conoZe.com » Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2008

Una común contemplación

El domingo 18 de mayo se ha celebrado la denominada Jornada Pro Orantibus en la cual se ha recordado a aquellas personas que, en el silencio del retiro espiritual, oran por el mundo y a Dios.

Sin embargo, además de tener en cuenta la labor realizada por las personas que entregan su vida de esa forma tan especial y tan característica de una fe profunda y arraigada en el alma, hemos de recordar que el resto de cristianos (sobre todo los laicos porque al resto de consagrados se les supone una entrega de tal tipo) también podemos llevar a cabo una contemplación que nos muestre la presencia de Dios en el mundo y, entonces, cómo nosotros podemos actuar en él.

Dice san Pablo en la Primera Epístola a los Corintios algo que es fundamental para comprender lo que, en realidad, significa la contemplación. Así, el convertido judío de Tarso dice «¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (3:16)

Por lo tanto, no hemos de acudir a lejanos espacios espirituales para contemplar a Dios.

De aquí que cuando Juan Pablo II Magno visitara España en el año 2003 y se dirigió a los jóvenes, en la Vigila del día 3 de mayo de aquel año, dijo que, precisamente, «El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la Humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad»

Y postuló, entonces, el Papa polaco, un «espíritu contemplativo» en el sentido de que no era absolutamente necesario que se perteneciera a alguna congregación religiosa para poder hacer uso de tal espiritual instrumento. Al contrario, todos los hijos de Dios tenemos acceso, y podemos llevarlo a cabo, una «observación», desde nuestro interior y en él, de lo que el Creador representa para nosotros y, así, para nuestra vida en relación con nuestro prójimo.

Más adelante, cuando Juan Pablo II Magno se reunió con la Acción Católica en el santuario mariano de Loreto el 5 de septiembre de 2004 les/nos facilitó, en mucho, el esfuerzo espiritual de los miembros de aquella (pero que también podemos aplicarnos el resto de católicos no pertenecientes a AC). Les dijo que entre las consignas que debían de seguir (además de la comunión y la misión) estaba la contemplación.

Concretó su propuesta diciendo que contemplar significa mantener un compromiso en "caminar por el camino de la santidad, teniendo fija la mirada sobre Jesús, único Maestro y Salvador de todos».

Por lo tanto, no sólo sabemos desde dónde debemos dirigirnos para contemplar (desde nuestro corazón, morada del Espíritu Santo) sino que, además, también se nos ha dicho por quien tiene autoridad para hacer tal cosa, en Quién debemos fijarnos: Jesucristo, Hijo de Dios y hermano nuestro.

Trazado, pues, el camino y el objetivo conocido, no tenemos más que proceder a hacer tal labor espiritual.

Para hacer tal cosa hemos de seguir, al menos, algún tipo de norma, algo que nos pueda servir de sustento y nos sirva para seguir atentos en la práctica contemplativa.

Es Benedicto XVI quien nos ofreció, en la Audiencia General del 18 de abril de 2007 unas pautas a seguir cuando habló de la figura de san Clemente de Alejandría.

Las «verdades de nuestra fe» sin las cuales la contemplación no es posible ni se puede entender, son conocidas a través de la conducción de la «divina gracia». Entonces, «Este conocimiento es una forma de comunión, una unión de amor con el Logos, con el Verbo encarnado»

Pues bien, «El hombre, según Clemente, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede alcanzarlo» (se refiere al conocimiento de tales verdades) «sólo por medio de la razón, sino que son necesarias también las virtudes, especialmente dos: la libertad frente a las pasiones y el amor, que asegura la unión íntima con Dios y su contemplación».

Por tanto, se trata de hacer uso del don que Dios nos entrega de la libertad para hacer frente a aquello que nos distrae de la contemplación de Dios, obviarlo y olvidarlo como algo que, en realidad, nos sobra en nuestra vida de cristianos.

Tal arrinconamiento de lo que no nos permite contemplar a Dios con limpio corazón es algo de lo que no podemos prescindir porque nos marca el camino a seguir si es que, de verdad, queremos penetrar en el conocimiento contemplativo.

Pero, además, el amor, conocido en su concreción más exacta (liberado de egoísmos y de ansias mundanas) y utilizado en el mismo sentido de la caridad inscrita en él, nos ha de facilitar, enormemente, el estado de espiritualidad perfecto que nos abra una puerta a los límites de Dios.

Y como siempre resulta importante (además de necesario) establecer un, a modo, de proceso contemplativo, se ofrece, aquí, dos posibilidades de contemplación que son, a saber:

1.- Buscar a Dios

En nuestras vidas, encontrar a Dios, reconocerlo en nosotros, es, seguro, la tarea más importante y más beneficiosa que podemos llevar a cabo. ¿Cómo se hace esto?

En primer lugar, se ha de creer que esto es posible. Hemos de ser positivos, sabedores de la dificultad que tiene alcanzar tal realidad espiritual y, por eso mismo, entender que podemos llegar a encontrarnos con Dios que, además, siempre nos sale al encuentro.

Empecemos, pues, por preguntarnos a nosotros mismos: ¿Queremos encontrar a Dios?

De la respuesta que obtengamos podremos partir en ese viaje tan necesario como es el conocimiento de nuestro más profundo ser. Si la respuesta es no, aquí se acaba este proceso. Esto no quiere decir que no podamos volver, cuando lo sintamos así, a plantearnos la posibilidad de encontrar al Padre, pues Dios siempre espera de nosotros eso. Si, por otra parte, la respuesta es sí, el trabajo, seguramente arduo, nos llevará, sin duda, a una meta soñada: Dios se nos habrá revelado (no pensemos que nuestra sabiduría es tal que podemos descubrirlo solos) y seremos, por eso, hijos de la luz, de esa luz que nos marca un camino seguro hacia el definitivo Reino de Dios.

En la oración, en el rezo, podemos encontrar una herramienta útil para esto. Cada cual, en las posibilidades que entienda tiene para dirigirse a Dios de esta forma, puede hacer grandes progreso.

Este es un camino interior, de dentro hacia fuera, desde nosotros hacia el mundo y tiene un efecto expansivo de la luz, hacia los otros, hacia nuestros hermanos en la fe e, incluso, hacia los gentiles, que puede ver y comprender, esa felicidad obtenida.

2.- Dejar que Dios se revele

Sin duda, este camino, esta posibilidad, presenta una dificultad añadida: estar atentos a las mociones del Espíritu Santo no siempre es fácil, pues el mundo en que vivimos distrae nuestro entendimiento de tal forma que, muchas veces, prestar atención al hecho de que Dios se manifiesta en muchas ocasiones en nuestra vida puede resultar de imposible hacer. Esto, sin embargo, digo el hecho de observar cómo Dios se revela, y, por eso, se nos revela es, por encima de todo, una labor dulce, pues de observar su presencia en el mundo, obtendremos un fruto sabroso: Dios, en su existencia, que creó todo, quiere que apreciemos su presencia y nos da, por eso, múltiples ocasiones de captar su ser.

Para esto se requiere, sin duda, dos cosas: capacidad de aislamiento (el silencio que los contemplativos tienen a su disposición) de lo que estorba del mundo, sabiendo separar la paja del grano, lo que es la presencia de Dios de la mundanidad y, en segundo lugar, atención a lo que nos rodea.

Estas dos cualidades no se excluyen entre sí, sino que han de ser utilizadas al unísono, a la vez, no escoger entre una y otra. Así, para prestar atención hay que ser capaz de tener capacidad de aislamiento y esto, seguro, no es fácil.

Este es un camino exterior, de fuera a dentro, del mundo a nosotros y tiene el efecto de concentrar, en nosotros, esa luz divina que Dios ofrece al que quiera captarla.

Es importante conocer que estas dos formas de buscar la salvación, de hacernos conducir por la luz divina; de, al fin al cabo, contemplar, se alimentan mutuamente. Así, de encontrar a Dios en nuestro interior, obtendremos la capacidad de poder encontrarlo fuera de nosotros y del hecho de encontrarlo fuera nos confirmará el hecho de que ha de estar dentro de nuestro corazón, pues sin ese sutil hilo que nos une al mundo, llevados por la mano de Dios, no será posible comprender nuestra misma realidad.

Pro Orantibus...por nosotros mismos, además.

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