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La fugaz utopía de mayo del 68

Celebramos los cuarenta años de un mito, de una utopía que desbordó las calles de París, de una algarada callejera cuyas imágenes darían enseguida la vuelta al mundo y pondrían en jaque a toda Francia. La revuelta que se desató en las calles parisinas surgió de grupúsculos de estudiantes que pertenecían a la burguesía tradicional o a las pujantes clases medias en ascenso en esa Europa satisfecha del acelerado crecimiento económico de postguerra.

Mayo del 68 fue el crisol en el que se fundieron todos los síntomas del malestar que arrastraba la sociedad francesa. De una parte, la nueva conciencia social de determinados sectores de las clases medias que fueron atraídas por las tesis tercermundistas desde el conflicto de Argelia (1954-1962), y que habían encontrado su proyección en la guerra de Vietnam. Por otra, el creciente distanciamiento de amplios sectores de la sociedad francesa, respecto del régimen paternalista con ribetes autoritarios del general De Gaulle. Y al mismo tiempo, el alejamiento respecto de la izquierda tradicional, representada fundamentalmente por el burocratizado y acomodaticio Partido Comunista Francés.

La rebelión soixante-huitard se ha presentado como un movimiento que pretendía cambiar las costumbres y que, para ello, se basó en algo parecido a la resistencia pacífica, al flower power. O sea hippies, flores en el pelo, paz y amor, viva la marihuana y el amor libre, etc. Esa es una imagen que refleja lo que hizo una parte muy minoritaria de la juventud norteamericana a finales de los 60 y comienzos de los 70 del pasado siglo, pero no describe para nada ni al conjunto de los movimientos de rebeldía juvenil de los EE.UU. ni, sobre todo, a la juventud rebelde europea del 68.

Lo primero que resulta obligado precisar es que aquél fue un movimiento que, en su parte más activa, comprometió a una parte muy minoritaria de la juventud. Apenas ningún cincuentón o sesentón de hoy renuncia al título de soixante-huitard, pero lo cierto es que, en aquel momento, jóvenes rebeldes activos y organizados había bastantes pocos. En el caso de España, eso fue aún más llamativo y notorio. La inmensa mayoría de la juventud española de la época se mantuvo bajo el franquismo al margen de cualquier lucha. El control policial fue férreo, la Universidad fue tomada por las fuerzas del orden y la prensa apenas reflejó lo que acaecía allende los Pirineos.

Lo segundo que debemos precisar es que la intención del movimiento no fue cultural, sino estrictamente política. Los militantes de las revueltas no aspiraban a transformar las costumbres, sino a conquistar el Poder. No hablaban de feminismo, ni de libertad sexual -en el sentido amplio, hedonista y libertino que luego cobraría-, ni menos aún de ecologismo o de pacifismo, palabra que no podían escuchar sin torcer el gesto. Hablaban de marxismo-leninismo, de comunismo revolucionario, de anarquismo, de trotskysmo; mantenían formas de organización centralistas y autoritarias y defendían la legitimidad y la oportunidad de utilizar formas violentas contra el orden burgués.

Una cosa es lo que inicialmente sus protagonistas pretendían conseguir y otra en qué desembocó realmente el movimiento. La Historia registra muchos cambios que fueron puestos en marcha y activados por grupos minoritarios imbuidos de determinadas ideas revolucionarias, y que acabaron produciendo transformaciones políticas, económicas, sociales o culturales muy distintas de las pretendidas por las minorías fuertemente concienciadas e inicialmente dinamizadas.

La juventud de los 60 era una generación que tenía muy buenos motivos, en términos generales, para estar encantada de haberse conocido. Era la primera gran generación libre de los terribles traumas de la postguerra. Era una generación querida y mimada por sus padres y por el capitalismo, por el neocapitalismo emergente. Por primera vez en la Historia, la juventud emerge como una gran potencia de consumo autónoma. El fenómeno fue abiertamente visible en Europa con la publicación del LP de The Beatles titulado Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band (La Banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta), que salió al mercado precisamente en aquellos momentos. En poco tiempo se vendieron más de un millón de ejemplares de aquel disco que hablaba de escaparse del hogar paterno, de reírse de la autoridad, de inventar, de experimentar, de divertirse, de progresar.

El mayo del 68 francés se desarrolló en tres etapas. La primera fue la del estallido de la revuelta estudiantil de masas, que surge bajo formas extremadamente radicales: ocupación de universidades, barricadas, enfrentamientos violentos con la policía, consignas revolucionarias...La segunda fase fue la de la coincidencia de la lucha estudiantil con la lucha obrera. En contra de lo que se decía, y de lo que muchos creyeron, no hubo realmente una verdadera fusión de sus luchas. Y la tercera fase vino marcada por el cambio radical de escenario: lo esencial ya no ocurría en la calle, sino en los despachos. Las fuerzas parlamentarias retoman el control de la situación: la derecha gaullista reafirma su Gobierno y la izquierda oficial, leáse el PCF, se hace con las riendas de la protesta y favorece el aislamiento y la represión de la extrema izquierda radical.

La revuelta de Mayo del 68, como tal, no provocó cambios realmente decisivos en la sociedad francesa, en particular, y en la europea, en general. La Universidad sí cambió: los estudiantes y el profesorado progresista se adueñaron prácticamente de ella y comenzaron, no sólo en Francia sino en toda Europa occidental, una 'revolución silenciosa' del pensamiento que cambió pautas de comportamiento, introdujo nuevos valores, reconoció los derechos de la mujer, teorizó la ideología de género, generalizó la liberalización de las costumbres, la democratización de las relaciones sociales y generacionales, incluyendo la disminución del autoritarismo en la enseñanza y la difusión masiva de las funestas teorías de la Escuela de Summerhill.

El regreso, aunque sea conmemorativo, del espíritu de Mayo del 68 molesta. Hay consenso desde Michael Houellebecq, fustigador incansable de los supervivientes del 68 hasta Nicolás Sarkozy :'El Mayo del 68 nos impuso el relativismo moral e intelectual'; y sin olvidar al Bertolucci de aquella película titulada 'Soñadores', en la que se consideraba el 68 como un asunto de liberación disolvente de costumbres.

Pero, ¿qué queda de Mayo del 68? Algunos individuos y un mito. Algunos sueños y una utopía. El 68 es una fecha que sigue molestando a quienes estuvieron a uno y otro lado del adoquín que volaba por las calles de París o de cualquier ciudad europea o americana, porque los ideales fueron traicionados ya que, como dijera Nicolás Sarkozy, se «introdujo el cinismo en la sociedad y en la política».

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