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Histerismo mediático

Los medios de comunicación son un recurso valioso. Pueden ofrecer informaciones importantes, denunciar injusticias, promover un mundo más solidario, más disponible a la acogida del más débil.

Al mismo tiempo, son un arma de doble filo. Porque junto al mucho bien que promueven, también pueden alimentar mentiras, promover calumnias, crear psicosis, distraer a la gente de problemas reales y muy cercanos.

Uno de los mayores peligros consiste en que los medios pueden alterar la percepción de la realidad. De modo consciente o inconsciente, son capaces de crear histerias colectivas.

La sociedad, dirigida por los medios, queda atrapada en los temas del día. El clima y sus cambios peligrosos, la bolsa con sus crisis repentinas o previstas, el escándalo de un artista famoso, la vida privada de un político, el crimen lleno de misterios, se convierten en noticias que todos siguen, que todos comentan, que todos «necesitan».

Los medios nos bombardean con escándalos del pasado o del presente, reales o imaginarios, con base histórica o según leyendas repetidas hasta la saciedad. Luego, la gente opina: sobre la inocencia o la culpabilidad de tal personaje, sobre el debate entre dos líderes políticos ante las cámaras televisivas, sobre la caza de ballenas en el Pacífico, sobre la eficacia o la ineficacia de nuevas píldoras para eliminar el estrés.

Otros temas quedan en un segundo plano, o incluso desaparecen en el olvido. Mientras la gente lee con angustia noticias sobre la matanza de focas o sobre las graves consecuencias planetarias del deshielo del ártico, hombres y mujeres en mil rincones del planeta viven dramas profundos y olvidados.

Hoy, en este día, ante el silencio casi absoluto de la mayoría de los medios de comunicación, miles de mujeres abortarán a sus hijos. Millones de niños pasarán hambre. Cientos de trabajadores honestos quedarán sin contrato. Miles de familias vivirán angustiadas por el drama de la usura, o perderán sus ahorros ante la ineficacia de sistemas económicos basados en la especulación. Miles de campesinos tendrán que tirar o quemar sus cosechas por falta de políticas agrícolas eficaces.

Hace falta una fuerte conciencia crítica para salir de un mal uso de los medios. Es urgente una «info-ética» para llegar a temas profundos y olvidados, para promover un mundo informativo más completo y más atento a las injusticias que pisotean los derechos fundamentales de millones de seres humanos.

Desde una incisiva ética informativa será posible ir más allá de un histerismo mediático manipulado. Brillará entonces el esfuerzo paciente y profundo de no pocos periodistas y comunicadores capaces de defender la justicia, la libertad y la vida para cualquier ser humano, desde que es un embrión pequeño e indefenso hasta que termina su existencia temporal en un mundo hambriento de solidaridad y de esperanza.