad, libre, de elegirla.
Del director
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