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El miedo a la libertad
Se pretende que nadie haga otra cosa que aquello que hay que hacer.
Hace ya unas cuantas décadas, el libro de Erich Fromm titulado como este artículo era lectura obligada entre los jóvenes que se oponían al autoritarismo de la política, de las costumbres o de cualquiera de las múltiples formas con las que el poder tiende a abusar de sus funciones. Ahora el libro es menos leído, supongo, porque, para nuestra desgracia, la libertad parece haber dejado de ser un objetivo.
En España, por hablar de lo que nos es más cercano, se ha conseguido la libertad política y muchos piensan, aunque quizá no se atrevan a proclamarlo abiertamente, que, en realidad, no ha sido para tanto. Son los que siempre se preguntan aquello de «¿Libertad para qué?», los que creen que mientras no sea cierto el reino incondicional del deseo, de su peculiarísimo capricho, de su virginal e incontaminada identidad, la libertad seguirá siendo una paparrucha. Otros, más sobre el terreno, saben sacar ventaja de esa falta de entusiasmo con la libertad ajena y se dedican a proponer metas que hoy gozan, al menos en apariencia, de mayores atractivos, como, por ejemplo, la generación de nuevos derechos, la conveniencia de seguir sometiéndose a la suavísima autoridad política para que nos otorgue más beneficios, más dádivas. Como a eso le llaman progreso, la libertad ha perecido a manos del progreso, de lo correcto, del bien, es decir, de las creencias que una mayoría difusa pero poderosa se suele hacer acerca de esas ideas convertidas en dogmas.
De una manera muy general se puede decir que el miedo específico a la libertad ha sido reemplazado por el miedo. Con la conquista de la libertad, el miedo no ha desaparecido, sino que ha cobrado otras formas. Casi nadie quiere más libertad para que la gente pueda hacer lo que quiera, sino que se pretende que nadie haga otra cosa que aquello que hay que hacer. Se ha instalado un nuevo fanatismo de lo correcto que está sembrando el paisaje de nuevas Inquisiciones. El liberalismo se le antoja a mucha gente un capricho de señoritos irresponsables, de gente insensata incapaz de conmoverse con los graves riesgos que nos amenazan, como la violencia de género, la homofobia, el cambio climático, la deforestación, el hambre del tercer mundo, los transgénicos, y un sinfín de espantajos de semejante índole.
La izquierda suele tronar contra los excesos en la seguridad frente al terrorismo islámico en los Estados Unidos, pero no está dispuesta a reflexionar de ninguna manera ni sobre los excesos que se cometen en nombre de la corrección política o en el de la lucha contra el cambio climático, ni, tampoco, por supuesto, a echar un vistazo sobre los efectos secundarios de tan inmaculadas causas. Los progres están empezando a militarizar la lucha por sus objetivos porque nada detestan tanto como la libertad de quienes piensan de otro modo, la libertad sin más.
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