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Acosados
Ya se nos advirtió que pasaría. Si somos fieles a sus enseñanzas seremos perseguidos por los poderes del mundo. Quienes piensan, desde su soberbia, que pueden decidir en cada momento sobre el bien y el mal, lo justo o injusto, sin ninguna referencia a Alguien que es el único absoluto, tienen que buscar la forma de acallar a los que pensamos de otra manera.
Se nos persigue y combate con saña. Se denigra a los cristianos a quienes se nos presenta como elementos despreciables a quienes hay que excluir de la vida pública. Unos a cara descubierta y otros desde el cómodo anonimato que les brinda la red, sus blogs y sus bitácoras, nos insultan con fruición.
Cualquiera puede comprobarlo leyendo los periódicos y revistas o navegando por Internet. Si no compartimos el progresismo de los nuevos definidores de «la verdad» y de lo políticamente deberíamos no salir de nuestros templos, aunque también hay quien quiere apropiárselos para convertirlos en otra cosa, como lo hicieron en el XIX o quemarlos en los años treinta del XX.
Un exaltado progresista dice que somos «unas mentes podridas por el dogmatismo» que pretendemos imponer a los demás nuestras creencias. Predicar que hay que amar siempre a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, que hay que amar a nuestros enemigos y ayudar a todos los que nos necesiten, que necesitamos ser salvados y que más allá de la muerte habremos de dar cuenta de nuestros actos ¿puede imponerse a alguien?
Quienes se deciden a seguir las enseñanzas de Jesús, viviendo como Él nos mandó, lo tienen que hacer desde la más radical libertad. No hay duda de que muchos de los que se dicen cristianos solo lo son de nombre y todos podemos caer en muchas ocasiones en la incoherencia entre lo que creemos y lo que hacemos. Si nuestros adversarios nos critican por tales incoherencias tendremos que aceptar sus reproches y agradecérselos.
Pero lo mismo que no tenemos intención alguna de imponer a los demás nuestras creencias, tampoco estamos dispuestos a aceptar los dogmatismos laicistas que tratan de inculcarnos. Preferimos creer en un Dios que nos ama que en un materialismo sin esperanza. Creemos que Dios nos salva por medio de Jesús pero no creemos que ninguna ideología pueda colmar nuestro corazón.
Creemos que la vida es un don de Dios del que podemos disponer a nuestro antojo. Creemos que la castidad es algo valioso mientras que la lujuria es un vicio rechazable. Creemos en la familia edificada en el amor permanente de una pareja y abierta a la vida como algo mucho mejor que las uniones frágiles y cambiantes u homosexuales.
Tampoco estamos dispuestos a encerrarnos en ningún gueto porque lo que hemos recibido de Dios y da fundamento a nuestra esperanza tenemos que ofrecerlo a los demás que serán libres de aceptarlo o rechazarlo.
Podemos estar acosados pero no desanimados. Que sepan los que nos persiguen y calumnian que los seguiremos amando y rezando por ellos, porque si amamos solo a quienes nos aman ¿qué mérito tendremos?
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